No se acostumbra uno a la normalidad de Vicente del Bosque. Es más, parece que irrita el tono sosegado, la sensatez y la humildad de su comportamiento y declaraciones, antes y después de cada partido. En un país de cuchillos afilados, en el que un batacazo retumba más que un éxito sonado, Del Bosque se viste de traje y corbata, reconoce errores y no se adueña de sus aciertos, sino que los ve pasar, como quien observa las barcas en el parque del Retiro mientras da de comer a las palomas. Es Del Bosque el capataz de una selección histórica, que transita por un sendero exitoso inolvidable, con la más que probable última parada en Brasil 2014 tanto para él como para algunos de sus futbolistas capitales.
Cinco años después de aceptar el cargo y con los dos títulos más importantes a nivel de selección en el bolsillo, a veces da la impresión que Del Bosque es un intruso, un postizo, una secuela de una grandiosa película cuyo estreno tuvo lugar en Austria y Suiza allá por el 2008. Un Michael Corleone. Una segunda parte extraordinaria. Sin el carisma ni la verborrea febril de su predecesor, el salmantino recibió como herencia la mejor generación de futbolistas que jamás haya dado nuestro país y se puso manos a la obra, con los resultados ya conocidos. A pesar de ellos, un runrún interminable le acompaña allá donde va, destacando su capacidad de gestor, de alineador, de míster dialogante y obviando por completo su riqueza táctica o su forma de leer los partidos, es decir, su faceta puramente técnica. Su pecado, ganar las dos últimas Copas de Europa del Real Madrid, darse el batacazo con el Besiktas y volver a triunfar rodeado de los mejores; ingredientes imprescindibles para escribir la receta del así cualquiera en el mercado de las flores, tan venerada en según que rincones de nuestra geografía.
Cierto es que la selección y sus seleccionadores siempre han sido objeto de crítica desde tiempos inmemoriales, con la salvedad de que ahora se gana casi siempre y se ha subido un escalón en el ranking histórico mundial, por lo que la exigencia se enfrenta a la excelencia y el reproche a la temeridad. Sería necio decir que Del Bosque nunca se ha equivocado; lo ha hecho y lo seguirá haciendo, como todos, pero en su caso parecen prevalecer más los errores que sus aciertos. Algunos mostrarán su escepticismo ante ciertas convocatorias, el doble pivote, el falso 9, titulares y suplentes, Xavi, Alonso, Navas, Silva, Arbeloa e incluso sus ojos continúan como platos tras ver a Javi Martínez ubicado en la punta de lanza los últimos minutos ante Italia. El resultado, con más o menos sufrimiento, el de siempre. Otro de los grandes méritos de Del Bosque es que ha hecho de la selección un animal competitivo, algo más que un club, un grupo de personas, una familia, que lleva 3 años y 29 partidos sin perder y no encaja gol en una eliminatoria de una fase final de un torneo desde la Copa Confederaciones de 2009. Pase lo que pase seguirá habiendo detractores aún en la victoria, en un país polarizado por los dos grandes clubes que sigue siendo incapaz de disfrutar. Mientras tanto, tras la victoria ante Italia, Vicente del Bosque rumia la próxima alineación a la vez que recuerda una de las famosas frases de Michael Corleone: “Justo cuando creo estar fuera… ¡me vuelven a involucrar!”
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: rtve.es
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