Fútbol / Inglaterra / Manchester United
Supongo que yo no debería decir que soy del Manchester United. Pero es así. Soy del Manchester United. Y es más, me atrevería a decir que ser del Manchester United es algo innegociable para cualquiera que sea del Liverpool. Me explico.
El Liverpool es lo que es por Bill Shankly. Él inventó todo. Desde lo de jugar de rojo a la placa de This is Anfield, pasando por el cuarto de las botas (aunque esto fue más en fondo que en forma, porque el que de verdad se ocupó del asunto fue Joe Fagan). Pero Bill Shankly no hubiera conseguido nada de no ser por Matt Busby, el entrenador entonces del Manchester United. Porque a Bill Shankly al principio las cosas no le iban nada bien. De hecho le iban rematadamente mal. Y estaba decidido a abandonar. Hasta que le llamó su homólogo en Old Trafford y le convenció para continuar. Lo recordaba el propio Busby en su libro Soccer at the top, escrito en 1973:
«Recuerdo que al poco de ser nombrado entrenador del Liverpool, hubo algo que le había incomodado hasta tal punto que me dijo que estaba decidido a dimitir. Yo le convencí para seguir. Le dije que las cosas iban a salir bien y así fue. El Liverpool se acabó convirtiendo en una potencia en el país».
Ya sabíamos que Shankly limpiaba el horno nada más llegar a casa si había perdido, pero, por lo que se ve, las tareas domésticas no eran suficiente para aliviarle en sus comienzos. Y uno se pregunta qué hubiera pasado en caso de que a Busby no le hubiera dado por aconsejarle.
Dicho esto, y volviendo a lo de ser del Manchester United, siempre soñé con visitar algún día Old Trafford y mostrar mi gratitud por la parte que les toca en la grandeza del Liverpool. Por eso cuando tuve la oportunidad de hacerlo en el partido de Copa de la Liga (Capital One Cup) que les enfrentaba precisamente al Liverpool, sentí el mismo cosquilleo que siento cuando voy a Anfield. Ese cosquilleo de cuando estás en un campo único.
En las afueras, y así de primeras, te encuentras con la estatua de Best, Charlton y Dennis Law. Para que no se te olvide que allí se hacía un fútbol diferente y, además, se pretende seguir haciéndolo (otra cosa es que lo hagan). Enfrente de ellos, otra efigie. En este caso la de Sir Matt Busby presidiendo una de las entradas al recinto. Y doblando la esquina por el lateral que está pegado a los vías del tren, el llamado túnel de Múnich. Un pasillo lleno de recuerdos para homenajear al equipo del 58, el de Duncan Edwards y los Busby Babes. Lo de dentro ya es otro nivel. Acostumbrados como estamos algunos a la caja de zapatos que es Anfield, las gradas impresionan más de lo normal. Hasta parece que haya más luz y el césped sea más verde. Eso sí, lo del teatro de los sueños es tal cual. El club está tan masificado que el turismo parece haber acabado con la animación de la gente. Allí se va más a hacerse la foto que a ver fútbol. Y es una pena porque cuando el famoso fondo de Stretford End le da por apretar, asusta realmente.
Si volveré a Old Trafford en un futuro lo desconozco. No me importaría, está claro, aunque tampoco hay que pasarse. Vale que soy del Manchester United, pero no tanto (y si puede ser que pierdan, mejor). Lo que sí es seguro es que nunca les negaré el reconocimiento por lo apuntado en este texto. Porque lo mismo sin ellos ahora no tendríamos ni una miserable Copa de Europa. Y porque lo mismo sin ellos yo podría haber sido hincha del Arsenal. O peor aún. Del Chelsea. Casi mejor no pensarlo.
* Juan Morán.
– Foto: Juan Morán
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