Fútbol / Fiorentina / Italia
Tras la salida de Cesare Prandelli en el verano de 2010 para sustituir a Marcello Lippi al frente de la selección azzurra, la Fiorentina había quedado huérfana. El equipo viola comenzaba una travesía en el desierto que iba a durar dos temporadas, en la que los continuos bandazos de la institución –Montella iba a ser el cuarto técnico en ocho meses– casi acaban con el equipo en el pozo de la Serie B. Era mayo de 2012, y mientras la Fiore se salvaba agónicamente venciendo en el estadio Via del Mare de Lecce en la penúltima jornada del campeonato, al este de Sicilia un joven Vincenzo Montella lo había bordado como técnico del modesto Catania, asegurando su permanencia en Serie A a dos meses de concluir el campeonato y mostrando un fútbol ofensivo y descarado que enamoraba a la hinchada rossazzurri.
Finalizado el curso, Daniele Pradè, exdirector deportivo de la AS Roma –que llegó de la mano de Fabio Capello en el año 2000 y había sido reemplazado en el verano de 2011 por Walter Sabatini en el club romanista– firmaba por tres años como nuevo director deportivo de la Fiorentina. Pradè, que ya le había dado la alternativa como técnico a Montella en la Roma, apostaba de nuevo por él para emprender un nuevo proyecto que iba a suponer un lavado de cara increíble en una institución entonces gravemente enferma.
El sistema de juego había sido un quebradero de cabeza la temporada anterior. Delio Rossi se había visto obligado a final de temporada, cuando la Fiore se veía con el agua al cuello y antes de ser despedido a dos jornadas para el final por su famoso encontronazo con Adem Ljajic, a cambiar su 3-5-2 por el 4-4-2 que le había pedido expresamente el vestuario. La idea inicial de Montella recuperaba el 3-5-2, pero la llegada masiva de fichajes –la mayoría potenciales titulares– hacían de ésta otra historia.
El primer fichaje de Montella no iba a ser un jugador fantástico ni un portero determinante, sino un mago de la estrategia a balón parado. Un enfermizo estudioso de este arte que a la postre iba a convertirse en el más decisivo de todos: Gianni Vio. Descubierto por Walter Zenga cuando entrenaba al Estrella Roja de Belgrado en 2005, se lo había llevado con él al Catania, y fue allí precisamente donde Montella quedó prendado de este exempleado de banca de 50 años.
Dos de los fichajes de Montella iban a hacer las delicias de Gianni Vio. En la desgracia del Villarreal –descendido a Segunda División– se iba a descubrir un filón. Se necesitaba un interior que escoltase al veterano regista chileno David Pizarro, y en el submarino amarillo estaba la solución perfecta. Borja Valero encajaba en el deseo de ambos: Montella y Vio. Mientras el primero encontraba un centrocampista asociativo, de perfecto desplazamiento de balón y con capacidad para marcar los tiempos de los partidos, el segundo adquiría un guante en todos los registros del balón parado que le abría por completo el abanico de más de 4.000 jugadas que colman su laboratorio. En cuanto a la definición de dichas jugadas de pelota detenida, el equipo contaba con Savic o Luca Toni –ninguno indiscutible en el equipo– como aptos cabeceadores, además del oportunismo de Jovetic en esta suerte, pero se necesitaba algo más. En la tarea de hacerse con un central de garantías se intentaría elegir a uno que, además, fuera bien de cabeza. La llegada del central argentino Gonzalo Rodríguez iba a suponer un salto de calidad trascendental en el desenlace de estas jugadas, aptitud adicional perfecta para el que se convertiría en el líder de la zaga viola.
Con este sistema 3-5-2 la Fiore iba llegar a Navidad en cuarta posición, con intactas opciones de pelear la tercera plaza que da acceso a la Champions League y con un juego brillante que había hecho, hasta el momento, un fortín del Artemio Franchi y que había lucido en escenarios como San Siro.
El esquema era claro: tres centrales, un director de orquesta –Pizarro– apoyado por dos interiores técnicos que facilitaran la circulación del balón y que le dieran fluidez al juego, dos carrileros incisivos de largo recorrido –Cuadrado y Pasqual– y arriba la joya del equipo, Stevan Jovetic como segunda punta cuando salía Luca Toni o El Hamdaoui, o como nueve liberado cuando jugaba Ljajic.
Tras el regreso del parón navideño, 2013 no pudo comenzar peor. La Fiore empezó con una derrota en casa ante el colista Pescara una racha de un empate y cuatro derrotas en los seis primeros partidos del año. El equipo no se encontraba a sí mismo, y fue entonces cuando Montella, en un golpe de timón, planteaba el decisivo partido frente al Inter con un 4-3-3 de inicio. Se mantenía la línea de tres en la media, se avanzaba a Cuadrado al extremo y se retrasaba a Pasqual al lateral, quedaba Jovetic como engañosa referencia arriba y, lo más importante, se ubicaba a Ljajic en el extremo zurdo, donde iba a crecer de manera imparable desde ese día.
El experimento fue un rotundo éxito. Una Fiore desatada pasaba por encima de un Inter en estado terminal que achicaba agua como podía. En el minuto 65, con 4-0 en el marcador –escaso para lo visto sobre el césped– y con la sensación de que un auténtico huracán había pasado por el Artemio Franchi, la Fiore echó el freno y se limitó a relamerse del auténtico espectáculo que había dado. Jovetic y Ljajic, ambos por partida doble, habían machacado la zaga del Inter, a la que el colombiano Cuadrado había vuelto loca desde la banda derecha.
La Fiore recuperó la regularidad, aunque un sprint final vertiginoso –28 puntos de los últimos 36– no le bastaron para alcanzar una tercera plaza que acabó llevándose de forma agónica el Milan en un polémico último partido en campo del Siena, histórico rival geográfico de la Fiorentina.
Quedaba una sensación agridulce. La temporada había sido un éxito, el equipo había vuelto a la zona noble del calcio y la base del equipo invitaba al optimismo en un futuro inmediato, pero el hecho de no jugar la Champions League suponía, además de la decepción lógica al verla tan cerca, la resignación de aceptar que la salida de un crack como Jovetic era prácticamente inevitable.
Montella debía empezar a buscar soluciones a problemas reales y a problemas probables. Planificar sin Jovetic era lo más prudente –su salida era cuestión de tiempo–, y el espectacular cierre de temporada de Ljajic hacía conveniente anticiparse a los acontecimientos, sabedor de que una buena oferta de un equipo que disputara la Champions podría seducir al joven serbio. Ambos jugadores balcánicos habían sido los máximos goleadores de la Fiore la temporada anterior –13 y 12 goles respectivamente–, por lo que, de producirse la salida de ambos, había que fichar gol. Jovetic comunicó a la directiva su deseo de salir y Montella no esperó ni a la confirmación de su salida para lanzarse a por Mario Gómez que, relegado a un segundo plano en el Bayern de Múnich, no dudó en asumir el liderazgo de un proyecto tan serio.
Cerradas la salida de Jovetic al Manchester City y la llegada de Mario Gómez, pasara lo que pasara, llegase quien llegase, el perfil del ataque cambiaba radicalmente. El corte de nueve que la temporada anterior había sido una alternativa –Luca Toni– a partidos atascados o un desahogo para los delanteros titulares, va a ser en esta campaña la última referencia de un patrón de juego. Montella se reinventa de nuevo. Con las llegadas de Ilicic y Joaquín –Montella no quería que le pillara por sorpresa una posible salida de Ljajic– la cantidad de alternativas ofensivas es infinita y apostar por un ataque titular o un sistema determinado es, cuando menos, osado ya que hablamos de un técnico tan flexible en estas lides.
Sin la piedra angular en torno a la que funcionaba el ataque, se reestructurarán los roles en el equipo viola. Está claro que las bandas seguirán teniendo protagonismo, ahora con un killer que inflará las estadísticas de asistencias de los extremos. Dicho esto, habrá que ver si serán los extremos (Cuadrado, Joaquín, Ljajic, o incluso Rossi cayendo a la izquierda) del 4-3-3 los que asumirán ese rol, o serán los carrileros (Cuadrado y Pasqual lo fueron el pasado año) del abandonado 3-5-2 de principio de temporada pasada. La línea de tres centrocampistas parece que seguirá intacta, mientras que el ataque pasa por la compañía de Mario Gómez. Si Montella opta por dos puntas: Rossi –si vuelve el mejor Rossi será difícil sacarle del once– como segundo delantero o Ilicic como mediapunta. Si opta por una tripleta atacante, solo deberá elegir extremos.
Todas estas cábalas responden a cómo encajar los jugadores actuales en los planteamientos de Montella de la temporada pasada. A partir de aquí, camaleónico como es, Montella probará variantes. Le sobra materia prima. Todavía no lo hemos visto en la Fiore, pero Montella ya cambió al doble pivote en su temporada en la Roma (De Rossi-Pizarro) cuando quiso ganar solidez defensiva. Y la verdad, ver una línea de tres cuartos –Rossi, Ljajic/Ilicic y Joaquín/Cuadrado– por detrás de Mario Gómez tampoco suena descabellado. Hipótesis aparte, el reto de Montella es sacar partido a jugadores de personalidad futbolística peculiar. Diría mucho de él como entrenador que consiguiera revertir la irregularidad del eslovaco Ilicic, convirtiéndolo en un futbolista constante y comprometido, o que supiera mantener el nivel de motivación que logró imprimir Pellegrini a Joaquín.
La facilidad con la que la Fiorentina generaba juego la pasada campaña chocaba de bruces con su dificultad para desatascar resultados mediante dicha propuesta. Montella recurría para esto a Gianni Vio, al que le ha llegado un regalo impagable de Múnich con Mario Gómez. La estadística es brutal. La Fiorentina marcó 20 goles a balón parado, sin contar los 6 penaltis que convirtió. O sea ,20 goles fabricados por Vio, de los que ¡16! sirvieron para cambiar el signo del resultado. El laboratorio debe seguir funcionando, pero en el debe del equipo queda traducir ese juego asociativo en arma decisiva para romper partidos.
La expectativa real a día de hoy para los viola es pelearle el segundo puesto a Napoli y Milan. La Juve está un escalón por encima. A la Fiore no tanto por calidad sino por solidez defensiva, zona frágil el pasado año cuyo refuerzo ha dejado Montella en segundo –o tercer– plano este verano. Lo dijo John Gregory, futbolista inglés de finales de los setenta y principios de los ochenta: “Los delanteros ganan partidos, los defensas campeonatos”. Y a la Fiore le sobra arsenal para medirse de tú a tú a cualquier equipo del calcio, pero ninguno de sus defensas parece capaz de poder escribir la historia de este club con letras de oro.
* Alberto Egea.
– Fotos: AFP – EFE
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