A grandes rasgos, 2012 fue el año en el que el Barça dejó de ser mejor que los demás grandes y 2013, aquél en el que ha pasado a ser peor. No interesa repetir aquí las razones tantas veces señaladas, pero sí recordar un aspecto clave: todos los contrarios saben (quizá muy pronto este saben se convierta en sabían) lo que hará (o intentará hacer) el equipo catalán y eso les otorga una ventaja competitiva tremenda. Pero también lo sabían antes, y aun así perdían. Es decir, aquello de «es tan bueno que, aun sabiendo lo que va a hacer, no puedes evitarlo».
Una de las claves fundamentales para conseguir aquello era dar a cada rival, por pequeño que fuera, la máxima importancia. Aprovechando que la mayoría de planteamientos no diferían demasiado de los de los rivales más duros, cada encuentro contra un pequeño era un paso más en el engrasamiento de la máquina, una oportunidad más para detectar errores y corregirlos o para introducir distintas variantes sin modificar un ápice del modelo. Prácticamente lo mismo sucedía ante planteamientos inicialmente distintos, pues el Barça obligaba a todos a meterse atrás.
Recuerdo que, antes de tener una comprensión medianamente aceptable del Barça de Guardiola, a veces me preguntaba por qué siempre hacía lo mismo. Por ejemplo, ¿por qué, ante rivales encerrados a los que costaba mucho marcar gol, se presionaba y recuperaba tan arriba que era imposible encontrar espacios mediante los cuales facilitar la generación de ocasiones? La respuesta está en el párrafo anterior. De esa manera, aunque a veces costara más frente a los pequeños, el equipo se fortalecía constantemente de cara a los duelos frente a los gigantes mediante el constante perfeccionamiento de su modelo.
Dar una respuesta distinta a la anterior pregunta fue una de las claves que marcaron a fuego el devenir de la pasada temporada. Tanto el impecable campeonato liguero como la debacle en Champions League. Por supuesto, incidieron otros muchos factores, especialmente la enfermedad de Tito, pero es una realidad incuestionable que el equipo utilizó atajos que sirvieron para llegar más fácilmente a la meta frente a rivales modestos y que, a la postre, llevaron al precipicio en las más altas instancias competitivas. Era algo que se veía venir desde el principio, además, aunque a algunos, entre los que me incluyo, les costara aceptarlo. Vilanova también lo vio y trató de volver al camino anterior. Un camino que, a base de no echar ninguna miguita durante el año, se había olvidado.
Por el momento (y digo por el momento porque aún es muy pronto), Gerardo Martino está yendo incluso más allá en la búsqueda de atajos. Para cada rival utiliza uno personalizado, aunque en ocasiones ello implique abandonar el modelo Barça. Que los rivales no sepan qué va a hacer el conjunto culé, como se puede constatar, es una ventaja considerable en la liga. Sin embargo, para la Champions no bastará. Al menos mientras no se profundice en estas adaptaciones. Es decir, que impliquen también cambios de nombres, nombres de los que sólo se dispone si la enfermería está completamente vacía. Replegarse frente a cualquier gigante con una pareja de centrales que no sea Piqué-Puyol es insostenible, pese a que Valdés parando y Messi corriendo puedan llegar, en ocasiones, a disimularlo. Aumentar las transiciones frente a cualquier gigante tampoco es sostenible mientras no se ubique a Mascherano, Song o Alves cerca de Busquets o no se juegue con un tercer central, aparezca como tal en los gráficos prepartido o no.
Los cambios muy someramente citados implicarían suplencias dolorosas y una crítica feroz siempre y cuando no se ganara. Pero, al fin y al cabo, ese y no otro es el objetivo de Martino: ganar. Un servidor piensa que la insistencia en el mismo modelo (lo que probablemente se haga), aunque se varíen, como es imprescindible, algunos instrumentos, sería la manera en la que el Barça podría volver a alcanzar cotas competitivas más altas, siempre y cuando el nivel de exigencia, cuidado en los detalles e insistencia en el mismo fueran los de otras épocas. Y, posiblemente, también devolviendo a Iniesta de manera permanente al origen de las jugadas; apartándolo de la intermitencia a la que la mediapunta le ha condenado a lo largo de su carrera.
Por supuesto, es legítimo pensar de otra manera. La cuestión es que no valen medias tintas ni marchas atrás y que un Barça muy adaptativo, con sólo dos altos para defender acciones a balón parado, sin Puyol, fichaje de primer nivel para el centro de la zaga, ni dos centrocampistas de gran trabajo defensivo difícilmente pueda volver a ser mejor regularmente que los más grandes. Aunque, claro, en esto del fútbol no existen las verdades absolutas y no saber de antemano de qué manera va a jugar el equipo de Messi es un nuevo reto, quizá indescifrable, para Mourinho, Klopp, Guardiola, Pellegrini, Blanc, Conte o Ancelotti.
* Rafael León Alemany.
– Foto: EFE
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