"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
El 16 de diciembre de 1979 el Barça perdió en San Mamés por 2-1 ante el Athletic. Carlos y Goikoetxea sentenciaron la quinta derrota en trece jornadas que dejaba al equipo azulgrana en décimo lugar de la clasificación, a nueve puntos de los líderes (Real Madrid y Real Sociedad) y apenas dos por encima de los diez que sumaba el Burgos, primer equipo en descenso. La crisis, habitual en el Camp Nou, estaba cerca de llevarse por delante a Quimet Rifé y había ya condenado a Hansi Krankl. Héroes siete meses antes en Basilea, el entrenador y el goleador personificaban el hundimiento del segundo proyecto de Josep Lluís Núñez, así que en una operación tan silenciosa como rápida, en la segunda quincena de aquel mes de diciembre el Barça cerró un fichaje estratosférico, el del ‘9’ de referencia en Brasil, el goleador más reputado del país y que debía liderar el resurgir del equipo. Se llamaba Carlos Roberto de Oliveira y era conocido como Roberto Dinamita.
La corta experiencia de Dinamita en el Barça se resume en diez partidos, tres goles, muchas críticas y una pérdida para el club cercana a los 30 millones de pesetas de la época, que no eran pocos. Y en apenas siete semanas. Una locura.
En un fútbol mucho más local que en la actualidad, cuando ver un partido de la liga inglesa o italiana no era precisamente habitual y descubrir algo de la brasileña poco menos que una utopía, el aterrizaje del mayor goleador de la década del Vasco da Gama fue recibido en Barcelona con tanta expectación (por su papel teórico de salvador) como escepticismo. Fue una incorporación que pilló por sorpresa a todo el mundo y que anunció como regalo de reyes Joan Gaspart la tarde del 3 de enero de 1980. Al día siguiente, tanto Sport como Mundo Deportivo daban cuenta en sus portadas del fichaje como una bomba que costaba 800.000 dólares (sobre los 56 millones de pesetas) y que estaba llamado a acabar con el reinado de un Real Madrid que había ganado cuatro de los últimos cinco títulos de Liga. El restante lo había conquistado el Atlético.
“Estoy loco de alegría con mi fichaje” y “voy a marcar muchos goles con el Barcelona” fueron las frases con las que se presentó Roberto Dinamita en Barcelona. Llegó el viernes 4 de enero y al día siguiente ya entendió, de sopetón, lo que era la presión en el Barça. Gaspart se lo llevó al Palau Blaugrana para ver cómo el Real Madrid de Lolo Sáinz ganaba por 89-102 al equipo de Antonio Serra con 32 puntos de Rafa Rullán que anularon los 29 de Chicho Sibilio. Un día después, con Esteban como delantero centro, el Barça no pasó del 0-0 en Vallecas. A la siguiente semana el derbi en Sarrià destrozó al equipo azulgrana, que fue arrodillado por los goles de Marañón y Arabí. Y el 20 de enero, un domingo de frío polar en Barcelona, llegó el momento de la verdad. Visitaba el Camp Nou el Almería, debutante en Primera División, a las cinco de la tarde. Y Roberto Dinamita cumplió con lo esperado. Por 2-0 ganó el Barça y ambos goles llevaron su firma: el primero de penalti, a los 79 minutos y con una frialdad nunca vista, casi caminando y sentando al meta César antes de marcar con toda la calma; el segundo, en el tiempo de descuento con un disparo desde el límite del área que despistó al meta al desviar el balón un defensa. No ofreció brillantez pero cumplió lo esperado.
A partir de ahí, sin embargo, lo mucho que se esperaba del ariete brasileño se convirtió en una decepción mayúscula. Desapercibido en la victoria frente al Zaragoza e invisible en Nottingham, en la ida de la Supercopa de Europa que el equipo del legendario Brian Clough venció al Barça, Roberto comenzó a ser el centro de las críticas de los medios a partir del siguiente partido, en la derrota liguera en Sevilla frente al Betis que dejaba al equipo de Rifé, transcurridas 19 jornadas, en octavo puesto junto al Espanyol y a diez puntos del liderato de la Real Sociedad. Dos días después Roberto marcó su tercer y último gol, de penalti, ante el Forest en la vuelta de la Supercopa continental, pero su figura, encogida por el frío, ya era fantasmal para unos aficionados que día tras día leían en la prensa las críticas inmisericordes contra él.
Y fue cinco días después cuando la crisis dio paso al derrumbe. Para Roberto Dinamita, para Rifé y para el Barça. El habitual escenario anual de la caída coincidió con la visita del Real Madrid, que asaltó el Camp Nou por 0-2 en una exhibición de un inglés llamado Laurie Cunningham, cuyo discretísimo paso por el club merengue quedó perdonado por aquella tarde en la que se escucharon los últimos aplausos para un madridista en el templo culé. Participó los 180 minutos siguientes en Salamanca y frente a la Real Sociedad y el 2 de marzo, en Alicante ante el Hércules, el entrenador, tocado ya de muerte, lo sacó del campo en el descanso. “Este chico es un paquete”, se pudo leer al día siguiente en la prensa refiriéndose a él. El 5 de marzo, el Valencia también ganó en el Camp Nou en la ida de cuartos de final de la Recopa (sin el brasileño por no estar inscrito) y un día después Joaquim Rifé era despedido para ocupar su puesto Helenio Herrera.
La historia de Roberto en el Barça acabó el domingo siguiente, con un triste empate sin goles en el estadi y HH señalando sin disimulo al brasileño, al cambiarle en el minuto 63 de partido entre los abucheos de una afición que ya le había condenado, que leía día tras día la resurrección de Krankl en Austria y que contemplaba como el proyecto triomfant de Núñez se arrastraba en la novena posición de la Liga, a 14 puntos de Real Sociedad y Real Madrid. El miércoles 12 de marzo el Barça fue vapuleado en Atocha por la Real Sociedad en la Copa (3-0) y Roberto Dinamita tomaba el camino de regreso a Brasil por 27 millones de pesetas.
Su retorno fue apoteósico. Tras volver a ponerse en forma y después de dos partidos menores con el Vasco da Gama, el 5 de mayo, en Maracaná, se enfrentó al Corinthians. Venció el Vasco por 5-2… y los cinco goles llevaron la firma de Roberto Dinamita. Leyenda viva en el club Vascão, sigue siendo su máximo anotador con 698 goles y quien más veces se enfundó su camiseta: 1.110 partidos. Ídolo sin discusión, en Barcelona pasó como un simple fantasma.
Dos años después, en una operación tan rocambolesca como propia de aquellos tiempos en el club, aterrizó el siguiente brasileño, llamado Cleo y cuya presencia en Barcelona, con un coste de 15 millones de pesetas, fue poco menos que testimonial, con un partido amistoso, varios rumores de su homosexualidad, su boda relámpago y el regreso al Internacional de Porto Alegre. Historias de brasileños que no cuajaron o lo hicieron discretamente como Aloisio, fichado tras los Juegos Olímpicos de Seúl… Cinco años antes de que, por fin, un goleador brasileño demostrase su clase vestido de azulgrana. Se llamaba Romario y su ídolo, curiosamente, respondía por el nombre de Carlos Roberto de Oliveira… Pero esa ya es otra historia.
* Jordi Blanco es periodista. En la web: notas-de-un-forofo.blogspot.com.es
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