"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Cuentan de Vicente Cantatore que era el entrenador que mejor lograba hacer sentir al jugador rebosante de autoconfianza y que! en alguna ocasión, llegó a comunicar al club que solo le fichara atacantes y goleadores, porque defensas ya se ocuparía él de buscar. Y vaya si los encontró. Juan Carlos y Torrecilla ascendieron desde el filial y como canteranos dieron tan buen rendimiento al equipo que enseguida los grandes llamaron a sus puertas respectivas. El Atlético de Madrid y más tarde el Barcelona, en el caso de Juan Carlos, se hicieron con sus servicios.
De vuelta a las filas blanquivioletas, siendo ya campeón de Europa en Wembley con el Fútbol Club Barcelona, el leonés de Puente Castro, Juan Carlos Rodríguez, era un jugador emblemático en la plantilla. A las órdenes de Johan Cruyff siempre comentó que no tenía muy claro si escuchó esa frase puesta en boca del entrenador holandés en esa final de ensueño de 1992: “Salid y divertíos”. Pero sí, en cambio, oyó otra al equipo de trabajo del técnico oranje formado por el propio Johan, Rexach y Toni Bruins que, como todos, también tenían derecho a equivocarse. Fue en la víspera de la también final de Liga de Campeones, en 1994, Atenas, partido que enfrentaba al Barça ante el Milan.
Era el Barcelona de Romario, Laudrup, Guardiola y Stoichkov. Las malas lenguas dicen que Cruyff ya había aprovechado para hacerse una foto con la Copa en lo que podía ser un menosprecio a su rival. El Milan, sin duda, con menos nombre y donde sus estrellas eran jugadores de equipo como Savicevic, Desailly o Massaro, no parecía inquietar lo más mínimo al staff técnico culé. Así, la consigna de salida en esta ocasión fue: “Estos italianos son bastante inferiores a nosotros. Debemos resolver el partido en pocos minutos”. De resultas de todo esto el Barcelona encajó un 4-0 y “nos mandaron a casa calentitos”, relata el propio Juan Carlos. Eran las cosas de Cruyff, las cosas de un genio.
El Galgo, llamado así mitad por su velocidad explosiva, por su afición a la caza, mitad por herencia familiar (así llamaban a su abuelo), era el capitán de esa plantilla del Real Valladolid que entrenaba el croata Sergio Kresic. Su peso específico en el vestuario y su currículo le hizo chocar en ocasiones con un entrenador que no acababa de contar definitivamente con él. Y que tal vez veía en el leonés un factor de competencia ya que tenía mucho predicamento en el equipo.
Corría un mes de marzo. Tradicionalmente los jueves era el día en el que los jugadores aprovechaban para cenar juntos y dar una vuelta por la ciudad y la zona de ambiente. Tenían derecho a divertirse. El entrenamiento del viernes solía ser benévolo y la repetición hizo costumbre. En éstas se encontraba Juan Carlos en la barra de un local vallisoletano cuando se topó con un amigo ganadero de Tudela de Duero, conocido por El Pecas.
Medio en serio, medio en guasa, comentó a su interlocutor que al día siguiente llevara una vaquilla al Estadio Zorrilla que él se iba a ocupar de soltarla al final del entrenamiento. El Pecas, por lo visto muy poco dado a andarse con chiquitas, le tomó la palabra y al día siguiente, y en una furgoneta, la vaca estaba puntual a su cita en el ‘tentadero’ blanquivioleta. Juan Carlos habló con todos los encargados del mantenimiento del campo para que se ocuparan de que nadie externo, ni medios de comunicación, ni aficionados, estuvieran dentro del estadio en ese momento. Bueno, antes tuvo que convencer a Chuchi Navarro, el jefe de instalaciones, para que el entrenamiento de esa mañana se llevara a cabo en el propio estadio y no en los campos anexos como estaba inicialmente previsto. “Invéntate que hay un hongo en el césped y que no se puede pisar hoy, le comentó. Así se hizo.
Y con estas consignas entró la vaquilla al José Zorrilla, despistada por pisar semejante verde. Un poco más grande de lo pensado y con unas velas considerables, muy pocos de los miembros de la plantilla estaban prevenidos del hecho.
La imagen fue digna de grabación en un programa de vídeos televisivos o de youtube. García Calvo y el argentino Diego Klimowicz optaron por lanzarse directamente al foso, que el miedo es libre; otros, como el utilero Luismi o Mami Quevedo, buscaban el banquillo para ocultarse del peligro. Kresic y Zolo, primer y segundo entrenador, desde el otro lado del campo junto a la mayoría de los jugadores, no acertaban a saber de qué iba esto. ¿Eso negro era un caballo, un perro? Quizá mejor no saberlo. Sin embargo, la idea de Juan Carlos era acercar a todos la improvisada capea. De esta guisa, la vaca fue aproximándose para allá y el único que fue capaz de dar un desordenado capotazo con el gabán, casi sin enmendarse, para quitarse de enmedio al morlaco, fue el propio Sergio Kresic, que apenas daba crédito a lo acontecido.
Pero la vaca no dio muchas opciones al toreo de verdad. No nos referimos al de salón que practica Raúl, el 7 del Schalke, de forma repetida cuando su equipo logra un triunfo. A éste siempre le falta el toro. No, aludimos al de capote y muleta ante un morlaco que pisaba firme el césped del campo blanquivioleta.
Con el número 12, de nombre Reservita, 350 kilos de peso, de la prestigiosa ganadería tudelana de El Pecas con, casi seguro, encaste de El Raso de Portillo, el hierro más antiguo de España, pronto la vaquilla se encaminó, quizá para buscar salida, quizá detrás de algún reclamo, hacia el foso e inevitablemente cayó desde lo alto en una mala postura.
Allí, maltrecha, recibió los cuidados de todos, que no sin esfuerzo lograban meterla nuevamente, mediante una soga, en la furgoneta de vuelta a los chiqueros y a su residencia tudelana, donde pudo compartir la experiencia con las de su especie. El central Santamaría, un tipo diferente, bohemio, amante de los libros y las causas perdidas, fue quien, jugándose el físico, le dio la primera asistencia al tiempo que se encaraba con Juan Carlos y los organizadores-empresarios de tal capea, tachándolos de bestias del paleolítico. De vuelta al vestuario, el delegado del equipo Camilo Segoviano se había perdido toda la función. No se había enterado de nada, enfrascado como estaba en sus papeles y cosas en las dependencias. Cuando entró, todos le fueron poniendo al día de lo acontecido a lo que él contestó señalándose la frente con dos dedos: “Pero vamos a ver, qué pone aquí, pelele, venga basta ya de bromas, dejadme en paz”.
No fue una broma. Fue la primera y tal vez la única vez que una vaca brava pisaba un campo de fútbol de Primera División. Eso es arte, señores, mucho arte y poderío.
* Santiago Hidalgo es escritor y gerente de la Fundación Universidad Europea Miguel de Cervantes.
– Foto: Johan Cruyff junto a Juan Carlos (y su hijo Alberto) en el homenaje despedida al blanquivioleta celebrado en el José Zorrilla (Por Montse Álvarez)
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