"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
La pretemporada, quitando los meses de abril y mayo, fechas en las que se decide absolutamente todo en Europa, es la fase más entretenida del año futbolístico, y lo curioso es que poco tiene que ver con el fútbol en sí. Casi nadie habla de cómo jugó tal equipo en ese partido de preparación contra aquel equipo de amateurs de Laponia al que golearon por 20-0. Los árbitros viven su época más tranquila, sin preocuparse por si van a ser portada de algún medio para ser lapidados con palabras insultantes del ferviente populacho. Mientras, unos futbolistas llegan con la piel tostada por el sol y las primeras carreras provocan rostros fatigados y cercanos al vómito. Otros entrenan por igual, o esperan la llamada de otros equipos para marcharse a otro lugar donde jugar más, donde se sientan más valorados, donde den un paso adelante en su carrera o allá donde sean simplemente más felices. Y luego están los directivos de los clubes y los agentes de los jugadores, personas a las que se les amontona el trabajo para colocar a sus futbolistas o realizar fichajes que mejoren las plantillas o los salarios.
Por estas fechas tan calurosas que se podría descongelar Groenlandia en mitad de la A-3 y hundir España a la altura de la Atlántida, por norma hay dos tipos de planteles. Por un lado están las plantillas con exceso de personal, largas, casi infinitas. Están formadas por más jugadores que fichas permitidas por la Liga de Fútbol Profesional, generalmente de 26 a 30 o más hombres, de los cuales tendrán que abandonar el club o quedarse siempre en la grada entre uno y cinco o más jugadores. Es un problema sobre todo para clubes con dificultades económicas que, si no consiguen darles salida a esos futbolistas, se verán obligados a pagarles sus salarios sin sacar ningún rédito por ello. Y en el otro lado están las plantillas más bien escuetas, breves, que se pueden decir casi de carrerilla en demasiado poco tiempo. Entre 15 y 20 chavales llegan del verano a entrenar y se encuentran con mucho más césped por metro cuadrado disponible de lo habitual. Es un problema, está claro. Hay que fichar para tener un equipo competitivo que dure todo un curso futbolístico, pero si es necesario siempre se podrá tirar del filial para completar las fichas sobrantes.
Y este año hay un caso nuevo, excepcional y exagerado y tiene su localización en la capital del Segura. El Real Murcia ha comenzado los entrenamientos de pretemporada con ocho jugadores del primer equipo, uno de ellos sin contrato en vigor, acompañados por otros cuatro jugadores del Imperial, el filial grana. Es decir, un total de doce jugadores que llegaron a las instalaciones deportivas de Cobatillas y se encontraron con su nuevo entrenador, Julio Velázquez, al que le falta todavía un ayudante, pero que tiene preparador físico y entrenador de porteros (debería ser en singular, este caso, ya que sólo hay un guardameta en nómina). Velázquez fue confirmado apenas unos días antes de empezar a entrenar, y su nombre no aparecía en ninguna quiniela, como sí lo hacían los de Mandiá y Carreras. El coordinador del área deportiva, José Luis Chuti Molina, hace tiempo que perdió la absoluta confianza de la directiva, demostrado en varias discusiones exacerbadas, alguna de ellas a la vista del ojo público. Aun así, es el principal encargado de llenar la vacía plantilla. El presidente, Jesús Samper, pasa más tiempo en Argentina y Madrid que en Murcia. Y mientras, José Antonio Camacho espera noticias para saber si podrá finalmente entrar a formar parte del organigrama del club o si, por el contrario, se pone en la lista del paro. Ah, y de trasfondo está la Ley Concursal que, junto con la crisis económica mundial (y española en particular), está impidiendo empezar siquiera las obras de la ciudad deportiva prometida por la directiva.
Está claro que no está siendo un verano fácil para el Murcia. Ni siquiera sabe a ciencia cierta en qué división jugará la próxima temporada. La lógica indica que será en Segunda, lo que permitirá que la fiesta tras la victoria contra la Unión Deportiva Las Palmas en la última jornada no caiga en saco roto. Esa incertidumbre llegó también a las oficinas del club, que estuvo una semana descendido matemáticamente, razón por la que se rescindió el contrato de ocho jugadores, varios de los cuales están preparando una demanda conjunta por lo que entienden es un despido improcedente, al permanecer el Real Murcia en Segunda. Hasta que no se decida al cien por cien en qué categoría jugará definitivamente el club, será complicado que algún jugador acepte una oferta del Murcia. No dirán sí fácilmente si existe la posibilidad real de competir en la categoría de bronce. Hasta la fecha, Tete (en la foto), ex del Albacete, es la única adquisición.
Y luego está la masa social, enfurecida desde hace lustros con la presidencia del club por la indiferencia de ésta, dicen, hacia el estado deportivo y económico de la entidad. Critican también la falta de disciplina de muchos futbolistas que aparecen bien entrada la noche en las suculentas zonas de copas de la ciudad. Las entradas para acudir a la Nueva Condomina cuestan casi lo mismo que un partido de Primera División y el campo, con capacidad para más de treinta mil personas, apenas acoge cada dos fines de semana a unos cinco mil espectadores, casi todos socios.
El panorama no es halagüeño, ni siquiera está cerca de serlo. La falta de ingresos, el desinterés de la directiva, la escasa afición fiel y el mal rendimiento deportivo hacen prever un futuro de lo más incierto. Un descenso este año habría supuesto el hundimiento del club en lo más profundo del fútbol español, quién sabe si se habría puesto incluso en juego su existencia. Para el Real Murcia, permanecer en Segunda División es cuestión de vida o muerte, de seguir llevando el pimentón por todos los rincones de España o empezar desde cero.
* Jesús Garrido es periodista.
– Foto: Real Murcia
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