"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Todos los entrenadores se sienten frente a un desafío cuando llegan a un nuevo club y todos los clubes aseguran confiar en su técnico recién fichado, pero pocas veces entrenador y club han mostrado tanta pasión en público como Guardiola y Bayern a mediodía de ayer. Como si no hubieran ganado nunca nada, entrenador y club parecieron dejar atrás sus respectivos palmarés y querer empezar juntos una nueva vida, aunque todos ellos son conscientes de que Pep lleva 14 títulos conquistados en cuatro años y los muniqueses, de historia poderosa, 7 en el mismo período. Así que Hoeness no mentía cuando juraba pellizcarse porque Guardiola haya atendido su propuesta.
Lo tienen todo para triunfar, salvo la incertidumbre y el azar del fútbol, capaz de todas las perrerías. A la distancia parece adivinarse un pulso legítimo por la jerarquía europea, que tanto Rummenigge como Guardiola continúan atribuyendo al Barça pese al reciente 7-0. La pasión con que viven su nueva aventura no parece haberles cegado sobre el estatus real: saben que Messi, Iniesta, Xavi y Neymar son gente de un nivel superlativo y que ni siquiera la unión de un equipo colosal y un magnífico técnico garantizan que el Bayern sea fiable en la continuidad del éxito. Empiezan el camino con pasión juvenil, grandes esperanzas, expectativas altas, un rival formidable en lontananza, pero también con el vértigo de que todo está por hacer porque, en el fútbol, siempre se vuelve a empezar de cero y solo hay presente.
Quizás la mayor muestra de inteligencia bávara sea renovarse en el éxito en lugar de hacerlo en un momento de caída. El Bayern podía haber elegido la continuidad y nadie se lo habría reprochado visto el triple éxito de Heynckes y su plantilla. Con Guardiola quiere dar un paso más, ser un poco mejor y, sobre todo, serlo más a menudo. No es un proyecto fácil y sencillo porque casi cualquier vara de medir será susceptible de ser discutida y Heynckes ha dejado el listón a nivel de récord. Los ojos de Pep parecían transmitir exactamente esa paradoja: está en la cumbre y ha de dar un paso más hacia arriba.
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