En una disciplina tan atractiva como la física cuántica podemos hallar no menos atractivas interpretaciones al complejo mundo que nos rodea, conformando las mismas puntos de una llamativa coincidencia entre las teorías más científicas del mundo occidental con las más espirituales del mundo oriental; todo para explicar cómo nos amoldamos a un principio que tiene en jaque a la humanidad en general: el principio de incertidumbre. El fútbol no escapa a la interpretación metafórica del mismo.
Siguiendo con la comparativa del mundo físico, la circulación de balón y jugadores ha tenido una evolución dentro del modelo de juego que ha ido avanzando a la par que la ciencia.
El mundo se explicaba al principio desde un prisma determinista: lo desconocido y la incapacidad de dilucidar más allá de lo que se ve, ayudado por la incapacidad del observador a ver más allá, generaba un aprendizaje muy lineal. La circulación de jugadores y de balón en este sentido queda a merced de automatismos y momentos traviesamente desordenados por la incertidumbre que nos negamos a contemplar. Podríamos incluir en esta vertiente Los esquemas tácticos de Teodorescu (1984), en los que “balón y jugadores actúan de un modo estereotipado conforme a las indicaciones establecidas previamente”. A día de hoy, aún se sigue dando este modelo.
De aquí se pasó a una teoría basada en muchos mundos: “todo lo que nos rodea como algo dependiente de la persona que lo piensa y observa”. Las teorías del caos según las cuales el aleteo de una mariposa en un extremo del planeta puede generar un viento huracanado en el otro extremo del mismo son un claro ejemplo de ésta. La circulación más libre de jugadores y de balón no basada en automatismos sino gestada en situaciones más interactuantes y fluctuantes que dependen de la persona hace que surjan ideas como “No toques si no buscas generar nada” (Lillo) y “jugar a dar pases lo hace cualquiera” (Guardiola).
Cada uno entiende el principio de incertidumbre a su manera, lo cual es muy lícito. Así, la Interpretación de Copenhague, última en liza, interpreta la probabilidad como potencialidades en las que el observador y lo observado son partículas inseparables; un punto de vista en el que todo es un todo y para entender lo cercano hay que pensar en lo lejano y viceversa. Hemos aterrizado en el juego de posición en el que la circulación de jugadores y de balón se acerca a una estructura global (Guardiola) cuyo medio táctico predominante, el pase, para generarse, pueda ser entendido desde la quietud de esperar el momento oportuno.
Los procesos de aprendizaje han tenido una evolución parecida al mundo físico. A día de hoy tratamos de aprender a relacionarnos con la incertidumbre mediante el Know -How (“saber–cómo” para los ingleses): la información, experiencia e interacciones de la persona van más allá de un simple sujeto que recibe información, la procesa y la ejecuta. De ahí que saber rodearse haga que nuestro cerebro aprenda más y mejor. El fútbol puro (en sus comienzos) preexistía en cada jugador, “había y hay que saber rodearse” (Kevin Vidaña) siendo los jugadores los que modificaban las conductas previas y venideras. El problema es que por el afán humano de controlarlo todo hicimos del fútbol un ente “determinista y automatizado” olvidando que desde pequeños hay que mostrar un enfoque mucho más amplio: “A mí me han educado desde los trece o catorce años para que conozca el fútbol. Antes jugaba porque jugaba, y creía que las cosas sucedían porque sí. Pero me han hecho entender que suceden porque hay una lógica. Me educaron para descifrar el juego. En cambio, a la mayoría de jugadores nadie les ha dicho nada. A muchos entrenadores no les interesa nada lo que estamos hablando. Desde jóvenes, a los jugadores les dicen que hay que luchar, que hay que ganar y esas cosas, y llegan a primera división sin saber nada del juego. Esto es lo que pasa, y por eso es tan difícil que la gente hable realmente de fútbol” (Guardiola).
La codificación técnica se ha convertido en una cárcel que ha llevado a cumplir condena al más puro ente táctico, la persona, en torno a dos presos:
Una observación humilde por parte del cuerpo técnico genera no sólo que se atisben conductas presumibles, sino que se reaprenda por parte de éstos a dar libertad a sus intuiciones técnicas para que sean transformadas en intuiciones servibles, y desde nuestro punto de vista sólo pueden serlo las que nacen del jugador.
Antes de dar unas pautas de interiorización de conceptos hay que ver cómo se relacionan con los mismos cada uno de los jugadores a los que dirigimos. Esto hace un fútbol posible más allá de un fútbol necesario que nos lleve a adaptarnos a la cultura del equipo y jugadores a los que entrenamos (Guardiola). Esto es entrenar individualizadamente.
Un buen director de interacciones deseables (cuerpo técnico) es aquel que permite un aprendizaje transformacional de L. Wolk para “generar contextos no cretinizantes y que no generen inteligencias ciegas” (Edgar Morín). Muy en consonancia con la frase de Xesco Espar: “Para llegar a la excelencia es necesario formarse, pero para traspasarla hay que transformarse”.
Si giramos el foco hacia el cerebro, podemos obtener un paralelismo y/o una lectura que pensamos que favorece una traducción simultánea de la que podemos nutrirnos como elemento indispensable. Porque es, porque está y porque no puede dejar de ser y estar y sí debe dejar de parecer. Fíjense cómo, históricamente, ciertos enfoques unidos a la falta de conocimientos neurocientíficos han producido que tradicionalmente se haya hablado de lo físico y lo mental. Descartes y su dicotomía ayudó mucho a que esa herencia la sigamos arrastrando aún en al actualidad, y lo curioso, en el campo que nos ocupa, es que sigue habiendo técnicos que parecen recién sacados de las aulas de Descartes.
Los comportamientos sobre el rectángulo de juego son el producto de nuestras decisiones y las mismas las configuran la interacción entre persona y entorno. Aristóteles bien podría ser nutriente de los técnicos menos dicotómicos, puesto fue el primero en albergar la racionalidad en el cerebro, ya que describió cómo un pensamiento genera una acción y la misma nos lleva a un comportamiento que a su vez y repetido nos genera un hábito: lo que hoy llamamos aprendizaje.
Tuvieron que transcurrir muchos amaneceres hasta que las emociones y los sentimientos tuvieran cabida en este entramado. El neurocientífico Antonio Damasio nos lo cuenta como nadie.
Además, hoy sabemos que podemos desaprender gracias a una cualidad de nuestro cerebro: la plasticidad. Coherencia absoluta con la realidad de un partido de fútbol. Al menos así lo entendemos nosotros. El modelo de juego, no nos cansamos de repetirlo, constituye las guías, los límites de control sobre los que se desarrolla el juego, pero las herramientas para construir el juego de las que dispone el jugador permiten la necesaria adaptación inteligente que el juego requiere. He ahí la grandeza de las partículas inseparables. El balón es el instrumento que sobre el modelo de juego como medio el jugador dispone en virtud de unas interacciones. Todo ello es creación. Pascual-Leone, neurólogo, dice: “El hombre tiene que ver para creer, y el cerebro tiene que crear para poder ver”. ¿Qué tal si añadimos algo? El fútbol está hecho para crear y para dar la posibilidad de creer.
El balón es el instrumento fundamental del juego, como venimos mencionando. La relación entre jugadores es el punto de partida para elaborar cualquier interacción colectiva. La construcción de un sistema de juego colectivo de ataque exige la elección acertada del tipo de pase, buscando el desequilibrio en el bloque defensivo rival buscando la progresión en el terreno de juego.
La circulación de balón surge pues como un medio táctico grupal fundamental, a través de la cual se establece una cooperación fundamental (a través de la transmisión del balón). Es importante no entender la circulación de balón como una sucesión de pases sin más, sino tratando de establecer una conexión lógica para procurar obtener una ventaja espacial y temporal, es decir, convertir el pase en una interacción con significación táctica. En la circulación de balón, el pase es el elemento fundamental, pero deben estar presentes otros como la conducción, las fintas o los desplazamientos de los compañeros (todo ello de una manera activa que se va retroalimentando en función de las decisiones que toma el adversario).
El objetivo general de la circulación de balón es el de movilizar y desequilibrar al adversario, aprovechando esos desequilibrios, creando una red de comunicación motriz mediante:
1.- Mantener equilibrio entre apoyos (delante, atrás, a los lados). Los no poseedores deben:
Para ello el poseedor de balón debe:
2.- Variar y alternar las diferentes posibilidades de movimiento: ritmo y velocidad de pase, ritmo y velocidad de desplazamientos, dirección, sentido, trayectorias variables, orden…
3.- Dominio de las intenciones tácticas: relación (pase), fijación y desplazamientos (desmarque). Respecto al pase, sobre todo:
4.- Dominio de medios específicos para una buena circulación:
La persistencia del juego posicional lleva al rival a una adaptación defensiva progresiva, al tener asignado con facilidad al oponente directo. La circulación de jugadores obliga a una readaptación defensiva constante (cambiando de oponentes y responsabilidades) a la vez que ayuda a los atacantes a encontrar nuevas soluciones para progresar y llegar a distancias eficaces de lanzamiento.
La circulación de jugadores implica un desplazamiento hacia otro puesto específico para desarrollar una actividad o colaborar con el compañero. El objetivo general es el de sorprender al adversario en un espacio nuevo o generar uno nuevo colaborando con el compañero, facilitando las penetraciones o consiguiendo distancias eficaces de lanzamiento. Este medio requiere además de la iniciativa individual, una coherencia en la organización táctica colectiva en estrecha relación con la circulación de balón. La calidad de la circulación de jugadores no depende de los recorridos realizados, sino del momento en que se realizan dichos desplazamientos (ajuste espacio temporal de desplazamientos en función de la posición del balón, los adversarios y los compañeros). A veces un jugador con la mejor intención quiere estar en varios lugares desplazándose a un espacio y lo que genera es un problema en lugar de una solución. Lo más importante en el desarrollo de este medio es cumplir el principio de juego ofensivo de distribución equilibrada de los espacios de juego.
La circulación de jugadores debe seguir unas normas generales de organización.
Individuales:
Colectivas
Por todo ello, si el cerebro es el órgano de la interacción, lo que significa que podemos interactuar con el medio gracias a él y ser el punto de conexión entre las partículas inseparables, entendemos que el trabajo de todo futbolista debe estar fundamentado, entre otras cosas, en la no linealidad del proceso de entrenamiento, en las constantes interacciones, el pensamiento sistémico y las teorías ecológicas y estructuralistas, ya que el jugador es una estructura hipercompleja que está conformada por un conjunto de sistemas complejos.
La linealidad en el entrenamiento de un equipo representa la separación total de partículas y la incoherencia recordemos que no juega. Por tanto, no le demos absurdos minutos de pretendida gloria.
En el juego, como exponemos, se concatenan situaciones sucesivas que cada jugador debe resolver, al tiempo que no habrá dos jugadores que ante la supuesta misma situación o similar actúen de un mismo modo, ni siquiera el mismo jugador actuará de idéntica forma ante situaciones similares, ya que su capacidad de interacción está condicionada por una serie de cuestiones, tan personales como intrínsecas a cada individuo, y de un modo tan especial como particular esté siendo su proceso de aprendizaje, cómo organice su cerebro y del desarrollo del propio juego, como venimos comentando.
En este sentido, observamos que cuando hablamos de medios tácticos y estudiamos los espacios entre jugadas, el lóbulo frontal pasa a ser el arquitecto que dirige la construcción de la jugada, y el mismo es tan especial que no trabaja a pleno rendimiento si le sometemos a la previsibilidad. Necesita un punto de desequilibrio y nos devolverá como premio la imprevisibilidad resolutiva asociada a la creatividad y al talento.
Como venimos explicando, el fútbol son las interacciones, ese espacio que es movido por nuestro particular arquitecto. Recordemos la fórmula: cerebro=interacción. Podemos hablar, pues, de una estructura neuroadaptativa que:
Los elementos sobre los que se fundamenta son:
Afrontando situaciones nuevas, como resultan el en juego, el cerebro se reactiva y por tanto la utilización de medios tácticos resultan herramientas neuronalmente eficaces en general y en particular en la interpretación correlacional del modelo de juego.
Podemos pensar con todo lo expuesto, que según nos situemos y sepamos interpretar nuestras interacciones, el cerebro se autoreorganiza para adaptarse a las necesidades. Eso sólo lo hacen los jugadores que tienen como base de entrenamiento las interacciones, el cambio y la no linealidad.
Las partículas inseparables son una entidad propia, que no admiten la posibilidad de dejar de serlo, porque los amaneceres actuales nos permiten vislumbrar más allá del sol que despunta en el horizonte.
Cada cual dispone de la grandeza de situar su punto de mira en el lugar del paisaje que desee. Nosotros, inseparablemente, así lo sentimos.
* José Miguel Marcos Costoso, Francisco José Cervera Villena y Rosa María Coba Sánchez.
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