"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Pesaditos son los mayoritarios con el arsenal de sus superpotencias. Ahora, en ritmo previsible, el frenesí irá en aumento exponencial hasta tapar el sol y dejarnos a oscuras. De repertorio y de razones, que todo se envilece. Dale con la disyuntiva maníaca de estos o esos, no hay más. La necesidad de encasillar entre ambos bloques, sin margen a las alternativas, consigue centrifugar al resto, apartándolo hacia la triste y mísera periferia residual. En tiempos no tan lejanos, podías ser charro, lanero, seguidor del Córdoba de Mingorance y Simonet y tantas otras variables, llamémosles provincianas, sin necesidad siquiera de justificar tus preferencias. Y bien orgulloso, oiga. Ante el agobio globalizado, se ha perdido incluso ser del equipo de tu barrio, del Europa en Gràcia, del Rayo en Vallecas; de tu ciudad menor o de tu club de segunda, cuarta o ínfima categoría. Dentro de la aldea global, parece más chic e incluso propio declararte sentimentalmente cercano al Arsenal o al Zenit que proclamar orgullo de patria chica. Fatal. Cuesta hacerse a la idea de que la Liga es ya, per secula seculorum, patrimonio a repartir entre culés y merengues, sin otro postor al pastel, como para, encima, suspirar por la irrupción de modestos resultones, feos pero atractivos, pobres aunque honrados. Vaya la disquisición a la salud de recrear a un equipo vestido de rojo que nos robó el corazón cuando ni siquiera Armstrong había ensayado lo de un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la Humanidad…
Lo del Pontevedra en los 60 habría que reivindicarlo. Sin movernos de Galicia, podríamos regocijarnos con el Compos recién estrellado o con aquel Orense de Pataco, pero aquello guarda mayor miga y cuajo. Como en otros tantos casos, sabe mal verle en Tercera, perdido por las simas, cuando supo arrebatarnos la imaginación desde la humildad, paseándose seis años por Primera como el señorito maneja el caballo por su cortijo.Tiempos del hai que roelo, término acuñado por sus incondicionales para expresar cuán cuesta arriba eran capaces de ponértelo si pretendías cometer la atrocidad de ganar en su campito de Pasarón, caja de cerillas donde las pasabas canutas, te llamaras como te llamaras, y de la que ellos conocían cualquier bote o bache que les favoreciera, a la manera de los Celtics con su infumable parquet de Boston en tiempos de Bob Cousy. El Pontevedra enhebró dos o tres cursos a punto de entrar en posiciones europeas gracias a un equipo con Cobo o el ex barcelonista Celdrán bajo palos; Irulegui, Batalla, Cholo en la defensa -siempre los mismos, hasta conseguir que los memorizaras- y una pléyade de delanteros, cada uno con su historia personal: Martín Esperanza, Neme, Roldán, José Jorge, Yosu, Fuertes…
Lo del delantero centro Neme, palabras mayores, guardémosle listón de respeto similar al de Vavá en Elche o Porta en el Granada, maravilla de progresión o cómo surgí del subsuelo hasta conseguir mis quince minutos de gloria en el fútbol. Gracias a su habilidad goleadora y posicional, cualquier rechace en el área caía en sus pies, Don Nemesio llegó incluso a la internacionalidad entre el plantel elegido para el Mundial del 66, obtenido por Inglaterra en su propio Wembley.
Total, que militar en la adoración a estos pequeños prodigios se ha convertido ya en anacronismo. Con la felicidad y autoestima colectiva que procuraban, con lo orgullosa que se mostraba su exigua parroquia. Y ahora, siempre ves las mismas caras fielmente de acuerdo su categoría y prestigio al presupuesto que manejen. O a la capacidad mostrada de endeudarse a lo grande, que también cabe como alternativa. Tiempos aquellos que jamás regresarán cuando veías a los Pontevedras de marras enfrentados a gigantes y deseabas que el soñador Quijote le mojara la oreja al todopoderoso, rompiendo quinielas a troche y moche. Vaya, esto ni siquiera es Inglaterra, donde, al menos, han sabido preservar las ilusiones del paria gracias al torneo copero a un partido. Con la eliminatoria de ida y vuelta, se acabaron los sueños del pequeño seductor, también por dictado de los grandes, recelosos de caer en un supuesto ridículo.
Conste que temblaban en Pasarón, conste que costaba horrores doblegarles, conste que representaban la imagen del bíblico David dándole al balón, bocanada de brisa fesca tan cara hoy de soplar en esta cerrada estancia. Martín Esperanza era el nombre perfecto para un interior derecho de conjuntos así. Camiseta burdeos, pantaloncillo azul, medias también sanguíneas, escudo hecho de piedra, espejo de emulación para tu querido y cercano modesto, que ya sabía a quien emular si aspiraba a que sonara la flauta. Y vaya si sonó entonces, cuando superaban al Depor en atractivo territorial y reinaban por Galicia con absoluta naturalidad. Cuando el encono entre superpotencias raya el paroxismo, recordar agradecidos las cercanas virtudes de algunos legendarios significa resistirnos al vigente esto es lo que hay. Cinco décadas después, tener presente a Neme implica que lo hicieron de fábula.
* Frederic Porta es periodista. En Twitter: @fredericporta
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