El 8 de abril de 2009, el mejor Barça de todos los tiempos dio su primer gran puñetazo europeo y lo hizo directamente al rostro del Bayern de Múnich: 4-0, con goles de Eto’o, Henry y doblete de Messi. Semanas antes ya había doblegado al Oympique Lyonnais por 5-2, pero la contundencia de la goleada al gigante bávaro, lograda en los primeros 43 minutos de partido, fue una declaración de intenciones: empezaba algo grande, cuyo palmarés es tan apabullante que no resulta necesario recordarlo. Antes de aquella noche había habido otras muchas también formidables, pero la del Bayern sonó como un disparo en el silencio: pum, llegaba un monstruo.
La casualidad ha querido que sea el mismo Bayern quien haya noqueado al mismo Barça. El mismo derechazo a la mandíbula, el mismo KO técnico, aunque con bastante más sangre: 7-0. Ideas claras, economía saneada y Pep en el horizonte. Pum, aquí está el nuevo monstruo, lo que no significa automáticamente que vaya a ganar en Wembley dentro de tres semanas, ni que su historial en los próximos años vaya a semejarse al que consiguió el Barça en los cuatro cursos precedentes. Pero tiene mimbres para ser otro tirano.
El Barça se ha apartado al paso del nuevo dictador. El Camp Nou solo ha vivido la certificación notarial de una degradación paulatina, que ya dejó signos de preocupación la pasada temporada y se ha ido acentuando en esta, iniciada a tumba abierta, pero concluida en caída libre y con síntomas parecidos. En apariencia, el Barça actual juega a lo mismo, pero ha sido un espejismo alimentado por una Liga de competitividad irregular. Frente a los equipos grandes solo se recuerda el triunfo frente el Milan, contándose los restantes enfrentamientos por decepciones. La portería se ha agujereado sin piedad a medida que el equipo se hacía largo. Messi arreglaba tantas cosas que se convirtió en argumento único hasta el punto de que acabó siendo el único argumento. La vida y las circunstancias tampoco ayudaron a moderar los problemas y no fue pequeño el de Tito Vilanova, víctima de una enfermedad gravísima, y sobre quien conviene ser muy prudente: ha habido serios errores de gestión en la temporada, pero probablemente debamos entenderlos desde la problemática sufrida por el entrenador.
Llega la hora del club y tampoco los síntomas son halagüeños, a la vista de los precedentes, de las palabras y también de los actos. El Barça se ha ido enredando en asuntos que antes rehuía, como los arbitrajes; en apartados folklóricos, cuando no vergonzantes, como el de la Grada Jove; y a día de hoy cabe preguntarse si queda alguien con voluntad de hacer revisión crítica de la problemática futbolística, tanto si miramos a la confección de la plantilla, a su gestión y utilización, al empleo de los recursos, al papel del filial o a la dinámica del vestuario. El Barça no puede estar siempre en manos de un Superman, hablemos del entrenador o de Messi. Gestionar bien empezará por una autocrítica seria y atinada, no por echar balones fuera.
– Foto: FC Barcelona
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