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Táctica / Entrenadores

Sobre el polémico balance de Rafa Benítez

por el 29 mayo, 2013 • 19:34

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Tras haber sucumbido en la Supercopa de Europa ante el Atleti y una vez eliminado –virtualmente– de la Champions, Roman Abramovich prescindía en noviembre de Roberto Di Matteo, al que ya había agradecido los servicios prestados renovándolo un año tras el milagro de la Champions, y fichaba a Rafa Benítez a pesar de la oposición de la hinchada del equipo blue, que no le perdonaba su pasado en Anfield. El magnate ruso consideraba que el exentrenador del Liverpool era el propicio para acometer los dos grandes objetivos en que había tornado la temporada tras el descalabro en la fase de grupos de Champions. El primero era ganar un título de peso aparte del Mundial de Clubes, que Abramovich consideraba innegociable. Y el segundo, más difícil, que a pesar de ser imposible de amortizar el segundo mayor fiasco financiero de la historia –parece que solo el fichaje de Kaká lo supera–, por lo menos se atenuaran las pérdidas, consiguiendo colocar a Fernando Torres en algún equipo este verano, aunque fuera como parte de la contratación de otro jugador. Porque recordemos que Fernando Torres tiene contrato hasta junio de 2016 y cobra 10,8 millones de euros por temporada, una losa demasiado pesada para la presión que soporta el jugador y para las arcas del club londinense. Nadie como Benítez para asegurar un título –había ganado más de un trofeo en cada uno de los tres clubes grandes que había dirigido– y para relanzar a un Torres que nunca rindió mejor que con el entrenador madrileño.

En el momento de llegar Benítez, el Chelsea ya había perdido tres de los siete títulos a los que aspiraba a principio de temporada (Community Shield, Supercopa de Europa y Champions) y pasaba a competir por cinco (la Europa League sustituía a la Champions). El Chelsea disputaría íntegra con él FA Cup, el Mundial de Clubes y la Europa League, además de coger al equipo en cuartos de final de Capital One Cup y tercero en la jornada 13 de la Premier, a cuatro puntos del Manchester City, líder, y a tres del United, segundo.

Benítez tenía tres semanas para preparar el Mundial de Clubes, al que iba a llegar con el equipo lleno de dudas. Dos empates a cero ante City y Fulham, una derrota en Upton Park ante el West Ham y una victoria por 1-3 ante el Sunderland era el pobre bagaje de los cuatro primeros partidos en Premier con el madrileño en el banquillo. En Tokio, tras vencer a Monterrey en semifinales, el partido ante Corinthians iba a marcar el transcurso de la temporada.

Benítez, fiel a las rotaciones, dejó en el banquillo al brasileño Oscar y apostó por Moses. El planteamiento defensivo perfecto de Tite, técnico del Timao, quizá necesitaba más de la creatividad del exjugador de Internacional de Porto Alegre que de la verticalidad del nigeriano, y así se evidenció después. Un Chelsea plano y sin ideas apenas inquietó a un Corinthians sin fisuras, que esperó su momento, que llegó con el gol de Paolo Guerrero a mediados de la segunda parte que terminaría por dar el título a los brasileños. Benítez sacó a Oscar tras encajar el gol pero ya era demasiado tarde.

La derrota multiplicaba la crispación entre la hinchada del Chelsea, que veía cómo una temporada que comenzó siendo ilusionante podía acabar en un fracaso colosal.

El balance que dejaba Di Matteo en la Premier había sido de 24 puntos sobre 36 posibles (66 %), números que como mínimo debía mantener Benítez para clasificar al equipo para la próxima Champions y que estaba obligado a mejorar si quería pelear el título. En esta competición no pasó del aprobado, logrando los mínimos exigibles para un equipo que en los diez años con Abramovich como dueño jamás había fallado en su cita con la Champions. Benítez, en la Premier, ha calcado prácticamente la media de puntos de Di Matteo, consiguiendo 51 puntos de 78 posibles (65 %), cifra insuficiente para pelear por la Premier League. Es cierto que el Manchester United, desde que llegó Benítez hasta que se proclamó campeón matemáticamente, hizo unos números escandalosos y difíciles de igualar. De los 22 partidos disputados en este espacio de tiempo, los de Ferguson ganaron 18, empataron 3 y perdieron solo ante el Manchester City en casa cuando ya le sacaban 15 puntos a los citizens y eran virtuales campeones. Pero también es verdad que con los 75 puntos (y +36 en la diferencia de goles) que ha logrado el Chelsea solo hubiera ganado una de las 21 ligas inglesas que se han disputado desde que naciera la Premier League a mediados de 1992 (la de la temporada 96/97).

En la Premier, el Chelsea acusó excesivamente las 20 jornadas sin marcar que estuvo Fernando Torres –en toda la segunda vuelta anotó su único gol en la última jornada frente al Everton–, números insostenibles para el delantero centro del equipo campeón de Europa. Sin embargo, es precisamente en este tramo final de temporada cuando hemos visto al que, sin duda, ha sido el mejor Fernando Torres desde que firmara por el conjunto blue. Seguramente no es la Europa League territorio para medir a un futbolista que costó 60 millones de euros, pero es de justicia decir que ha sido un jugador capital en esta competición con seis goles en siete partidos.

Quizá la mayor virtud de Benítez en su estancia en Londres haya sido la planificación física del equipo, que ha llegado perfecto al tramo final de la temporada con más partidos (¡69 encuentros!) que cualquier equipo europeo haya disputado en mucho tiempo. Quizá el único pero que se le puede poner es la derrota en semifinales ante el Manchester City por 1-2 en un gran partido que se decidió con una genialidad del Kun Agüero. El sprint final le ha dado para ganar ocho y empatar dos de los últimos diez partidos de la temporada, lo que ha supuesto al Chelsea imponerse en la carrera por el tercer puesto a sus vecinos Arsenal y Tottenham, y conquistar el que para Benítez es su quinto título europeo con el tercer equipo distinto, igualando a una leyenda como Udo Lattek como únicos entrenadores en toda la historia que han ganado títulos europeos en tres equipos diferentes.

En los dos saltos a un grande de fuera de Europa que dio Benítez en su carrera fue a caer, curiosamente, a un lugar donde la sombra de Mourinho todavía sigue siendo demasiado alargada, lastre que no ha podido afrontar ni en el Inter primero, ni el Chelsea después. Porque si en el Chelsea la sombra de Mourinho no pasaba de la hinchada, en su llegada al Inter estaba, además, presente en el interior del vestuario. Se encontró con hombres que tenían más arraigo a Mourinho que al propio Inter y que debían encarar una temporada con seis títulos en liza viniendo de disputar el cupo máximo de partidos potenciales en una temporada –habían ganado los tres títulos que habían disputado con Mourinho– y con un mundial a las espaldas diez de ellos. A esto hay que sumar la cabezonería de su presidente, Massimo Moratti, convencido de que un equipo campeón de Europa no necesitaba invertir en retoques, y las más de 30 lesiones que sufrió el Inter durante la estancia de Benítez en Milán.

Aun con todo esto en contra, no excusa que el juego de su Inter jamás dio el nivel. Fue despedido la víspera de la Nochebuena del 2010 con unos números paupérrimos en Serie A: séptimo con 23 puntos (de 45 posibles) y dos partidos menos, a 13 puntos del A. C. Milan con 19 goles en 15 partidos y con la sensación de no haber cogido nunca las riendas del veterano vestuario interista. Se iba, eso sí, con dos trofeos de los tres de corto recorrido que había disputado: la Supercopa de Italia (3-1 ante la Roma) y el Mundial de Clubes superando por 3-0 al modesto Mazembe, equipo de la República Democrática del Congo que había sorprendido al Internacional Porto Alegre –entonces campeón de la Libertadores– en semifinales. La derrota en la Supercopa de Europa ante el Atlético de Madrid del Kun y Forlán en (0-2) privó al Inter de hacer pleno de títulos en el 2010.

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Moratti tenía tomada la decisión de echar a Benítez después del Mundial de Clubes a principios de diciembre, pero aun así el técnico madrileño le facilitó las cosas. La tensión con Moratti era irrespirable y así lo expresó el presidente interista: “Lo siento por Benítez, pero vamos a empezar de cero. Más allá de las declaraciones que hizo en el Mundialito, yo ya no estaba satisfecho. Después de oír los que dijo ya no tenía ni ganas ni paciencia de seguir con él. La ruptura era inevitable”. Rafa Benítez había entrado con mal pie e iba a salir de la peor manera. En una rueda de prensa incendiaria,  se quejó primero de que el club no invirtiera en fichajes (“Me prometieron tres para ganarlo todo. No vino nadie. El año pasado se gastaron 80 millones; el anterior, 50. Conmigo se han gastado cero”) y luego puso sus condiciones: “No me gustó nada que se dudara de mi trabajo. Soy entrenador desde hace 25 años y he ganado mucho. Quiero el respaldo del club y el control de los jugadores dentro y fuera del campo. Hay tres caminos: uno es que me den apoyo y me fichen a cuatro o cinco jugadores antes del 29 de diciembre. Otro es seguir así, sin un proyecto y con un único culpable, que soy yo. Y el último es que hablen con mi agente”. Ni Benítez perdonaba a Moratti que no le hubiese dado los plenos poderes que le otorgó a Mourinho, ni Moratti –que había apostado por él ante la falta de alternativas en el mercado– le iba a perdonar a Benítez que lo pusiera en evidencia a los ojos del mundo entero.

Dos años y medio después, el regreso de Benítez al Calcio es una buena noticia para el fútbol italiano, necesitado como está de personajes con solera que le den ese aura mediática de la que cada vez adolece más, y un técnico campeón de Europa la tiene sin duda. A diferencia del Inter que cogió en el 2010, este Napoli tiene margen de mejora. Esta temporada, a pesar de haber sido magnífica, ha dejado la sensación de que el equipo napolitano no ambicionó más, de que se conformó con lo que ya era de por sí como para calificar la campaña de notable. Tres partidos en San Paolo han reflejado la falta de ambición del Napoli esta temporada: la eliminación ante el Bolonia en octavos de final de la Coppa por 1-2, su incomprensible actuación ante el Viktoria Plzen en Europa League, donde el equipo salió humillado de San Paolo (0-3), y la falta de afán por ganar a la Juve (1-1) en un partido que, de ganarlo, les hubiera hecho meterse de lleno en la lucha por el Scudetto. Un equipo al que le ha sobrado constancia y solidez en la Serie A –su segunda posición lo evidencia–, pero al que le ha faltado convicción en sí mismo en esos partidos que distancian el escalón entre los buenos y los grandes.

Y es aquí donde el fichaje de Benítez parece perfecto. El entrenador madrileño firma por el equipo más parecido al Valencia con el que salió campeón, de todos los que ha entrenado desde entonces. Un conjunto sólido en defensa, aguerrido y hecho, necesitado de alguien que contagie ese gen competitivo y ganador del que ha adolecido el Napoli este año. Benítez, que sin olvidar sus dos ligas con el Valencia siempre se sintió más cómodo en las competiciones de duelo directo y en el todo o nada, es la apuesta de Aurelio De Laurentiis, que demuestra ser un presidente que tiene clara la filosofía de su club y que se encomienda al que intuye como hombre propicio para dar el salto de calidad que ya empieza a pedir a gritos el Napoli.

* Alberto Egea.

– Fotos: Reuters – @ADeLaurentiis




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