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"Entonces marcábamos goles, pero no nos daban trofeos por hacerlo". Telmo Zarra


Golf / Deportes

El camino hacia Ítaca

por el 15 abril, 2013 • 10:26

A comienzos del año 2011, Adam Scott repasó su carrera antes de una nueva temporada. Había ganado en siete ocasiones en el Circuito Europeo y otras siete en el Americano, además de contar con un par de buenas oportunidades en los majors. “Cuando la gente piensa que tienes potencial puede llegar a ser muy dura”, comentó. “Cuando lo estás dando todo sin sacar nada a cambio te cansas de escucharles, pero mira, yo me marco metas ambiciosas. Si no lo consigo y recibo críticas por ello, bueno, es justo, pero no se me está agotando el tiempo”. Era otro gran talento que no conseguía rendir al máximo en las grandes citas, que se abotargaba cuando pisaba uno de los cuatro escenarios que marcan el calendario en el mundo del golf. “Me gustaría ganar el Masters para decir que he sido el primer australiano en conseguirlo”, dijo entonces. “Después de eso, el Open Championship”.

En julio del 2012, Scott acudió a Royal Lytham para la disputa del tercer grande de la temporada. Se trataba de un recorrido estrecho, relativamente corto y expuesto a las incesantes rachas de viento de las islas. Todo el mundo estaba sufriendo. Woods dilapidaba sus opciones de victoria con un triple bogey, Mickelson no conseguía siquiera pasar el corte mientras que la media de resultados escondía verdaderas catástrofes, ochos y nueves en hoyos francos. Nadie jugó mejor que el australiano aquella semana. Partió cada calle del campo en dos mitades perfectas, alcanzaba los greenes con facilidad y se había mostrado lo suficientemente seguro con el putter durante cada jornada de competición. Scott iba dirigido a la victoria como un expreso a un destino prefijado y era solo una cuestión de tiempo ver cómo levantaba la jarra de clarete. O al menos eso pensó todo el mundo. El golf, sin embargo, le tenía preparada un durísima prueba en su tramo final. El resultado fueron cuatro bogeys en sus últimos cuatro hoyos, y el silencio. Ernie Els ganó aquel torneo.

“No es el final del mundo. Solo es golf, no es que nadie haya muerto”, declaró al finalizar. El sudafricano, por su parte, intentó darle ánimos: “Eres un gran amigo, Adam. Vas a ganar muchos de estos, tienes demasiado talento”. Scott entró entonces en un lugar desconocido, el mismo que habitan aquellos jugadores que tiraron por la borda sus opciones en un grande. Muchos no consiguieron salir de allí nunca y otros, a base de fe, encontraron la luz de un faro que les llevó de nuevo a tierra. Era difícil saber si él lo conseguiría. El golpe había sido demoledor.

En estas circunstancias se plantó en la última jornada del Masters del año siguiente, a un golpe de Brandt Snedeker y Ángel Cabrera. El desarrollo había sido similar al de Royal Lytham. Scott hizo gala de un implacable juego largo que le proporcionaba continuas oportunidades de birdie y, además, tenía un plan para atacar el Augusta National, un requisito imprescindible para triunfar en este recorrido. Después de finalizar segundo en 2011 y octavo en 2012, parecía estar también preparado para los hoyos finales, sabía qué iba a encontrarse cuando la presión paralizara sus músculos. Pegó el primer golpe del día y salió a competir en una lugar en el que siempre suceden cosas inesperadas, sobre todo en este torneo. Fue un combate por asaltos y en el primero venció Jason Day.

Había sucedido en las dos ediciones anteriores. Charl Schwartzel embocando un approach desde fuera de green en el 2011 y Louis Oosthuizen consiguiendo un albatros que no se veía desde 1935 en la siguiente temporada. El Masters siempre guarda este tipo de sorpresas en los primeros compases del domingo. Day no había tenido demasiados momentos de brillantez durante toda la semana y firmó un birdie y un eagle para colocarse líder del torneo a las primeras de cambio. Otra vez en Augusta, otra vez la clasificación daba un vuelco. Los aspirantes, sin embargo, ya esperaban este curioso fenómeno y no se dejaron intimidar. Ángel Cabrera fue el primero en responder. “Este deporte no es para cagones”, suele decir el argentino. “Hay que ver el tiro y ejecutarlo”. Quizá sea por eso por lo que invierte tan poco tiempo en cada uno de ellos, como evitando que las dudas se apoderen de su movimiento. Fue en el hoyo 7 cuando se quedó solo en la cabeza de la clasificación y durante buena parte del día parecía imposible que nadie se la fuera a arrebatar de las manos. El Pato, como le apodan en su país, estaba dispuesto a morder y revolverse como un animal herido con tal de salir victorioso de Augusta. Suyo fue el segundo asalto, que se prolongó durante la mitad de una vuelta a base de golpes inteligentes y precisos.

Day lanzó de nuevo un ataque en forma de tres birdies, del 13 al 15, para volver a hundirse en el tramo final, al igual que le había sucedido en la tercera jornada. En su relevo, apareció un jugador envuelto en un halo de dudas. Era Adam Scott afrontando los hoyos finales de un grande con opciones de victoria, al igual que en el último Open Championship. ¿Iba a suceder lo mismo que entonces? ¿O había encontrado la luz? El australiano nunca fue líder en solitario hasta el hoyo 18, cuando tras embocar un putt de cinco metros liberó toda la rabia acumulada durante años. Abrazó a su caddie, levantó el puño ante el nublado cielo de Augusta y miró de reojo hacia atrás. En la calle estaba Ángel, perro viejo donde los haya, observando atentamente cómo un deportista crecía a partir de las derrotas. Lo que vino después fue la respuesta de un campeón. Hizo un par de swings de prácticas, mandó callar a un público enfebrecido y ejecutó un golpe que aterrizó a tres palmos de la bandera. Playoff. Asalto final.

Nunca se han disputado más de dos hoyos de desempate en el Augusta National. Quizá sea por la enorme presión que sufren los aspirantes, conscientes de lo que hay en juego, o quizá sea porque este recorrido cuenta con un margen de error minúsculo; es fácil que alguno de ellos se tambalee. Ambos dieron exactamente los mismos golpes en el 18, en las mismas zonas y con el mismo resultado. El guión volvió a repetirse en el 10 hasta que llegaron al green: Cabrera pasó rozando el agujero, Scott metió su segundo putt de la tarde para ganar el Masters. “Todavía siento que vencí en aquel Open”, dijo tras ponerse la chaqueta verde. “Es todo lo que necesitaba ver, todo lo que necesitaba demostrarme: poder jugar así en un gran torneo. He creído en ello desde entonces y lo he demostrado muy pronto”.

* Enrique Soto.



– Foto: USATSI




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