"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Mi querido amigo:
Sopla en el ambiente cierta melancolía otoñal sin haber rebañado siquiera los últimos restos del festín estival. Aún en bermudas y sandalias, el descenso de la temperatura anímica recomienda el uso de chaquetilla ligera, no nos vayamos a resfriar. Se advierten nubes en el horizonte pese a que el sol siga resplandeciendo y el cielo se aprecie raso en toda su extensión, pura paradoja metafórica como casi todo lo relacionado con este club y el sentimiento que le acompaña, propulsa o frena según marchen las impresiones, mucho más importantes que el propio marcador final. Diría el imparcial que, al fin y al cabo, de qué se quejan si han cosechado hasta ahora victoria tras victoria y el título ante la fiera colchonera, pero da igual, no atienden a razones, que a esta peña le pierde la estética, ya los conocemos de sobra. De momento se muestran callados ante los argumentos de Martino porque el hombre cae bien, sin poder disimular que el recelo ante la realidad mostrada por su amado once les reconcome. Fenómeno digno de estudio, sí, ninguna novedad destacable, que arrieros somos de largo trecho recorrido en tal compañía. El Barça anda, de nuevo, a escasos centímetros de caer en la peligrosa dinámica de la parálisis por análisis, el huevo y la gallina, el sexo de los ángeles, deporte muy practicado en esa casa desde tiempos inmemoriales.
Contradicción planteada en toda su extensión: existe el deseo y la obligación de abandonar el rutinario camino de la previsibilidad y, sin embargo, nadie conoce hoy mismo atajos ni alternativas ciertas hacia el anhelado objetivo final –ningún otro que seguir cosechando galardones a destajo–, constatando que el mapa alternativo de ruta no es más que una hoja en blanco, todavía. De tanto pensar si duermen mejor con la barba por encima o por debajo de las sábanas, como en el laberinto propuesto por el pérfido Allen al inmortal capitán Haddock, de momento ya les ha pillado jaqueca de tanto darle vueltas al asunto. Salvo a dos, el par acostumbrado. Messi jamás divaga, actúa y aniquila. Y Valdés sigue con su cruzada personal, no sabemos si contra el mundo o a favor de él, aun cuando se muestre excelso a cada recital. El resto da más vueltas que un ventilador tratando de entender y aplicar el lampedusiano mensaje de su nuevo preparador: hay que cambiarlo todo para que nada cambie. O no, más vale volver a los orígenes para reinventarlos. Total, un cacao mental digno de simposio para filósofos con poco trabajo y mucho deseo de marear la perdiz.
De tanto chocar contra el muro ajeno del 4-5-1, constante aunque pulcro al cambiarse los colores de la camiseta a cada partido, de tanto pedir evolución del sistema para saltar cerrojos archiconocidos, se diría, Martí, que han olvidado lo básico en lugar de hallar la tan deseada evolución del llamado sistema. Lo imprescindible en el modelo, subrayemos, la circulación del balón en alta velocidad, el apoyo constante del compañero que genera doble alternativa en la salida, la efectividad en el pase a corta distancia y tantos otros conceptos archiconocidos del mundo mundial. Ahora, si personalizas para señalar con el dedo, costumbre arraigada pese a su intrínseca fealdad, Alves no sube porque el juego se carga sobre la izquierda, Mascherano vive obligado a la multiplicación defensiva, Piqué alterna luces con sombras y Busquets emula a los superhéroes de la Marvel cubriendo recorrido de maratón con obstáculos y tobillos en riesgo a cada lance. Más arriba, Xavi, el metrónomo de precisión suiza, no atina al marcar el ritmo acostumbrado mientras Iniesta queda en simple bailarín aventajado, lejos aún de aquel singular Fred Astaire que perfilaba, levitaba y se deslizaba sobre el césped para pasmo general de propios y extraños. Estamos en septiembre, claro, pero la cátedra ya hace tiempo que no repara en calendarios, prefiere prescindir de ellos y exige llevar siempre gafas de sol puestas para no deslumbrarse ante el espectáculo estético que esos artistas, exactamente los mismos, les brindaban día sí y al otro, también. Demasiado acostumbrados a la perfección, será eso. Incapaces de resignarse con algo que quede un par de metros por debajo, que también.
Curioso, querido amigo, lo que sucede con Neymar, a quien se concede postiza paciencia, tan falsa como un euro con la cara de Popeye. Prestas las manos para aplaudir el par de esperanzadores detalles que el chaval regala a cada lance, de aquí a cuatro días literales y mal contados se le exigirá punto y final en la fase de aclimatación para que empiece a entusiasmar –no se conformarán con menos–, marear contrarios y golear con profusión. Mientras tanto, se le tolera y se imposta un gesto calificativo hacia él así como muy magnánimo, justo lo que el aficionado culé jamás ha sido. A pasadas glorias les costó un huevo acoplarse y brillar y contados pueden ser con los dedos de la mano aquellos que llegaron, vieron y triunfaron convertidos en modernos Césares, valga el recuerdo para los Cruyff, Sotil, Ronaldo o Romario, pero da igual, que aquí la historia no cuenta en absoluto. Neymar, piensa la feligresía, debería figurar ya entre los citados, aunque no abran la boca para manifestarlo, ni se atrevan siquiera a musitarlo. Al ritmo de desgaste habitual en el club, las primeras críticas al nuevo astro brasileiro llegarán, máximo, dentro de cuatro semanas. Para entonces ya no valdrán los apuntes breves de calidad mostrados, una finta aquí, un cambio de ritmo allá y basta.
Pero, ¿hay títulos en liza antes de Navidad? No, por supuesto, ¿y qué? Con el rabillo del ojo eternamente pendiente de lo que consiga tejer el de la juguetona ceja izquierda desde el banquillo madridista, adversario que da o quita paciencia a los culés con cada resultado, a Martino se le agotará la tregua de los cien días cuando se cumplan exactamente tres meses y algo más de una semana al frente de la nave. Ni un minuto más, ni un minuto menos, que esto va así y cuando preguntas, nadie ha escrito las leyes tácitas, aunque se cumplan a rajatabla de manera abrumadoramente mayoritaria. Hablando de mayorías, continúa el presidente de la entidad convencido de que debe sumar con la fracción disidente, cruyffista la llama él, en pos de un porcentaje digno de comunistas búlgaros, de unir a la gran familia barcelonista, término cursi al que recurre cuando se pone lírico. Eso de las unanimidades en cualquier ámbito sigue siendo discurso de totalitarios, si hilamos fino, o de ingenuos innatos, si actuamos de manera condescendiente. No hace ninguna falta ir a una en entidad que alberga tan variados sentires y sensibilidades, precisamente uno de sus mejores valores intangibles, riqueza nada apreciada. Aquí, ya lo deberían saber, lo único que aúna es el éxito sostenido, irreal, casi inalcanzable desde humanos derroteros, labrado en campos de manera constante, partido a partido, victoria tras victoria sin flojear siquiera en un simple y humano empate. Ahora mismo, la prematura melancolía otoñal indica que no basta con ganar, por supuesto, hay que hacerlo bellísimo ya, como siempre, como de costumbre. No, Martí, no son exigentes, qué va. Son tremendos, directamente, y jamás brindan un respiro. Quedan cuatro suspiros para que empiecen a quejarse y nadie podrá hacerse el sorprendido. Lo llevan en el ADN, son así y no cambiarán jamás, ni ganas, ni mínima intención de hacerlo. Martino ya puede hacerse a la idea y hallar la piedra filosofal o le caerán chuzos de punta en cuanto empiecen a desprenderse las hojas de los árboles para recordarnos que este verano es ya historia. Muy pronto.
Un abrazo, amigo. Una suerte, eso de que seas persona paciente.
Poblenou, tierra de exigencia extrema
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: EFE
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