"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Finalizó el Barcelona su primera Semana Grande con un empate en Milán y una victoria por la mínima ante el Real Madrid, en el primer Clásico en cinco años sin Guardiola ni Mourinho en los banquillos. A pesar de que dos resultados así habrían sido firmados por los blaugranas a principio de temporada, existe división de opiniones en el aficionado culé sobre si el fin justifica los medios, si se está perdiendo la esencia Barça, si victorias así traicionan el estilo, si los tres puntos valen menos al no tener denominación de origen.
Han pasado ya dos años desde que abandonara el club, pero aún siguen frescas las huellas de Pep Guardiola en el césped del Camp Nou. Se escucha el eco de su voz en los vestuarios y en la grada se recuerda un equipo inolvidable e irrepetible que jugó al fútbol como jamás volveremos a ver en estas tierras. El aficionado barcelonista, pesimista por naturaleza, cambió su mentalidad durante esos cuatro años para creerse indestructible viajando a lomos de su entrenador y sus futbolistas por los campos de España y Europa, asaltando cualquier plaza por lustroso que fuera su nombre con la única condición que hubiera un balón por medio. Guardiola se fue y ahí comenzó el síndrome de abstinencia del hincha, huérfano de su gurú y aterrado ante el futuro más cercano, a pesar del continuismo en el banquillo del que hasta entonces fuera el segundo de Pep, Tito Vilanova y esta temporada con Gerardo Martino.
Ambos entrenadores han tenido que luchar contra el fantasma de ese Barça de las catorce copas y una afición que se había acostumbrado a la excelencia y a una forma de ganar. Como decía una turbada Joan Fontaine en Rebeca, la magistral película de Hitchcock: “Sé que todos piensan lo mismo, todos me comparan con ella”. Ese debe venirle a la cabeza al Tata Martino, que se ha encontrado con una exigencia máxima desde el primer día de trabajo y al que se le pide que el equipo vuelva a jugar (y a arrasar) como el último y más perfecto Barça, aquel de 2011. Los intentos del técnico argentino por subsanar unos problemas que llegaron a su cénit el año pasado no son reconocidos por el público, que quiere resultados inmediatos y no solo en triunfos sino en juego. La inmaculada racha del equipo, tanto en liga como en Champions, resulta agridulce para el seguidor culé, preso del pasado, temeroso de un cambio de estilo, elevando incluso a la categoría de tragicomedia la pérdida de posesión en un partido que el equipo venció por cuatro goles de diferencia y en pleno mes de septiembre.
Hay motivos para la duda, eso es cierto. Con el ocaso de algunos jugadores, el mal momento de otros y el estado físico de Messi, por ejemplo. La falta de definición de lo que será el estilo de Martino es lo que más inquieta a los aficionados, que se impacientan ante los malabarismos que el rosarino está haciendo con una plantilla que a día de hoy no puede ofrecer lo que hacía dos años maravillaba a todos y tiene que reinventarse, sobre todo, ante los rivales de postín. La principal muestra de este cambio se vio el sábado en el Camp Nou, cuando el técnico del Barcelona, sabedor de los problemas de su equipo con el juego directo del Real Madrid, replegó a los suyos para cerrar cualquier vía de escape, buscando el contraataque y renunciando a la joya de la corona azulgrana: la posesión. La decisión del técnico, fuera o no la adecuada, resultó sacrílega para algunos y desató un reguero de pólvora y ríos de tinta desmesurados a pesar de la victoria ante el gran rival, que por momentos pareció lo menos importante del partido.
Es tan evidente que el Barcelona tiene mucho que mejorar como que aquél equipo inolvidable de hace dos años ya no volverá. Es más, el paso del tiempo juega en contra suya, con las bodas de oro de Xavi sin nadie que lleve las arras, una plantilla que ofrece dudas estructurales y un Messi que condiciona totalmente el juego del equipo. Los ecos de Rebeca jamás desaparecerán del imaginario blaugrana aunque cada día cobra más fuerza la vuelta a las andadas del célebre “avui patirem” del aficionado culé. Ni tanto ni tan calvo. Martino lucha contra la impaciencia y las vicisitudes que ha heredado, que a día de hoy le impiden ser capaz de definir un estilo propio de juego que nunca podrá ser aquél que el aficionado quiere y añora, al menos no con estos jugadores, por mucho que nos pese.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: Reuters
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