"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
La teoría de los enemigos colectivos cobra un sentido especial en el mundo del deporte. El efecto Rally ’round the flag (cerrar filas en torno al líder ante una amenaza o crisis externa), concepto propio de la política estadounidense, toma una dimensión notable con los asuntos de bufanda. Pues bien, ¿qué fue el asunto lastimoso de los guiñoles franceses sino un llamamiento nacional? ¿O qué clase de clima prebélico se respiraba en la primavera de 2011 en Madrid y Barcelona, cuando se desató la demencia de los cuatro Clásicos consecutivos? Un sentimiento tribal toma las masas cuando asoman cierto tipo de adversidades. La intención es construir un relato más o menos oficial en torno al enemigo para, ante la dificultad, cohesionar las fuerzas propias. Es cosa común en guerras, atentados, cuestiones religiosas, crisis diplomáticas… y asuntos de deporte.
Al principio fue Lewis Hamilton. No fue complicado ponerle en el disparadero porque reunía muchos y buenos ingredientes para la pócima: extranjero, enemigo en casa (en el propio equipo McLaren), novato impertinente, chico temperamental, cierto toque antipático… Quién sabe si, incluso, influyó también la cuestión racial. Pero ninguno de esos factores era el más importante. Ante todo, Hamilton era el enemigo porque podía ganar el Mundial. Sólo así se explica que ahora Lewis sea poco menos que una foto en la pared, apenas un recuerdo fugaz de una rivalidad congelada por el tiempo y las circunstancias. ¡Pues bastante tenemos ya con Vettel y los Red Bull, como para pensar en los otros! Y de ellos queríamos hablar, pero baste decir que Hamilton importó mientras amenazó los retrovisores del chico de Asturias. Ni antes ni después.
En los últimos tiempos Fernando Alonso ha sudando verdadero gasoil para quedar, siquiera, entre los cinco primeros. Su meritoria pelea con Vettel –que ya dura más de tres años– ha desatado una dinámica de antagonismos que, si bien se ha mantenido más civilizada y menos cainita que la de 2007, no se libra del chisporroteo mediático y popular. Como una lluvia fina y constante. El eje principal del resentimiento es, obviamente, que el alemán haya ganado tres Mundiales seguidos (en detrimento del español), pero además la inquina nace de una circunstancia si cabe más insoportable: su gran superioridad mecánica. El sentimiento de inferioridad ante el coche genial de Adrian Newey provoca frecuentemente el menoscabo hacia los méritos del piloto. Y ningunear una triple corona en Fórmula 1 (consecutiva, y como hombre más joven en hacerlo jamás) sólo puede ser superado por esa idea tan audaz e informada de que Webber es mejor que Vettel, “pero le dan peor coche”.
No hace falta decir que Seb ha machacado a Mark a lo largo y ancho de carreras y calificaciones durante años, en todas las circunstancias posibles. Ahora la propaganda se centra en el incidente del pasado Gran Premio de Malasia y la supuesta guerra civil en el equipo austríaco, cuestión que ambos pilotos, es verdad, han venido encendiendo con sus declaraciones, pero nada más lejos de los términos vertidos por la prensa doméstica, ni su placer nada culpable ante esta circunstancia. Criticar a Vettel por pasar a un Webber más lento tiene que rescatar, por fuerza, esa famosa transmisión de radio de Ferrari en la que Rob Smedley advertía a Felipe Massa de que tenía que dejarse adelantar por su jefe de filas. Lo recordará bien el bueno de Antonio Lobato, tan dado al amor indisimulado y a instigar todo este relato. De su tono y de otros muchos seguirá nutriéndose toda esta publicidad, tan dispuesta a dejarse secuestrar por el entusiasmo y que deja poca libertad para que el espectador piense lo que le dé la gana. Al punto, apoyar al piloto de casa no puede ser algo malo si no fuera por la antipatía prefabricada que, en consonancia, se dedica al enemigo, como vasos comunicantes de una misma idea. Es el deporte del hincha, a veces llevado al medio de comunicación. Y es que Vettel no gusta apenas nada, pero hace país, vende periódicos y estimula las audiencias.
* Carlos Zumer es periodista.
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