"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Franqueado el listón de César Rodríguez, a Messi le toca ahora remar y golear en dirección a la legendaria sombra del segundo clasificado. Y si el Pelucas bien merecía acercamiento biográfico para disfrute de las nuevas generaciones, con Josep Samitier da para una deliciosa enciclopedia completa. De bastantes volúmenes, por cierto. Sami, el Mago del Balón, el hombre saltamontes, por citar sus tres alias populares, cabía perfectamente en la definición que los estadounidenses acuñaron a la salud del mítico beisbolista Babe Ruth: bigger than life. Más grande que la propia vida, exageración que, tras conocer su trayectoria y aportación, queda casi en justa medida de calificación. Josep Samitier fue el primer futbolista/estrella mediática de España al alimón con su amigo del alma, Ricardo El Divino Zamora. A los once años, el precoz Sami jugaba ya con los juveniles del Internacional y deseaba militar en el Barcelona (aún no Barça, término inventado en la década de los 50). Poco costó convencerle: le engatusaron gracias a una americana y un pantalón de sastre, a medida, y el regalo de aquel ya mitificado reloj con esfera luminosa -para ver la hora de noche-. Con tales dádivas, a Sami le bastó y sobró para fichar. Nada de traspasos, ni otros emolumentos. Hablamos del fin de la Primera Gran Guerra, cuando una enriquecida Barcelona seguía de cerca el ritmo Belle Epoque marcado desde París y el Paralelo o las Ramblas resultaban puro bullicio nocturno. Pero el fútbol todavía era oficialmente amateur. Aunque cobraran estupendas cifras bajo mano.
El inglés Greenwell, su primer entrenador, le alineó en la media a fin de aprovechar esas tremendas condiciones físicas. Al comprobar la facilidad natural ante portería, su versatilidad para ocupar cualquier puesto de ataque, le avanzó unos metros, sin que nunca se le llegara a considerar goleador. Cambio de posición con éxito: a los 18 años, era el benjamín entre la expedición española que logró la plata en los Juegos Olímpicos de Amberes. Cualquier abuelo o bisabuelo catalán, con la sola mención de su nombre, sacaba a charla mil y una anécdotas de tan tremendo personaje. Además, la inmensa mayoría, verídicas. Un carácter de mil demonios en cancha que le llevaba a las manos con bastantes contrarios, en especial si lucían la blanquiazul del Español. Un carisma descomunal, que le convirtió en ídolo de masas y amigo íntimo de contemporáneos como Carlos Gardel, Maurice Chevalier o el púgil Georges Carpentier. Un pillo simpático, capaz de demorar quince minutos el lanzamiento de un penalty en un Austria-España alegando que el encargado del tiro era un suplente en tiempos previos a los cambios, por lo que hizo revisar las fichas al árbitro hasta conseguir el enloquecimiento del pobre austríaco, que envió el balón al limbo. Salto y condiciones gimnásticas en grado superlativo, de ahí lo de saltamontes, plasmados en instantáneas de época que le inmortalizaban en poses realmente inéditas hasta entonces…
DE ALBERTI A GARDEL
Samitier, Platko y Gardel
Allá donde mires, aparece un episodio de Sami. Aportamos uno inédito, a la salud del Magazine: él solito desquició a toda la Real Sociedad en el tercer partido de la final del Campeonato de España de 1928, disputada en Santander. Tras dos lances durísimos -el primero mereció la Oda a Platko del estupefacto Rafael Alberti-, el Barcelona se puso en ventaja por 3-1 en el descanso del desempate y Samitier dedicó el segundo tiempo a lanzar el balón fuera de banda, a la manera de las touches en rugby, con medidos cambios de juego más allá de la línea de cal destinados a minar la moral de los donostiarras. Con él, seguimos en el alud, se inician las celebraciones masivas, las recepciones oficiales y la salida al balcón para saludar a los congregados: todos los fanáticos deseaban escuchar los populistas parlamentos de Samitier, maestro en la oratoria encendida. Por cierto, mientras, en aquel 1928 triunfal, el equipo de los Platko, Llorens, Walter, Mas, Carulla, Vicenç Piera, Arocha o Sagi volvía en tren desde Bilbao para movilizar el mayor recibimiento visto en aquella Barcelona a lo largo del siglo XX, Sami regresaba desde Santander en el haiga de un tal Gardel, que le hacía de chófer. Lo hizo con tiempo suficiente para esperar a los demás cómodamente instalado en un despacho de la Estación de Francia, mientras 30.000 personas ajenas a su presencia aguardaban más de seis horas la arribada de los triunfadores. Con el detalle va el perfil del personaje.
Él protagonizó la primera traición cuando la nueva directiva barcelonista, celosa de su inmensidad, le comunicó que su contrato no sería renovado. Excusa, lo avanzado de su edad, 34 años. Pequeño error demagógico: apenas cumplía los 30 raspados, pero sus 13 temporadas, 454 partidos y 326 goles le habían convertido en personaje demasiado visto. Y envidiado por su fama, también. Ya que lo sentimental le impedía irse al máximo rival de aquel entonces, el Español, aceptó el fichaje por el Madrid, donde ganó Liga y Copa, antes de regresar a casa para recibir, meses antes de la Guerra Civil, el homenaje multitudinario de la hinchada culé, que hizo culpable de su enfado a la directiva. De hecho, desde su marcha hasta la llegada de Lazsli Kubala, el club vivió una suerte de maldita travesía del desierto, repetida años después tras la desdichada final de Berna y el adiós de H.H. con el traspaso incluido del enorme Luisito Suárez.
KUBALA Y DI STÉFANO
Kubala, Di Stéfano y Samitier
Por su culpa se construyó Les Corts, catedral elevada en tres meses para albergar 30.000 almas y ampliada dos veces después hasta cobijar los 45.000. Si Kubala hizo construir el Camp Nou, entre Alcántara y Samitier provocaron la creación del estadio anterior, tan amado por los ancestros al hacerte sentir como en casa, algo impensable en un campo de fútbol. ¿Más? Como director técnico echó el lazo a dos interesantes futbolistas: un tal Lazsli Kubala, que vagaba exiliado por Italia en espera de equipo y cazó durante un amistoso en España, y un tal Alfredo Di Stéfano, fichado por Sami para el Barcelona cuando militaba en el Millonarios colombiano tras ser cabecilla, junto al gran Pedernera -sí, el de La Máquina de River-, en la rebelión de los futbolistas argentinos que acabaría en larga huelga.
Josep Samitier, seguimos y no pararíamos, llegó a intimar incluso con el general Franco, con quien bromeaba sobre la situación política gracias a su peculiar léxico, basado en metáforas de fútbol aplicadas a la vida. En los años de la República, le soltó, como quien no quiere la cosa, algo similar a “general, Azaña le ha dejado en fuera de juego” cuando la democracia receló del militar. Años después, el dictador le espetó a Sami: “Dígame ahora quien ha dejado fuera de juego a quien”. Las tres finales: el abuelo de Joan Gaspart, iniciador de la saga hotelera, le apostó habitación en el Hotel Oriente y barbero gratis a diario si marcaba el gol decisivo en un no menos vital encuentro. Ganó: vivió algunos meses, pues, en plena Rambla, fue afeitado durante años por la patilla -disculpen, no resistía el chiste fácil- y los secretos de esa suite dispararon hasta el infinito la imaginación popular de sus contemporáneos. Tan venerado era que las floristas de la Rambla le regalaban claveles rojos para lucir mejor su atildada indumentaria, especie de Gran Gatsby o Beau Brummel barcelonés, paladín de la elegancia y modelo literal a seguir en cuanto a vestuario respecta.
Ahí va la penúltima: Los mejores pintores o caricaturistas de la época, fenómenos como Josep Segrelles, Ricard Opisso o Valentí Castanys, le retrataron una y mil veces porque las revistas vendían más si Samitier salía en la portada. ¿Les suena de algo? Imaginen la dimensión alcanzada por Josep Samitier, ese chico nacido en la calle Urgell, hasta convertirse en lo más parecido a una estrella del celuloide. Realmente, alguien bigger than life que nunca se tuvo por goleador. Messi, a por él. Mejor, así resucitará el fervor que le guardaron nuestros antepasados y conoceremos nuevos detalles de este auténtico fenómeno. Le quedan unos cien goles por delante.
Y el corolario. Hasta el advenimiento del Pep Team, la década de los años 20 pasó a la posteridad como la Edad de Oro del Futbol Club Barcelona por la valía y celebridad de sus jugadores, por el aumento exponencial en el número de asociados y por sentar las bases sociales, no estrictamente deportivas, de lo que el club llegaría a representar por vía emocional. Años atrás, la directiva del Barça rindió homenaje a la histórica trascendencia de Lazsli Kubala colocando una estatua en su honor en la explanada de Tribuna del Camp Nou. Tan importante fue Kubala en la postguerra como los chicos de la Edad de Oro en los años previos al desastre. Su memoria, liderada por Samitier, aún espera una satisfacción, el agradecimiento que sus contemporáneos no pudieron mostrarles.
* Frederic Porta es periodista. En Twitter: @fredericporta
– Fotos: Marca – Archivo FC Barcelona – Web Barcelofília
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal