"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Algún día deberíamos entretenernos con los colores distintivos, su intrínseco mensaje y mística, la personalidad que vestirlos otorga a los representantes de cada club. La última moda sabida en la Liga española consistió en recuperar las medias negras de antaño para algunos clásicos de nuestro fútbol, como Sevilla, Valencia o Nàstic de Tarragona, sin que el Real Madrid, consciente del poder transmitido por lo níveo, se aviniera a tal consagración del vintage. En materia de camisetas, pocas historias yacen en los estantes tan pintiparadas como la del Elche C.F., nacido blanco y eternamente cruzado por la ancha línea verde del pecho gracias al ingenio y ocurrencia de un sensacional trotamundos checo, casi anónimo hoy, Anton Fivébr, también llamado aquí Fivber para hacer más pronunciable al personaje.
Antes de meternos en honduras ilicitanas, toda una explotación petrolífera, cuatro líneas a la salud del modisto inventor: Fivébr fue centrocampista en el Sparta de Praga, jugador y técnico en el Brescia italiano y primer míster foráneo en la historia del Valencia arrancados ya los 20 del pasado siglo. Antes de ser reclamado por la selección soviética, que ya es oferta, pasó por Elche dispuesto a estampar su sello de distinción cromático por los siglos de los siglos y hacerlo tan distintivo como su Dama íbera, o casi. Nació el club a la sombra de unos palmerales, con la Pirotecnia de Vicente Albarrach como sede de fundación. Allá por 1953 fijó su primer hito: acuciado por las deudas a jugadores y federación, decidieron crear una cooperativa que salvó al club de su extinción y pervivió tres largos años. Mayor socialización, imposible: cuentan los anales que cada futbolista escribió en papel cual debería ser el sueldo justo del compañero. Ex como Paco Lahuerta o Serafín Sevilla lideraron ese peculiar ejercicio de funambulismo hasta la llegada de José Esquitino, el elegido por el destino ilicitano para labrar los cimientos de su época gloriosa junto al inefable César Rodríguez, sí, el barcelonista.
Esquitino confió a El Pelucas, maduro y en glorioso declive, el doble papel de líder en cancha y fuera de ella y César le correspondió con sendos ascensos desde 3ª a la División de Honor. En Primera estrenaron Altabix, convertido pronto en otra básica señal de identidad, para inaugurar de inmediato su larga lista de extraordinarios futbolistas. Con la complicidad de su gente, y el talonario a disposición extendido por los industriales del calzado, resulta formidable, por ejemplo, analizar su buen ojo para el fichaje de jugadores sudamericanos de países secundarios, como el hondureño Cardona -más tarde traspasado por la friolera de 15 millones de la época al Atlético-, el paraguayo Cayetano Re, pichichi en el Barça y delfín en el Espanyol desde su escasa estatura, o Lezcano, Romero o Casco, por citar apenas tres compatriotas de Re cuyo recuerdo aún provoca suspiros.
O al gran Eulogio Martínez, el recordado Abrelatas, aún joven y ya traicionado por ese metabolismo con propensión a engordar. Tras el ascenso en Tenerife, nombres propios a porrillo, como los defensas valencianos Quirant, Pahuet y más tarde el gran central Iborra, o los jóvenes descollantes que florecieron allá, pilares en sus mejores momentos, tipo el malogrado lateral Ballester, Lico, Canós, Llompart, Asensi, o la simpar elegancia de Marcial Pina, consagrado después en el Camp Nou. Arrancando la alineación, el sempiterno arquero Manuel Pazos, a quien el fútbol debe merecido reconocimiento tras disputar nada menos que 382 partidos en 18 temporadas en Primera, partiendo de su tierra y del Celta, para seguir por el Hércules y Atlético de Madrid sin alcanzar mayor premio que ser tercer portero de la selección española en un Mundial y quedar inédito, lo que dice maravillas -material para una tesis o similar- de la categoría y nivel en las continuas cosechas de guardametas, desde Ricardo Zamora hasta llegar a Iker Casillas.
Mención especial para Vavá, que llegó a pichichi en el 65 y a ser uno de los cuatro internacionales simultáneos del Elche en los 60, proeza francamente extraordinaria para una institución tan limitada en respaldo social, por mucho que esa franja de Fivébr le hiciera especial, simpático y atractivo. Durante la década prodigiosa, el Elche se instaló en la condición de matagigantes temible y temido, colocado en la parte alta de la tabla de manera sistemática y coleccionando nombres señeros. Imaginen un banquillo por el que desfilaron prohombres como el citado César, Heriberto Herrera, Otto Bumbel, Di Stéfano, Fernando Daucik o Roque Maspoli, todo un elenco de la época. En el 69, el Elche alcanzó su cénit con una final copera ante el Athletic vizcaíno que dominó a fondo durante la primera mitad, sin doblegar al imbatible José Ángel Iríbar, hasta caer exhausto a poco del final ante un gol del habilidoso interior Antón Arieta, entonces “II” (ay, aquel anacronismo de los números romanos) por distinción hacia su hermano mayor Eneko. Como anécdota, valga la mención del reciente tropiezo del cronista con una pieza del No-Do que resumía dicha final. Para significar el descomunal acontecimiento, alguien le escribió a Matías Prats que “en Elche sólo han quedado los inválidos y las palmeras” a fin de destacar, vía políticamente incorrecta en estos tiempos, el masivo desplazamiento ilicitano camino del Bernabéu.
Sin olvidar a Martínez Valero, otro presidente básico para comprender tan dorada era, exprimamos el tiempo hasta hacerlo líquido y de perspectiva plana en homenaje a cuantos vistieron la franja. El sensacional puñado de argentinos de los Gómez Voglino, Trobbiani, Finarolli, Rubén Cano, Aníbal Montero o Milonguita Heredia. Nativos que, antes o después, triunfaron en este invento, como Mora, Alfonseda, Luis Costa, Capón, Chiva, Robi, Bonet o Sitjà. Porteros tan carismáticos como Esteban, heterodoxo, peculiar y seguro. O aquella joya hondureña llamada Gilberto Yearwood que también paladearon en Pucela y cuyo exagerado poderío natural jamás se concretó en rendimiento continuado sobre el césped. Tanto, tanto talento; tanta, tanta historia acumulada en territorio físico limitado de potencial, pero desbordante de legado gracias a esa singular franja verde que le hizo distinguible y distinguido allá donde recogió respeto al trabajo futbolístico sensacionalmente realizado. Y lo mejor, que este vuelo rasante a reacción podría ser extendido en cantidad y calidad, sin duda. Largo, tendido e ilicitano.
* Frederic Porta es periodista.
– Fotos: Blaugranas.com – Todocoleccion.net
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