Corría marzo de 1995 cuando el Dream Team daba sus últimos coletazos. Se acababa de vender a Romario, Stoickhov y Cruyff no se aguantaban y en esas llegó la visita a París. Eran cuartos de final de la Champions y Luis Fernández perfeccionaba en la Ciudad de la Luz una de sus mejores obras. Aquel PSG se iluminaba cuando la pelota pasaba por las botas de Raí, cogía velocidad con Ginola y ganaba fuerza y remate en el portentoso físico de un joven George Weah. Aquel PSG eliminó al Barça gracias a la actuación del crack brasileño, gol incluido, que ya había sido verdugo azulgrana tres años antes, en la Intercontinental que el Sao Paulo ganó a los azulgrana.
Fue 1992 el mismo año en el que vino al mundo Lucas Rodrigues Moura da Silva (13-08-1992). 20 años después, la última perla llegada desde Brasil atracó en el Sena para sumar fantasía y velocidad a la constelación de estrellas parisinas. En apenas tres meses este extremo derecho se ha ganado un puesto en el once de Ancelotti y su adaptación al fútbol europeo ha sido tan rápida como sus cabalgadas por la banda. Algo que hubiera sido imposible sin la insistencia de su compatriota Leonardo, director deportivo del PSG. Él fue el encargado de convencer a Lucas y su familia a través de constantes llamadas telefónicas. El mensaje era repetitivo: el parisino es el mejor proyecto deportivo, el mejor puerto al que arribar en su salto a Europa, la mejor plataforma sobre la que crecer sin presión para más tarde ir a una liga más potente. Y lo consiguió, a precio de oro, eso sí (43 millones de euros).
Algo inimaginable para un niño de 7 años que comenzó a jugar al fútbol sala en el Club Santa María de Marcelinho Carioca, estrella fugaz del Corinthians. Las diabluras con el balón comenzaron sobre cemento, aunque pronto el Sao Paulo puso sus ojos en él y lo captó para una de las canteras más fructíferas del fútbol sudamericano. En cuanto llegó todos le conocieron como Marcelinho en referencia a sus inicios, y eso le trajo algún que otro problema. La gran rivalidad entre Sao Paulo y Corinthians era un handicap para el joven brasileño. Los aficionados paulistas no podían olvidar su lugar de procedencia. Entonces tenía 17 años y en la camiseta se serigrafió para siempre Lucas Moura.
En la cantera del Sao Paulo lo colocaron de mediocentro organizador, aprovechando su visión de juego para leer pasillos y desaprovechando su velocidad para correr por ellos, su auténtica especialidad. Lucas es un diamante que se está puliendo, conocedor de sus virtudes y apoyado en un físico ya entonces privilegiado destaca por su gran conducción con la pelota para llevar la manija de su equipo. Pero en su salto al profesionalismo se cruza con Julio César Carpegiani, entrenador del Sao Paulo en 2010, que lo lleva al extremo derecho donde explotan todas sus cualidades: verticalidad, asociación, regate en velocidad, arrancada y juego entre líneas. Base suficiente para ser premiado dos veces como mejor jugador joven del Paulistao y del Brasileirao.
Todas esas virtudes se dieron a conocer al gran público en enero de 2011 en un Sudamericano Sub’20. Su espectacular actuación se vio coronada con un hat-trick en la final frente a Uruguay. La Brasil de Neymar, Willian, Oscar o el propio Moura venció por 6-0 y los clubes europeos comenzaron a lanzar sus redes en el fructífero caladero brasileño. El joven extremo derecho que acostumbraba a jugar incluso de mediapunta por detrás del delantero despliega todo su juego gracias a la libertad de movimientos y al descaro innato con el que no tarda en convertirse en uno de los líderes del Sao Paulo. Lucas es ya un jugador imprevisible que alterna una gran capacidad de desequilibrio con ciertas lagunas defensivas que se disimulan ante el potencial del Sao Paulo.
Subido a esa montaña rusa, el talentoso extremo realiza el último servicio al club de sus amores. Fue en la pasada Copa Sudamericana. En una final marcada por la polémica, Sao Paulo se impuso a Tigre por 2-0 en un partido que duró 45 minutos. Los jugadores del conjunto argentino se negaron a volver al terreno de juego tras el descanso alegando falta de seguridad después de varias trifulcas. Lucas Moura se despidió de Brasil abriendo el marcador en esa final y levantando un título con la camiseta tricolor. Pero levantándolo de manera literal. En un gesto de compañerismo, Rogerio Ceni le cedió el brazalete de capitán para que todo el estadio de Morumbí gritara al unísono el nombre de su última perla. “Siente la emoción de levantar la copa y marcar tu nombre para la eternidad”, confesaría posteriormente Moura que le susurró al oído Ceni.
De allí saltó a la Ciudad de la Luz para dar más brillo a su carrera y sumar una estrella más al proyecto de Nasser Al-Khelaifi. Lucas pronto se convirtió en el puñal que las transiciones ofensivas de Ancelotti necesitaban. En enero aterrizó en el club de la Torre Eiffel; un mes después se había ganado un hueco en el Parque de los Príncipes. El día de su debut resultó evidente la confianza que su entrenador tiene en él: juega 84 minutos y Lucas, con el 29 a la espalda, volcó el campo hacia su costado para coser el peligro a su bota derecha. Su adaptación al fútbol europeo ha sido rápida, muy rápida. Moura no echa de menos el 4-2-3-1 de Sao Paulo, de hecho Ancelotti lo usa en determinadas fases del juego para dotar de más control al habitual 4-4-2. El extremo brasileño aporta además armonía a un ataque que se hace simétrico con Lucas en la derecha y Pastore o Menez en la izquierda.
Su primer gran partido llegó en su debut en la Champions League, frente al Valencia. Su repertorio todavía se recuerda en Mestalla. Fue un trueno que obligó a Guardado a recular hasta posiciones defensivas debido a la autopista que los parisinos tenían en el costado derecho. Solo estuvo 52 minutos sobre el campo, tiempo suficiente para enviar un zambombazo al poste y regalar un gol a Pastore tras alcanzar la linea de fondo. Puro Moura. Jugador de chispazos determinantes, ha mostrado a toda Europa cómo se atacan los espacios y cómo se generan movimientos de desmarque a la espalda del lateral o del central para provocar el caos en la defensa. Jordi Alba también sabe a lo que nos referimos. En la primera media hora de los cuartos de final frente al Barça pudo haber dinamitado la eliminatoria.
Y sin embargo, a ese torrente ofensivo se le resiste el gol. Todavía no se ha estrenado a orillas del Sena a pesar de su peso destacado en el ataque del PSG y de las buenas cifras goleadoras que tenía en el Sao Paulo. No es el único debe en su cuenta. Moura, aún en periodo de formación, carece del rigor táctico defensivo tan implantado en Europa, esos códigos defensivos sobre todo a la hora de realizar la presión o el dos contra uno en la banda debe adquirirlos cuanto antes para dar un salto como jugador. En ese viaje debe desprenderse también de las pérdidas de balón innecesarias motivadas por un individualismo que en ocasiones les lleva a retar a todo el mundo en carrera. Pero Moura sabe a lo que se enfrenta: “Es un fútbol mucho más competitivo y más duro que en Brasil”. Y a pesar de ello no duda de sus posibilidades para comerse el mundo con 20 años.
Ante el F. C. Barcelona tendrá una nueva oportunidad de seguir subiendo en la escalera que transporta a las promesas hasta el escalón de jugadorazo. Con los focos más potentes del mundo, los de la Champions, apuntándole, Lucas se encuentra ante un ardua empresa. “La Champions League es la mejor competición del mundo, así que para mí es un placer y un sueño poder jugarla. Ahora quiero ganarla y aprovechar esta oportunidad al máximo”, confiesa. Para ello tendrá que redoblar esfuerzos ante la necesidad de ganar en el Camp Nou para llevar a su equipo a semifinales. Allí empató (1-1) el PSG de Raí hace ahora 18 años, por lo que Lucas Moura deberá superar al último gran mito parisino, a su compatriota más bohemio, para hacer bueno el lema del nuevo PSG: Rêvons plus grand (soñar más grande).
* Emmanuel Ramiro es periodista.
– Fotos: Josep Lago (AFP) – Reuters
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