"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Mi querido amigo:
Ya que estamos en Semana Santa, momento de procesiones y presunto recogimiento, permíteme expresar queja formal ante esa tremenda cruz de formato laico que nos toca arrastrar todo el triste año, mucho más allá de las fechas marcadas por el calendario religioso. Ando hasta el moño del virus FIFA y su repajolera mamá, esa que lo trajo al mundo para martirio de inteligencias poco dispuestas a seguir tragando con su descerebrado dictado. Digo, Martí, aunque suene como tirar piedras a nuestro propio tejado, que algún día cumpliremos la utopía de mostrar cierta valentía para atrevernos a presenciar estrictamente los noventa minutos del partido, abstraídos por completo de cuanto se cocine en tan diversos mentideros asociados durante el resto de la semana. Que algún día seremos capaces de ajustarnos a lo que depare el juego y basta, sea de manera presencial o desparramados en el sofá de casa, para retirarnos de inmediato a nuestras respectivas obligaciones una vez concluya la distracción.
Y así que termine el duelo, adiós, hasta la próxima, abstraídos hasta la nueva cita del calendario. Antes de empezar el siguiente lance, ya nos pondrán al día vecinos de localidad o locutores televisivos sobre circunstancias y particularidades, presencias y ausencias, sin tener que andar arriba y abajo todo el santo día, toda la santa semana con tanto ruido, tanto vano alud de irrelevantes informaciones, de interesadas confusiones en bien del negocio de otros y pendientes de ciertas, ahí voy, rutinas enojosas que se repiten mucho más que el ajo. Entre ellas, destacada en rutilante posición, el hábito sistemático de renegar a propósito del cacareado virus FIFA, remoquete que, bien mirado, entraña idéntico vuelo que el concepto pretendidamente a definir. O sea, nada, aire, viento, sacralizada tontería. Como las secuelas de tal fenómeno de masas resultan altamente previsibles, nos pasaremos los próximos días, querido Martí, venga y dale que te pego a la salud de los no menos habituales comunicados médicos. Oh, vaya, bondad graciosa, éste sufrió una contusión en París que le convierte en duda liguera. Vaya, aquel padeció un esguince y menganito parece que ha recaído en la antigua dolencia, detalle que repercutirá, acabáramos la tontería, en su rendimiento así que vuelva a lucir la camiseta de club.
Y siguen las comparaciones y presuntos agravios por intereses supuestamente contrarios a la institución que le paga. Entidad que, por lo tanto y según los voceros enfadados, debería tener algo que decir en el asunto, debería blandir importante vela en el entierro. Patapam, ya salió el teórico razonamiento pillado con pinzas de los habituales denunciantes de lo vacío y populista, constantes derramadores de lágrimas de cocodrilo a la salud de este circo, incapaces de reparar en que lleva así montado, con las mismas arcaicas atracciones y números sin recambio, durante el último siglo o así, sin que hayamos aún vivido revolución capaz de tumbar los dictados de su statu quo, caprichos y veleidades de tan sólido establishment. Oh, córcholis, eso de jugar a la altura terrorífica de La Paz, capital boliviana, resulta inhumano, injusto desmán capaz de propiciar que el mesías vomitara en el descanso, el fideo precisara de oxígeno para no palmar en el intento y nos los hayan devuelto derrengados, exhaustos. Bueno, ¿y qué esperábamos? Antes caerá Evo Morales –impagable, el regalo del poncho a Messi, monumento al surrealismo populista– que alterará sus protocolos la FIFA, no seamos tan ingenuos como para creer que ellos y nosotros nacimos precisamente ayer. Establecidos sin remedio en la supina banalidad, fuego cruzado entre bandos a propósito del virus, de su tontería y de su repajolera mamá: oh, el nuestro hizo 20.000 kilómetros, tonto el tuyo por hacer 15.000 para nada, fulano ha caído lesionado, maldita sea, mengano acusa tanto trajín en su rendimiento, a la horca con los culpables, y zutano no rinde después de cada meneo, maldita globalización, vaya morro el de las selecciones y volvamos al venga, dale, toma y daca…
Y en otra rama del mismo árbol se columpia el personal que, ay, bendita ingenuidad, busca explicación lógica a la dispensa otorgada al beneficiado Ibrahimovic, libre para disputar el match de ida en París. ¡Blasfemia, horror, vituperio, a las armas! Pues sí, certificamos que aún existe numerosa peña que pierde tiempo y energía dispuesta a investigar dónde habita la lógica en este cambio de opinión, antes castigado, ahora amnistiado. ¡Si de lógica no hay! Almas benditas, ¿aún desconocéis cómo va esto? Como en la vida, y el fútbol no escapa a la norma, todo puede ir razonablemente a peor. Por lo tanto, prestar atención a tan interminable surtido de fuegos fatuos acostumbra a conducir a un estado aún más execrable, el de las teorías de la conspiración, dominadas por sacerdotes oportunistas –y muy bien pagados, por lo común– que ven oscuras tramas en la más primaria y sencilla de las acciones. Incluso en las que carecen de sentido, dictadas mayormente por comités nacionales o internacionales, que en eso no resultan distinguibles. Naturalmente, faltaría más, todos los sorteos están amañados, todos los árbitros silban según consigna previa y gana los títulos aquel bendecido de turno desde lúgubre despacho. Y así, en esta absurda, estéril dinámica pasan los días, pasan las competiciones en este peculiarísimo mundo del balón, sirviendo evidentes intereses de negocio o, simplemente, perdiendo el tiempo del modo más ignominioso posible.
Cada vez, confieso, Martí, me entran enormes ganas de dar el gran paso adelante: atreverme a ver el partido y basta, para desconectar después el largo tiempo de espera, sin atender a nada y a nadie, huyendo de las veleidades propuestas por el denominado virus FIFA y su tribu de acólitos y variantes. Al fin y al cabo, cuando te centras en el juego, siempre tiene a bien regalarte un detalle que justifica la inversión de noventa minutos. Ayer, sin ir más lejos, pagado me quedé con el pase de gol, estupendo en forma e intención técnica, brindado por Monreal a Pedro. En lo sencillito vive la esencia, la mayor de las sofisticaciones. Si nos lo tomáramos así, igual saldríamos ganando en salud mental, en apropiada dieta futbolística. Hasta el moño de virus FIFA, monumental Everest de naipes tumbados al menor soplido de la razón.
Antes, cuando las relucientes vacas, el recogimiento propio de las fechas fue sustituido por la playa. Ahora, en estos días de crisis, ya no deseas al prójimo feliz viaje y retorno. Apenas, que descanses y recobres fuerzas para seguir camino. Pues eso, Martí. Y cruces, ninguna a cargar. Y mucho menos, el virus FIFA.
Poblenou, territorio libre de especulación futbolística
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: Reuters
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