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Golf / Deportes

La alquimia de la victoria

por el 17 junio, 2013 • 10:15

Justin Rose US Open Golf (AP)

Phil Mickelson salió como único hombre bajo par en la última jornada del US Open. Las condiciones para que rompiera con una mala racha de cinco segundos puestos en este torneo parecían las ideales: adoraba el campo en que se disputaba, se había mostrado consiste durante tres días de competición y lo suficientemente confiado como para ahuyentar viejos fantasmas. “Me siento mejor de lo que nunca me he sentido”, declaró ayer, un día antes de cumplir los 43 años. Pegó su primer golpe a mitad de calle, el segundo al centro del green y tiró un putt que dibujó perfectamente la trayectoria hasta el hoyo. Podría haber sido su primer birdie del día, pero la bola de Mickelson tocó el borde del agujero y él se echó las manos a la cabeza. Parecía imposible que no hubiera entrado.

El golf es un deporte de precisión, en el que el más mínimo cambio en el movimiento de la cabeza del palo puede desembocar en resultados muy distintos; dramáticos, en ocasiones. El mismo hombre afrontó un putt de poco más de dos metros en la segunda prueba de Merion y contempló, de nuevo, cómo su bola se resistía a caer. Habían pasado solo dos hoyos desde que saliera dispuesto a reconciliarse con su pasado y este le había golpeado con dos dolorosos recuerdos de su paso por esta competición. Un doble bogey en el 3 hacía más grande su herida, que se abrió por completo cuando repitió el mismo resultado en el 5. Puede que no fuera a ser esta semana. Puede que, después de todas las decepciones a través de los años, no estuviera destinado a ganar un US Open.

El fallar en los últimos hoyos de un torneo le han enseñado que la insistencia es un arma poderosa y Phil aplicó todas las lecciones aprendidas durante el resto de su vuelta. En el 8, su bola se resistió de nuevo a entrar y en el 9 tocó una vez más el borde, como pidiéndole más ganas, más contundencia. Mickelson miró a Jim Mackay, su caddie de toda la vida, con unos ojos enormes de espanto y dijo: “¿Estás de broma?”. Pero no había otra opción que seguir intentándolo. Afrontó el 10 cabizbajo, con paso lento y se enfrentó a uno de los golpes más peligrosos de los que llevaba en el día. Había un espacio de dos metros para que botara la bola, justo entre un profundo bunker y un green cuesta abajo. Salió alta y suave hacia el cielo, aterrizando en el único punto que la dirigía hacia el hoyo. No habían entrado desde la hierba, pero el repertorio de Mickelson es tan inmenso que convirtió un vuelo imposible en un eagle. El primer signo positivo de su jornada.

Justin Rose US Open Golf (AP)2

Dos partidos por delante, Justin Rose había tirado un putt kilométrico en el 6 que entró por el centro del agujero. Se había mostrado muy regular a lo largo de toda la semana, siguiendo un plan de ataque adaptado a los múltiples peligros que entraña este recorrido. Si se encontraba en el tramo más exigente de Merion, se alejaba del agua, los árboles y los fuera de límites; si afrontaba el más dócil, era tan certero como impasible. Justin hizo birdie al 7 y al 12 gracias a dos soberbios impactos, tomando el control del torneo a base de no errar; de sacar el máximo partido a sus aciertos. En el 13, escuchó desde el tee de salida a un público enfebrecido con la remontada de Mickelson y envió su bola al centro del green. “Este es mi momento”, debió pensar. Su bola rodó durante varios segundos antes de volver a caer por el centro del hoyo y él dedico a las gradas la misma pose que ejecutara en la Ryder Cup, cuando ante el mismo hombre ganó su partido el domingo por la tarde.

Era 1980 cuando Jack Nicklaus ganó su cuarto US Open y declaró: “Un campo difícil elimina a muchos jugadores. Las banderas eliminan a otros tantos. Algunos no están capacitados para ganar aquí y, muy a menudo, ellos también lo saben”. Puede que sea el caso de Phil Mickelson, un jugador capaz de pegar golpes imposibles para el resto de sus rivales pero que, en ocasiones, pierde el control hasta tirar sus opciones por la borda. En esta ocasión fue en el 13, en el mismo hoyo en el que Rose se había mostrado implacable. Su golpe aterrizó diez metros pasados la bandera, enredando la bola en una hierba más parecida a un campo de alambres. Salió de allí con un nuevo bogey y la necesidad de otra remontada en el tramo más complicado de Merion.

No existe una única forma de ganar un torneo. Severiano Ballesteros, Tom Watson o el propio Mickelson lo han conseguido en multitud de ocasiones jugando desde el rough, entre los árboles o consiguiendo auténticas proezas desde situaciones imposibles. Sin embargo, los dos hombres que más triunfos han acumulado a lo largo de la historia de los grandes, se caracterizaban por una virtud asombrosa: cuando la situación dependía de Tiger o Nicklaus, raramente fallaban; es más, tendían a cerrar la competición lo antes posible. No existe una alquimia de la victoria en el golf, pero lo más cercano que ha servido como método es esta capacidad de control en un deporte ingobernable. Justin Rose demostró tenerla ayer durante 18 hoyos y el par del campo fue suficiente para que se convirtiera en el primer inglés en ganar el Abierto de los Estados Unidos desde que Tony Jacklin lo hiciera en 1970. Se trata de su primer grande, pero llevaba preparándose para la ocasión desde que con 17 años y todavía como aficionado, terminara cuarto en el Abierto Británico. El camino también ha sido largo y lleno de dificultades, pero fue un periodo necesario para que comprendiera esta compleja ciencia en la que un hombre despliega una estrategia a la perfección mientras sus rivales buscan golpes imposibles.

Justin Rose US Open Golf (AP)3

* Enrique Soto.




– Fotos: Charlie Riedel & Julio Cortez (AP)




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