“Rosebud”, musita Florentino, engullido en su butacón de terciopelo, solo, a oscuras, absorto, rodeado de un sinfín de elementos ornamentales entre los que resaltan las inmensas estatuas galácticas, de un blanco nuclear, esculpidas durante sus dos mandatos a golpe de talón y que ahora le rodean como si fueran espíritus de las navidades pasadas. Vestigios de gloria y, al fin y al cabo, delirios de grandeza.
De repente, llaman a la puerta. Pesadamente, se levanta y atraviesa el corredor. Abre con desgana. Enfrente, un tiarrón de 1,86 m le pregunta en un rústico castellano con deje británico si ha llegado a Xanadú. “Pasa, te estaba esperando”, dice Florentino. El joven deja escapar un suspiro de admiración ante la majestuosidad de la residencia, ensordecido con el ruido del equipaje en su impacto contra el suelo. “Ha debido costarle un pastón”, vuelve a chapurrear el sonrosado veinteañero. “No es tan difícil hacer dinero cuando es sólo hacer dinero lo que se pretende”, responde el presidente sin inmutarse. Cruzan la estancia hasta que el visitante vuelve a detenerse. Ante él, emergen imponentes las marmóreas figuras de Figo, Ronaldo, Zidane, Beckham, Kaká y Cristiano Ronaldo, colocadas de tal forma que parecen estar jugando un rondo. Cruza fugazmente la mirada con Florentino, que sonríe cabizbajo mientras señala la habitación contigua y le apremia: “Vístete de corto, que van a tomarte las medidas”.
Entra en el cuarto, que resulta ser un taller de escultura donde se encuentran materiales de todo tipo. Sobre una especie de caballete reposa impoluto el uniforme del Real Madrid. Mientras se lo pone, echa un vistazo a su alrededor y repara en que otra figura está en proceso de creación, pero únicamente existe de cintura para arriba. Su cara todavía está por tallar y sólo resulta reconocible su pelo de pincho. Intrigado, lo observa más detenidamente. Luce el dorsal número ’11’ en la espalda, el mismo que estaba llamado a portar él, pero no hay nombre alguno que identifique al desconocido. Vestido para la ocasión y con la sombra de la duda, sale al encuentro de Florentino, que vuelve a estar sentado en su butacón. “Presidente”, dice, “parece que ya se han adelantado con la escultura”. “Eso era un boceto de hace tiempo que salió mal”, replica Florentino. El joven futbolista, blanco reluciente, se sienta en el sofá, inquieto, esperando instrucciones, ante un silencio ensordecedor solamente interrumpido por Florentino: “Rosebud”, escupe el presidente entre dientes. “¿Perdón?”, dice el joven. “Nada, nada. Olvídalo”.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: Ian Kington (AFP)
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