"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Todos sabíamos desde hacía una semanas que el 5 de junio San Mamés abriría por última vez. Además, pronto caí en la cuenta de que yo no estaría allí. Me despedí de esa mi casa el día del Barcelona, 36 años después de la primera vez.
Por eso, porque no iba a poder asistir, quise vivir la noche de ayer como cuando era un niño. Escuchando la radio. Viviendo en Madrid tenía la posibilidad de ver el partido por internet pero no me interesaba. En San Mamés o por las ondas herzianas. Y esto último fue lo que hice, admirar en la distancia. Fueron tres horas sin derramar una sola lágrima pero con el vello formando un ángulo de 90 grados con los brazos. Hasta pequeñas convulsiones eléctricas hubo. ¿Volvía a mi niñez a mis 42 primaveras?
No jugaba el Athletic Club por última vez en San Mamés, o al menos no era lo mollar de la noche. Ayer, todos despedíamos a San Mamés. Un templo de formación de personas, de crecimiento de hombres, un santuario de relevos generacionales, un hogar con numerosas habitaciones donde nadie ha sido jamás excluido. Una universidad de la vida. ¿Exagerado? Ni un poco. Quizá sea que no hayas bebido de esa fuente. San Mamés sanaba, educaba y te hacía persona.
Los Urrutia vete a casa, Bielsa quédate o ¿y sin Llorente queeeeeeeeé? de los fondos eran tan accesorios como anecdóticos. Por si alguien pudo entrar en el Campo sin ser consciente de lo que allí se libraba, bastó con ver la salida de tantísimos históricos que maravillados devolvían a su Casa todo lo que esta les había permitido ser una vez. Risas, chanzas, abrazos, reencuentros, cojeras, canas, calvas… pero sobre todo nervios, emoción y respeto máximo. Eso se palpó en el verde desde la grada, la televisión y la radio al poco de ver a todos aquellos exjugadores tomando el centro del campo. Desde don Rafael Iriondo a Aitor Ocio, por cubrir cronológicamente a quienes quisieron o pudieron participar en el evento.
Pero hubo un detalle en el que se fijó muy, muy poca gente y que lo mostraba, para quien quisiera ver, esta fotografía tomada unas horas antes del inicio del homenaje desde un córner de Ingenieros.
San Mamés tenía su liturgia y siempre ha habido elementos a percibir en él al asomarse a las gradas. El cielo, el viento -ojo como fuera sur-, el inmaculado césped… Pero tal y como muestra la fotografía, el aspecto del campo presentaba una vieja novedad. Mírala otra vez. ¿La ves? ¿No?
Hacía muchos años que las porterías no llevaban las cepas de sus postes pintadas de negro. Y así alguien sacó esta foto previendo, quizá, lo que después podría suceder. Vale que en San Mamés se han cuidado los detalles con exquisitez británica pero ¿hasta el punto de repintar los postes para un encuentro de fútbol tantos años después?
Pues sí. Al final del encuentro comprobamos lo que nadie, o casi, intuía. Salieron a jugar los grandes capitanes del Athletic desde los 60 hasta anteayer. Cuando se vio que Andrinua, Orbaiz, Guerrero y Dani fueron saliendo al terreno de juego, la gente se frotaba los ojos entre llantos de emoción. Cuando el gran Dani cayó lesionado… la cepa negra de los postes cobró todo su sentido semi-oculto. Vestido de riguroso negro y con las medias a rayas, cómo si no, corrió hacia el arco, volvió a puntear el larguero 33 años después y fijo su vista en el balón… José Ángel Iribar Kortajarena. ¿Cómo no iba a contar Iribar con el privilegio de decir agur a San Mamés? Porque no caigamos en el error de pensar que Iribar salió a jugar con el Athletic de sus amores por vestir una vez más la zamarra de su equipo. No. El Chopo salió a gozar de la posibilidad de despedirse de su Casa desde el lugar que le elevó a ser el número 1 durante décadas. Por eso, alguien tuvo la impagable idea de teñir la parte inferior de los palos del arquero que nos dejaba boquiabiertos cada 15 días. Porque Iribar fue el cojonudo de la célebre canción cuando las porterías eran como Dios manda. Y así, el jugador más mimetizado con San Mamés de cuantos quedan con vida, redondeó un adiós a nuestra Casa bajo el manto de una última demostración de que allí lo que parece accesorio siempre fue sustancial.
Agur, cátedra de hombres. Agur, San Mamés.
* Lartaun de Azumendi es periodista.
– Foto: Marca
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