"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Siendo sincero desde estas líneas, el motivo de estas cuantas palabras con más o menos coherencia gramática y semántica es un grito de ayuda, de auxilio o quizá de desahogo, no sé, pero creo que la palabra o palabras que propician el escribir son el miedo y el pánico que se aprecia, se siente e impregna el fútbol que estamos viviendo (unos más que otros) hoy en día.
El motivo por el que emergen hacia la atmósfera futbolística las palabras anteriormente citadas es porque decir fútbol engloba en su entorno actual adjetivos negativos, como pueden ser tacticismo, mediocridad, músculo, orden, autoridad, planificación… Mi pregunta es: ¿Qué estamos haciendo, señores? ¿Qué somos? ¿En qué se está convirtiendo esto? O mejor dicho: ¿En que lo estamos convirtiendo?
Podría responder en primer lugar que en un negocio en el que todos necesitamos tener cabida y no se considera ni serio ni profesional un cuerpo técnico donde no exista un segundo entrenador, un preparador físico, ¡un preparador de porteros! (¿Puede haber algo menos especifico que ejercer ésta función? ¿Por qué no hay preparadores de defensas, de medios o de delanteros? Por pedir…) ¡Un psicólogo! ¡O un nutricionista! Gracias al coaching, gran fenómeno del siglo XXI por excelencia, que, cómo no, hemos adquirido para nuestro juego, también toman gran importancia y relevancia los scouts, que son componentes del cuerpo técnico encargados de grabar los partidos para que nosotros, en nuestra casa, viendo el partido grabado y trabajado, sepamos quién es el bueno del Barcelona, del Real Madrid o de cualquier equipo de turno; en el que sabemos cuáles son sus mejores jugadores, para entonces así saber lo que van a hacer cuando juguemos contra el equipo en cuestión. Lo que ocurre es que, puestos a olvidarnos de los jugadores de forma escalofriantemente infernal, se nos ha olvidado o simplemente no somos conscientes que el buen jugador no ocurre: aparece espontáneamente. Pero es el hecho de considerar transcendental nuestra figura demostrando que está todo controlado lo que provoca que lo único que no podamos controlar sea precisamente aquello que pensamos que sí, y es poder saber cómo juega el/los bueno/s.
El fútbol es un juego hermoso que los mediocres quieren afear en nombre del pragmatismo; y es un juego primitivo que los revolucionarios quieren violar mediante el método del cientifismo. El empeño destructivo planificado está marcando tendencia: lo físico se impuso a lo técnico, lo colectivo a lo individual y el conservadurismo al atrevimiento.
Creo que habría que parar un segundo, ver qué está sucediendo, hacia dónde estamos llegando y si es esto lo que queremos. A partir de ahí debemos partir hacia un cambio de percepción y redefinición, y lo peor es que si encima lo que tenemos lo hemos petrificado en máximas inamovibles es muy difícil que podamos progresar.
Hemos de saber cómo está construido el conocimiento de la cultura a la que pertenecemos, de dónde proviene nuestro aprendizaje. A partir de aquí y en función a qué y a quiénes, debemos ver cómo somos realmente para poder sacar conclusiones.
Después de crecer en una línea de conocimiento, después de apreciar que las cosas no son como pensaba que se me presentaban, después de poder evidenciar que hemos vivido y vivimos asentados en mentiras, después de dar crédito a ideas, metodologías y personas que estaban orientadas a hacerme creer algo que no era lo que realmente necesitaba ni sentía, después de todo he buscado otros caminos, con la única certeza de que quizá éstos sean igualmente inciertos. Esto es una invitación a una lectura, a que pensemos juntos, que no quiere decir que pensemos de la misma forma, ni es el fin de la misma.
Pienso que hoy día ser entrenador realmente es no serlo (por lo menos en función al concepto que manejamos). Ser entrenador debe ser ante todo un afán, una necesidad de ser diferente. Creo que tenemos mucho que ver con que los jugadores no interpreten bien el juego, porque para empezar queremos interpretarlo nosotros a través de ellos. No conseguimos que los jugadores interpreten bien el juego por esa condición, vicio, tendencia a dividir entre defensa, ataque y transiciones, separación por la cual yo me decanté en su momento.
Lo que separa o aproxima es que los jugadores son los que interactúan en ese momento en ese espacio concreto: “Lo que separa o aproxima son las actitudes, no las distancias” (Juan Manuel Lillo).
Al fin y al cabo son muy pocos los equipos capaces de jugar bien y muchos los destructivos. ¿Cómo está cualquier liga que se preste, profesional, amateur, juvenil técnicamente? Mal. ¿Y de imaginación? Peor. ¿Y de sentido del riesgo? Pésima. ¿Y cómo está la liga (cualquiera) de fuerza física? Bien. ¿Y de actitud? Muy bien. ¿Y de precauciones defensivas? Excelente.
Lo que entendemos por buen fútbol es la osadía atacante de los dos equipos. Si uno no quiere jugar arrastrará al otro inevitablemente. En definitiva, si lo medimos desde el resultado, todos tenemos y perdemos la razón a cada rato, pero pensemos que es una pena ver partidos en los que nunca pasa nada, nada.
El problema es que los mediocres no solo arrastran por mayoría, sino por una lógica elemental y terrible: un buen jugador que tenga un mal partido lo puede volver mediocre, pero un buen partido de un jugador mediocre nunca lo hará grande.
Los entrenadores nos hemos encargado de cuadricular el terreno de juego como si fuese un tablero de ajedrez y hemos domesticado a los jugadores para convertirlos en piezas. Parece ser que lo único que molesta es el balón. Y, sin embargo, se mueve. Hoy, con el afán de controlar, medir y planificar, se hace especial hincapié en la táctica y en la actitud. Esa llamada a la disciplina y al combate, ese interés por preparar jugadores que defiendan el orden con entusiasmo, nos deja la sensación de que le quitamos riesgo al partido y angustia a la espera. Como vemos el partido como una sucesión de amenazas, el miedo contamina nuestras ideas, cada peligro imaginario que queremos ahuyentar es una decisión represiva que ataca al juego en su expresión libre y creativa. El entrenador trabaja para reducir en buena medida su incertidumbre. La mayoría es víctima de las presiones del medio en cuestión y se va poniendo serio hasta el dramatismo final. Una distracción en la marca, un pase inseguro o un amago de más hace que se nos salga el corazón por la boca y así, rehenes de los detalles insignificantes, conducimos a los equipos derechos a la mediocridad. Éste es el gran daño que provocamos los detectores de riesgos; a cada uno que descubren corresponde una precaución, y cortando las alas de los jugadores, el equipo entero va perdiendo vuelo.
El fútbol rutinario, previsible y defensivo hace mediocres a los buenos jugadores y vuelve importantes a los mediocres. Cuanto más nos preocupamos por el todocontrolismo, cuando nos impregnamos por ese afán de ser y no de estar, más torturados vivimos por la victoria, el empate o la derrota. “¡Cuidado!”, “¡No te compliques!”, “¡Aire!” o ¡Fuera!” son los gritos energúmenos que han puesto serio al fútbol. Por ejemplo, si el jugador no se complica, puede que sirva más un jugador que corra antes que uno que juegue bien, uno que defienda a uno que ataque, uno que destruya a otro que construya. Lo que ocurre es que no nos damos cuenta de que Silva defiende mejor que Kompany, Valerón mejor que Marchena, y a su vez impiden que nos destruyan, ya que siempre van a construir en beneficio a y hacia los demás. En todo caso, esa tendencia ha desafiado la intuición, que es la mejor arma de los buenos futbolistas, ha inhibido la libertad, tan necesaria en todo proceso creativo, y ha desactivado el deseo, motor motivante que hace placentero el esfuerzo.
Hay dos maneras de relacionarse con esta profesión. En el partido que tiene el entrenador la obligación de imaginar, puede darle el balón al contrario o a su propio equipo. Entre una y otra opción hay una distancia tan grande como la que hay entre el miedo y la esperanza. El miedoso que piensa el partido en su alucinada soledad lo primero que hace es darle el balón al contrario y se pasa las horas contrarrestando peligros y quitándole protagonismo a sus propios jugadores. Algunos defenderán esta idea con el argumento de que “es lo que manda el morfociclo en esta semana”, pero lo que no queremos es darnos cuenta de que somos nosotros los que adulteramos el amorfociclo en base a nuestra amorfa forma de interpretar qué va a ocurrir.
Como hay dos maneras de entender el juego, de igual forma hay dos maneras de elegir jugadores. Los que se dejan ganar por las precauciones encontrarán más fiable el cumplidor músculo que el sospechoso talento. El jugador obediente ofrece cosas concretas y es un punto de apoyo donde podemos colgar la inseguridad en los momentos de incertidumbre; simplemente encuentra las certezas en el círculo entrenador-subprincipio-jugador, no necesita saber de nada ni de nadie, simplemente es convertirse todas las semanas en un autómata prediseñado por el entrenador.
Son vasallos de la imposición. Escuché hace unos días a un entrenador muy de moda en la capital de España decir que “en el futbol hay que correr, luchar y dejarse los cojones”. Después de tal escalofriante argumento, aplaudido por muchos, llegué a la conclusión de que es el argumento de la grosería. Me da un poco de vergüenza las cosas que dicen los que no tienen nada que decir. Por cierto, también elogió a Diego Costa…
El jugador talentoso es una incógnita que escapa al control, al dibujo de pizarra, al partido que los cobardes juegan mil veces; hace del juego una auténtica serendipia de ideas hacia los alineados en el momento en torno a él y a todos los que nos ponemos en predisposición de disfrutar de la belleza, suavidad y estética que nos ofrece. Ningún jugador corre más que la pelota y la fuerza, la resistencia y la táctica nunca pudieron chocar contra el amago. “Lo bueno de este entrenador es que tiene el equipo muy junto, muy sólido, es muy táctico”, dicen los que saben, pero en el fútbol aún no se ha inventado nada que supere en eficiencia al talento.
Puestos a poner nombre a todo, a cuantificar todo, a tenerlo todo controlado sin que escape a planificación alguna, llegan a nuestros oídos palabras nuevas de urgente aceptación en el fútbol de hoy: periodizar, periodización, principio, subprincipio, micro, meso y morfociclo, modelo de juego o entrenamiento. Y dentro de este último ha de darse sí o sí duración, tensión, velocidad y desgaste emocional, han de respetarse las propensiones y la alternancia horizontal y claro, todo esto entendido desde la globalidad contextual que nosotros ejercemos como líderes indiscutibles y cabezas visibles de la manada. Mi pregunta es la siguiente: ¿Hablamos de fútbol? ¿Y de jugadores? Creo que ahí está el problema. En el caso de contar o no con los jugadores, los cuantificamos como números y se nos olvida muchas veces que son personas, que necesitan de personas para poder ser, conocer y poder así dirigir los comportamientos emergentes en el momento que se presenten.
Hablando con un gran periodizador me comentó: “En la PT, el principio de las propensiones, que consiste en hacer aparecer un gran porcentaje de lo que queremos alcanzar, del objetivo pretendido. Para ello debemos condicionar el ejercicio, para que surja repetidamente el comportamiento pretendido”.
Para finalizar su obra argumentística, y entre incrédulo, boquiabierto y por qué no decirlo, con ganas incluso de llorar, me dijo: “La forma de operacionar un principio, con el fin de conseguir una adaptación por parte de los jugadores, es entonces a través de la repetición sistemática, es especificidad, eh, permitida en este sentido por el principio de propensiones”.
Y para poner la guinda y atravesarme como si de un caballero medieval con su lanza se tratase apuntilló: “Leví, esto es el fútbol“.
Todas las ideas son igual de ganadoras y perdedoras porque el fútbol sigue perteneciendo antes a los pies de los jugadores que a la cabeza de los entrenadores. Esta metodología seguida y argumentada por mi buen amigo me hizo reflexionar y preguntar si acaso se puede repetir una misma jugada en este juego. ¿Es de inteligentes conseguir esto?
Como máximo exponente de la metodología expuesta por mi compañero nos encontramos el Real Madrid actual y podemos utilizar la siguiente reflexión: si en cualquier situación que el Real Madrid quiera desarrollar los protagonistas son Khedira, Essien e Higuaín, ¿van a exponer la misma situación que si los protagonistas son Özil, Modric y Benzema? Seguramente, si dejásemos ser a este último grupo no se repetiría ni una sola jugada, no necesitan que le se le diga nada a ninguno, simplemente ponerlos, tener la valentía de hacerlo. En cambio, los otros tres necesitan que se le comenten los principios y subprincipios que el entrenador cree conocer, lo que me hace dudar algo más sobre esta rica metodología y pensar que sirve, claro que sirve, para que sean felices los jugadores mediocres, espejos de entrenadores con la misma aptitud cualitativa.
Essien nunca se puede adaptar a Özil, ni Arbeloa a Modric, así como tampoco Song a Thiago. En todo caso los podrían, en detrimento de todas las segundas parejas, malcomplementar. Sugiero entonces que declaremos gratuitos los miedos y nos animemos a vivir, a asumir riesgos. Para empezar, estaría bien que devolviéramos el fútbol a los jugadores y la pelota a los mejores. Como decía antes, y en esta moda por dar nombre a todo, se nos ocurre el concepto de jugadorismo, que a modo académico se podría definir de la siguiente forma: Concepto en el que se depende de la creatividad serendípica entre jugadores en cualquier momento del juego. Dice ser un concepto atribuido al jugador inteligente que interacciona con los demás conociendo y exponiendo todo lo emergente en las relaciones futbolísticas que se producen en ese momento.
Crear es simplemente hacer algo valioso que no existía antes. Vienen a la cabeza los nombres de Schubert, Picasso o Miguel Ángel, máximos representantes en lo que a su obra se les atribuye, pero en este caso el jugador por excelencia que representaría este nuevo concepto sería Andrés Iniesta. Hablar de Iniesta es agotar todos los calificativos relacionados con la admiración. Anthony Burguess decía que “el propósito del arte es disparar la imaginación”, pero en este caso creo que va mas allá: jugadores como lo que Andrés representa al fútbol pueden permitirse hacer pedagogía mientras divierten. Me ponen nervioso los que saben hacer muchas cosas pero deciden mal: cuando tienen que regatear, tiran; cuando tienen que tirar, pasan; y cuando tienen que pasar, regatean. Andrés pone todas las virtudes en orden y eso ya complace la inteligencia. Tiene un amplio campo de acción, se muestra para auxiliar y la pelota sale siempre mejorada de sus pies.
* Leví Cantero es entrenador.
– Fotos: FC Barcelona
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