Son las siete de la tarde en Indian Wells y el partido está a punto de empezar. Rafa Nadal está en su asiento, ultimando detalles antes de saltar a la pista. Desde su zona Roger Federer hace lo propio, pero de pronto el suizo parece ya listo, se pone en pie y lanza su mirada hacia el rival. La realización capta el momento con precisión. Federer está en la lejanía de un tiro de cámara largo, distante, mirando a Rafa veladamente. Nadal parece notarlo pero rehuye el contacto visual y simplemente se levanta y se echa al cemento para jugar. Han sido apenas un par de segundos, un simple mirada preliminar, pero el momento está cargado de sentido. Roger parecía comprobar con sus propios ojos que su adversario había vuelto y que estaba preparado para luchar otra vez. En todo caso, son los cuartos de final de un Masters 1000 y no hay tiempo para bienvenidas.
Del partido ya se sabe la historia. Pronto salta a la vista que algo no marcha muy bien en Roger porque Rafa está jugando largo y cómodo en pista dura, a un 70 % de su capacidad y contra el número 2 del mundo. Delatan al suizo la falta de movilidad y los números, sobre todo en sus virtudes de siempre. Al servicio, gana sólo el 60 % de puntos sacados con primero y el 30 % con segundo. Llegan al ecuador del primer set estando parejos, pero Nadal acaba rompiendo el servicio y a partir de entonces el partido camina cuesta abajo. Roger compone esa mueca tan suya de perdedor pudoroso, una tristeza casta que no se permite aspavientos. Jugarán una hora y veinticuatro minutos. Ganará Rafa con claridad 6-4 y 6-2 y el mallorquín lo celebrará como si hubiera vencido, en efecto, a un jugador mermado. En la red Roger parecerá malhumorado, sabedor de lo que ha pasado, pero en conferencia de prensa quitará toda importancia al asunto de su espalda, por no quitar méritos a su rival o por simple orgullo. La prensa española obviará la cuestión y ensalzará sin más el triunfo de Rafa.
Pero además hay un momento postrero que parece el reverso perfecto de la mirada del principio. El encuentro de Nadal es bueno, pero algo errático, y al final del partido sufre un pelín para cerrar con su saque. Tanto es así que en la segunda manga con 5-2 y servicio pierde algún punto tonto e incluso comete una doble falta, visiblemente nervioso, demorando un poco el final. Para entonces Federer ya expresa lenguaje corporal de vestuarios. Y es ahí cuando, con todo resuelto, Roger mira a Rafa con la misma discreta complicidad que al principio, y después de esa inoportuna doble falta, parece pedirle en silencio: “Me alegro de que hayas vuelto, querido enemigo, pero termina de una vez con esto”.
* Carlos Zumer es periodista.
– Foto: EFE
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