"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
El éxito tiene que definirse en función de lo que depende de ti, en este caso, del nosotros. El objetivo no es ganar, sino hacer las cosas bien para ganar. La victoria es la consecuencia de ese saber hacer esa serie de cosas, que más y mejor hacemos entre todos nosotros.
Optimizar lo que representa el sistema equipo y el subsistema jugador, intentar reproducir con la mayor frecuencia posible aquello que más y mejor realizamos juntos. Como consecuencia de todo esto, intentar, repito, intentar, que durante el encuentro pase y ocurra el mayor número de veces posible aquello que antes del comienzo todos pretendíamos.
Hago mención y recalco intentar, puesto que en nuestro contexto natural es harto complicado o, como mucho, pocas veces conseguimos que todo el partido sea nuestro.
Interactuando y conviviendo constantemente con toda la incertidumbre que rodea e invade al juego, nuestras regularidades y hábitos colectivos reducirán protagonismo a esa variabilidad, lo cual nos permitirá acercarnos a la tan ansiada estabilidad. Una estabilidad, por otro lado, quimérica siempre y cuando no seamos capaces de imponernos en contextos y escenarios tan dispares entre sí: estar capacitados y adaptados para ajustar, adaptar y contextualizar respuestas en todos los órdenes y en tan diferentes situaciones. Organización.
Estructurar y organizar nuestro juego en base a lo principal, los jugadores de los cuales disponemos, para así exigir en relación a lo que con mayor naturalidad ocurre entre ellos. Ese orden regulador externo se antoja fundamental (rol y responsabilidad del entrenador).
A continuación, el rival de turno tendrá asegurado su cuota de protagonismo. Un protagonismo relacionado al propio enfrentamiento y al plan de actuación. Llegamos a la Estrategia Operativa.
Una estrategia operativa que tiene como objetivo reconocernos a nosotros, conocer a nuestro oponente, para así manipular nuestro quehacer semanal para enfrentarlo y ganarlo.
Establecido el comienzo, anticipar y prever todo tipo de escenarios, sustraer la mayor cantidad de imprevisibilidad al juego rival para, en definitiva, y respetando lo que somos nosotros, provocar incertidumbre en ellos.
Eso se consigue conociendo a nuestro mayor patrimonio, que son nuestros futbolistas, y entrenando.
Facilitar y dotar al equipo de recursos alternativos para estar en condiciones de no dejar de sorprender y de protagonizar, bien sea a través de ir a buscar o esperar, de estar o incorporar. ¿Todo en relación con la naturaleza de los jugadores? ¡Sí! Ahora bien, debemos ampliar recursos, sus propios recursos. Disponer de diversas posibilidades.
Todo es susceptible de mejora y ampliación. Creo que el fútbol es de los jugadores facilitados por (buenos) entrenadores. Estamos inmersos en una época donde o somos de Mourinho o de Guardiola o, lo que es peor, a veces incluso nos atrevemos a ningunearlos. También de discutir acerca del rol del entrenador y su relevancia en el resultado. Al Barça y al Real Madrid los entrena cualquiera, solemos escuchar.
¿Por qué nosotros, representando una hiperestructura compleja, al igual que el jugador, caemos en tal simpleza, en tal reduccionismo y en semejante patraña?
Rasgos estables + adaptaciones estratégico-situacionales + talento + dirección de partido (que no interpretación) nos acercará sin duda a estar en disposición de lograr esa serie de objetivos parciales que nos conducirán al objetivo final: hacer más cosas y contraer más méritos que el rival de turno para así lograr la victoria. ¡Que la incertidumbre y el azar os acompañen!
* Rubén de la Barrera es entrenador.
– Foto: TEAMtalk Media
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