"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Mi querido amigo:
Debo confesarte que ando un tanto cohibido al percibir tanta cerrazón, tanto empecinamiento en justificar lo injustificable. Días atrás, me encantó leer en tu Magazine una reflexión escrita sobre el discurso del Real Madrid por Manuel Matamoros, a la que me habría encantado replicar de no mediar eso que llaman conciencia y alerta intuitiva de peligro. En otro momento, seguramente en otro país, habríamos intercambiado teoría y pensamiento, con el deseo, ojalá, de que otras firmas se hubieran podido sumar a tan atractivo carro de las ideas, pero, quiá, algo muy íntimo me aconsejó desistir aún antes de arrancar por no meterme en berenjenales que te conducen al precipicio pese a tu convencimiento de discurrir sobre terreno tan hipotéticamente seguro como el del debate constructivo. Por ahondar la confesión, eso de que cada cual se halla en igualdad de oportunidades en materia de opinión gracias a las nuevas tecnologías se me cayó a los pies el día en que, bajo una sensacional actuación de Adele cantando en directo Someone like you, leí en el primer comentario el siguiente exabrupto de carácter lacónico: “Está gorda”. Jolín, si al talento en estado puro se le ponen tal tipo de objeciones, estúpidas, por supuesto, más vale que lo dejemos correr para convertirnos en anacoretas analógicos, émulos postmodernos de Simón el Estilita. Al menos, viviremos tranquilos, que si uno pretende deprimirse, y no es que sea éste nuestro deporte favorito, basta con leer lo que aporta la peña a cualquier noticia colgada en cualquier web. Por decirlo corto y llano, basura. Bueno, menos corto: vísceras inmundas y detritus variados. Las ideas que debían fomentar la pulsión intelectual interactiva abandonaron el medio tan pronto como fue creado, sin solución en perspectiva.
Pues bueno, que lo peor se llama autocensura y algo de eso hay si te arriesgas a réplicas iracundas cuando sólo pretendes exponer ideas, argumentos, observaciones, información y todo aquello que, antes, in illo tempore, se le suponía intrínseco al periodista en ejercicio del oficio. Pese a tan poco estimulante preámbulo, metámonos en harina a la salud de quienes acaban de acusar a Neymar de teatrero. Entre los más destacados, el Lennon aquel que debe justificar su única apuesta por lo físico cuando carece de talento al que entrenar, el JIM éste del Valladolid que debería andar con mejor conocimiento del terreno que pisa para no contribuir al sembrado de minas, y el inefable Mourinho de todas las salsas, incapaz de contener su perfil de rasgos crecientemente patológicos. Al final, Martí, resultará que andamos todo el santo día arriba y abajo parodiando aquella afortunada frase de Woody Allen, cuando haciéndose el milhombres en una de sus películas afirmaba ufano que había conseguido darle “con toda la nariz en el puño” de su oponente antes de caer redondo tras la hombrada. Pues eso, el mundo al revés: Neymar, teatrero, pásalo, hazlo crecer, difúndelo y consigue que la mediocridad gane, que le peguen constantemente, que lo rebocen por los suelos a cada actuación. El mundo al revés, acabemos con el talento, muera el genio, que inventen ellos y la retahíla de memeces a las que, desgraciadamente, estamos tan acostumbrados cuando a algún nativo le da por sentirse remedo de Dios, infalible y todopoderoso en su primario estertor, inventor de la sopa de ajo.
Agota, ya lo hemos escrito, abogar por las evidencias en este desierto donde se oye clamar a quienes deberían andar callados, archiconocidos por bribones. Envilece tanto la propagación del exabrupto, crecen de tal manera las bajas pasiones, que donde debieran existir oráculos de reflexión y conducta recta florecen y prevalecen los circos de tres pistas que sólo pretender confundir o defender su posición a machamartillo, aunque para ello tengan que gritarnos que es de noche cuando nos alumbra la luz del día. Enrarecer las aguas, los más pillos, en beneficio propio, en interés del creciente bolsillo al servicio de su poder preferido; mentir a sabiendas quienes son capaces de justificar lo injustificable llevados sin riendas por sus pulsiones, bajas y enfermizas, generalmente. Llega Neymar y a la que intenta desplegar talento, entre los defensas, los fanáticos, los medios fanatizados y un montón de advenedizos incorporados por una variopinta panoplia de razones se le echan al cuello buscando la yugular. Y hablan del Actor’s Studio, con subsede en Barcelona, como si la legendaria tropa de Elia Kazan hubiera sentado reales a pie del Camp Nou. Menuda desfachatez. Vale, si quieren, ya que son incapaces de separar grano de paja, acúsennos de talibanes, de fieles soldados espléndidamente pagados por la chequera de Rosell, de burros con anteojeras, empiecen con el sucedáneo futbolístico del tú más y a ver quién gasta mayor calibre, que ése parece ser el único escenario dialéctico donde se hallan cómodos, pero no ver los dos penaltis sufridos el sábado por el brasileño sólo se justifica desde la mala fe, la envidia o sinónimos tan repulsivos como los expresados.
Y la cosa va a más, constantemente, se buscan dianas donde lleguen los flechazos. En este caso, etiquetar al brasileño para que los árbitros le nieguen pan, sal y cobijo, como si el talento abundara tanto… Antes podían ser meras cortinas de humo para distraer la atención, pero ahora se le dice en salivazo al Nobel de Física que no tiene ni repajolera idea sin disponer siquiera del graduado escolar, que ancha es Castilla y sólo se trata de marear la perdiz buscando cualquier tipo de justificaciones para atentar contra la razón y lo que, simplemente, ve cualquier par de ojos desprovistos de ese tipo de funestas cataratas, las peores. Ya sabes que nos ocupa y preocupa tal desatino, creciente de forma exponencial, síntoma de evidente enfermedad nada pasajera, que está entre nosotros perfectamente instalada, cómoda y con deseo de causar mayores estragos a la razón que una plaga de peste negra a principios del siglo XX. Lo peor es que consiguen amilanar. Años atrás ya abandonamos el corporativismo en tan, otrora, bello oficio, ideado para el servicio público, ante la evidencia de compartir club con atrabiliarios personajes ante los que cambiaríamos de acera con sólo olisquearles a quinientos metros. Ahora, su desmedido empuje consigue diaria desazón al verlos crecer por doquier, aquí y allá, felices en su trinchera, disparando munición como el tópico mono del garaje provisto de Kalashnikov. Y no pararán hasta que se carguen el monumento, construido a base de ejemplo y talento por tanta gente honesta.
Días atrás, Martino articuló una feliz frase al decir que el Barcelona vivía una “crisis semanal” por vivir metido en el ojo de este huracán. La reflexión merecería recalar en el diccionario de frases comúnmente aceptadas por el imaginario colectivo, tipo entorno de Cruyff o miedo escénico made in Valdano. Pues nada, o ha pasado desapercibida o no hay ganas de estar a la altura en pensamiento para desarrollar la novedad y darle un par de vueltas a las meninges, ya que tanto tiempo gastamos con las cuitas del balón. A punto, pues, de tirar la toalla ante este deprimente espectáculo. La Gioconda la pinta cualquier menda con pincel, el amanecer aburre por aparecer cada día y vamos a contar mentiras, tralará, a ver si las colamos como verdades. Qué hastío.
Cuídate, anda, y mantente alejado de microbios y bacterias, no sea que nos contagiemos.
Poblenou, en cuarentena
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: Julio Carbó (El Periódico)
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