El fútbol, como el tango, es parte de la esencia argentina. Ambos son melancolía, romanticismo, pasión y una coreografía con reglas e improvisación de origen arrabalero. El tango se vivía y exhibía en las calles de los barrios bajos argentinos de Buenos Aires y Rosario, donde residía la población inmigrante. Precisamente en uno marginal de la ciudad de Rosario nació Éver Maximiliano David Banega, un hincha furibundo de Newell’s Old Boys y uno de esos futbolistas diferentes, de la categoría de jugadores que son capaces de desatar emociones encontradas entre su propia afición.
En el año 2008 aterrizó en Valencia un tímido chaval de 19 años. Por Éver se pagó una de las cifras más altas que se han manejado nunca en el fútbol gaucho, a pesar de que en su currículum apenas figuraban 28 partidos con el primer equipo de Boca Juniors. Llegó a Buenos Aires siendo un adolescent, y en apenas un par de temporadas se convirtió en el relevo de Fernando Gago en La Bombonera. Muchos aficionados derramaron lamentos por la salida del cerebro del equipo hacia el Real Madrid, pero su venta dio la alternativa a un pibe que exterminó el recuerdo de Gago en un suspiro y acabó sin discusión con la competencia de Battaglia y Orteman. Ese miso año, un taxista porteño, que se describía como fanático de Boca, le comentó a mi padre en la capital argentina: “el Madrid ha pagado 20 millones por Gago, que es un buen jugador, pero tenemos uno en la cantera mucho mejor”. No se equivocaba.
Banega y los asombros tituló Miguel Angel Bertolotto en Clarín cuando Éver se convirtió en un fijo en el once de los xeneizes: “Asombra el pibe de 18 años que la pide siempre, hasta con los brazos abiertos para decirles a los muchachos dónde la quiere o dónde está él. No tiene vergüenza ni timidez en hacerlo aunque a los que se dirige tengan cientos de combates (…) Y él, apenas, lleva un puñadito de partidos en Primera”. Banega canalizaba juego como el mejor ‘5’ patrio, gambeteaba y desequilibraba como un ‘10’ y se inventaba jugadas de rabona cuando estaba exultante. Puso, literalmente, a La Bomboner apatas arriba.
Tras ser estrella en Boca y junto Agüero en el Mundial sub-20 del 2007, sus años en España no han sido tan plácidos. A su llegada, un escándalo erótico acaparó los focos en los medios, no el juego exhibido en su tierra. Koeman confió en él y le hizo un hueco en la plantilla, pero a Éver le mareó el cambio precipitado. La clásica falta de madurez que acaba con la carrera de tantos jugadores sudamericanos que emigran a Europa. En pocos años cambió el barrio del Saladillo por Valencia y se encontró con 600.000 euros limpios en su bolsillo. No le acompañaron familiares y tampoco el club se preocupó de proteger su inversión: nadie puso trabas a las fiestas, a la alimentación hipercalórica, a las salidas nocturnas y a las mañanas con aliento etílico. Banega se ganó un epíteto fijo demoledor: irregular. A veces fue merecido y otras le apalearon sin razón. Su paso por el Atlético no fue mejor y en su nueva etapa blanquinegra le visitaron las desgracias. “Contra el destino nadie la talla…”, que decía Gardel. Primero se destrozó el tobillo accidentalmente con su propio coche y un año después su deportivo empezó a arder camino de Paterna. Más motivos para convertirle en un punto negro en la plantilla.
Desde su regreso a la cancha tras la monstruosa lesión de tobillo, los ecos negativos han continuado: irregular, irregular, irregular… Pero por mucho que se repita una milonga, esta no se convierte en realidad. No se recuerdan partidos en los que Banega juegue mal si el Valencia lo hace bien; el buen fútbol del equipo suele pasar por sus botas. Ernesto Valverde sabe de la calidad de Banega y lo ha juntado con Parejo unos metros más arriba en el campo. Jugando de ‘5’ era una maravillosa salida para el balón, pero algunas de sus pérdidas eran mortales; ahora, en un trivote con mayor libertad, baja a recibir y sube a asistir. Se entiende con Parejo y Canales, y, como ocurría en Boca, reclama el cuero constantemente.
En este tramo de temporada, con la Champions en el aire, ha marcado la diferencia. Se notó su presencia en Bilbao, contra el Betis en casa y en el Calderón. Contra el Espanyol se hinchó a dar pases de gol y en el importantísimo duelo contra el Málaga bailó a todo el equipo rival. Porque cuando Éver corresponde sobre el césped a la técnica que atesora, baila tango sobre el campo: arrastra los pies para pisar el esférico, arrima su trasero para que el enemigo no se la robe y dribla pegando su cadera a la de los defensas. Iturra, Camacho y Gámez no vieron el balón, fueron engañados por los movimientos acompasados de Banega.
En Anoeta, contra la Real Sociedad, Bergara e Illaramendi serán sus nuevas parejas de baile. Sin Canales por lesión, Parejo y él abrirán todas las vías de ataque y serán los encargados de nutrir a Jonas y Soldado. En una época donde escasean los cerebros futbolísticos, Banega es un lujo: está centrado, ya no se habla de su vida extradeportiva y cobra importancia sobre el césped. Porque cuando no juega, el equipo se entristece y parece más plano. Hay que acordarse nuevamente de Gardel: “Yo no se si es cariño el que siento, yo no se si será una pasión, solo se que al no verte una pena va rondando por mi corazón”.
*Alex Argelés es periodista.
– Fotos: EFE – Cordon Press
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