"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Hacía tiempo que no nos entregábamos a unas semifinales tan parejas. Para ello, el Barça ha tenido que dedicar las dos últimas temporadas a humanizarse. Quizá lo ha hecho demasiado, al punto de ser el equipo que menos en forma llega a la cita. Las sensaciones en la ciudad condal son regulares, pues de sobra es conocida la necesidad de brillar que tiene el equipo para poder alzar títulos. Es algo asumido desde el mismo club y con lo que comulga, orgullosa, la afición. Una suerte de deber moral autoimpuesto. “Otros equipos ganan y están contentos, pero no es lo mismo porque les falta identidad”, dijo Xavi, puntilloso, no hace mucho. Hacerlo bonito es obligatorio y si no se puede entonces hay que atacar siempre y siempre llevar la iniciativa. Si eso tampoco funciona, se dice lo de Cruyff en su primera temporada como técnico blaugrana, que se está jugando bien pero que el pueblo llano no sabe apreciarlo. Como Picasso con el retrato: “Ya se parecerá”.
El Barcelona sigue a muerte con su idea, lógico, pero desde Anoeta (3-2) no está bien.
El último partido ante el Madrid fue un buen ejemplo. En el Bernabéu y con empate a uno mediada la segunda parte, todo indicaba que eran los blancos, a 16 puntos del Barcelona, los que tenían que lanzarse a por el partido. El Madrid, sin embargo, aguantaba replegado mientras los de Tito embestían una y otra vez contra la defensa rival en una inercia estéril y un poco absurda. Después de un rato, algunos jugadores culés consiguieron romper el hechizo que les tenía atrapados. Decidieron que si el Madrid esperaba ellos también lo harían. El balón subió entonces a la línea divisoria y allí se lo pasaron con tranquilidad Messi, Busquets e Iniesta, entre otros. Había algo de desaire en el gesto, de impaciencia. El Barça cruzado de brazos y dando golpes al suelo con el pie. “Bueno, ¿qué?”. Los blancos, más pillos, ni se inmutaron. El Bernabéu rompió a pitar, no se sabe si para picar las espuelas a los suyos, para mofarse de la retórica horizontal azulgrana o un poco de todo. Los silbidos, en cualquier caso, ofendieron a los culés, que volvieron a lanzarse (a su manera) como moscas contra el cristal, olvidando que el repliegue-contraataque es el arma que mejor manejan los blancos. Acabarían perdiendo el partido.
Es un hecho: el Barça no está para poner en práctica el fútbol ortodoxo de los últimos años, aquel en el que avanzaban todos juntos como en cordada alpina, ocupando espacios, negando cualquier posibilidad de contraataque y presionando de forma asfixiante cuando se perdía el balón. No al menos a niveles guardiolanos. Pero aún puede corregir la ruta. Si el equipo se deshilacha por atrás y arriba no muerde será cosa de desempolvar las viejas cartas de navegación y desandar el derrotero. Lo bueno de este equipo es que se lo puede permitir, conoce la fórmula. Contra el Milan lo hizo. Lo malo, que para que funcione la apuesta de juego culé ante equipos como el Bayern se debe alcanzar la excelencia.
Con el estado actual –que no definitivo– de la plantilla es difícil ser el Barça, ya sea el de Tito o el de Pep, y se acaba jugando a un fútbol que ni chicha ni limoná. Insuficiente para lo que viene el martes, aunque se lea a diario que los alemanes, en tanto que equipo ofensivo y con gusto por el cuero, son el rival que más beneficia al Barça por tener, en principio, menos tendencia al repliegue que Dortmund o Madrid. También es el que más rodado viene, como un tiro, y escocido, seguro, por la final que se les escapó viva y en casa la temporada pasada. Los alemanes son un conjunto temible y voraz, capaz de encerrar al Madrid en el Bernabéu durante toda la segunda parte y la prórroga de las pasadas semifinales, si bien después de que los blancos retrocedieran voluntariamente unos 20 metros tras conseguir el 2-0. Este año los de Heynckes están todavía mejor.
El pesimismo atávico, supuestamente desterrado por Pep, se cierne sobre la eliminatoria con unas sensaciones muy parecidas a las semifinales del 2008, las últimas de Rijkaard, las del golazo de Scholes. Y todo ello pese al buen hacer en una Liga injustamente devaluada. Partidos como el de San Siro o el último ante el Paris Saint-Germain y, por supuesto, los tres revolcones seguidos que le dio el Madrid, unido al mal estado de varios jugadores, hacen que no salgan las cuentas. El fuego no se ha extinguido, como se vio en el 4-0 ante el Milán, pero cuesta horrores avivarlo.
Al equipo además lo sostienen exclusivamente Valdés, Iniesta, Messi y Busquets (este último pese al partido de vuelta ante el PSG, “el peor en los próximos cinco años”, como aseguraban en Twitter) y eso no es suficiente. Ocurre otra cosa: probablemente el Barça sea, de los equipos de élite, uno de los más inseguros. Necesita sentirse respaldado por un torrente de fútbol y resultados para acudir con confianza a las grandes citas, por eso le ha ido tan bien durante las últimas temporadas. Esa inseguridad se ha corregido algo con los años (en realidad no es que se haya corregido, es que no la ha habido), pero la necesidad de arrollar para poder a aspirar a nada sigue ahí. Sin lo primero es imposible conseguir lo segundo en el Camp Nou.
Es difícil saber cómo encarará el Bayern la eliminatoria. Lo normal es que no se encierre pese a que todos lo hacen con el Barça. Y eso que ahora, en su versión más loca, cualquier ataque del contrario puede acabar en gol, lo que ha provocado en varias ocasiones que el rival se atreva y el partido acabe en un divertido intercambio de golpes. Frente al Rayo (3-1) o frente al Depor (4-5), por ejemplo.
En el hipotético caso de que el Bayern espere agazapado, como la mayoría de equipos en los últimos ocho años (algunos directamente han levantado empalizadas), y nada dé resultado, los blaugrana tendrán que conformarse con lo de siempre: soltar a Messi contra la defensa a la manera del hurón y la madriguera, asustando con su sola presencia tal si fuera Omar Little saliendo en bata de seda a por cereales. “A ver si salen de una vez”, pensará el ’10’, ajeno a todo, “y podemos jugar un poco al fútbol”.
* Jorge Martínez es periodista.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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