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El halcón milenario

por el 5 marzo, 2013 • 15:32

No es esta una historia de detectives, aunque un futbolista eterno como él ha vivido de todo. El nuestro es un halcón galés y no maltés como el que inmortalizó John Huston en la película con la que abrió el telón del cine negro. En cualquier caso, las similitudes con Humprhey Bogart, el protagonista principal de aquel filme, son evidentes. A falta del cigarrillo, las hechuras de galán y ese toque seductor que aportan los cabellos plateados en las sienes a quien los sabe llevar se siguen paseando por la cartelera de la Premier cada fin de semana. Son más de dos décadas portando el mismo traje, el de soldado Ryan de Ferguson, el de Humphrey Bogart con botas. Es Giggs, el halcón milenario.

Un halcón que se presentó al mundo con la velocidad propia de las aves rapaces. Por entonces, Giggs era un astuto extremo izquierdo que basaba su fútbol en el regate, la rapidez y una zurda exquisita con la que enviaba mensajes de gol a todos los que revoloteaban por el área. Justo lo que Alex Ferguson llevaba años buscando para afinar la maquinaria. Corría el año 1990, y tras un periplo por la cantera del United el entrenador de los Red Devils se presentó ante Ryan un 29 de noviembre para ofrecerle un contrato profesional. Ese día cumplía 17 años y el pacto sería eterno.

Pero el idilio entre Ryan y Ferguson había comenzado tiempo atrás, a mediados de la década de los ochenta, cuando un teenager con desparpajo y arrestos hacía suya la banda izquierda del Deans FC de Salford. Pegado a la línea de cal llamó la atención de los ojeadores de la zona ante su cabalgar elegante, el pecho henchido y la cabeza alta. Los informes de ese chico de origen galés llegaron a manos de un recién llegado a Old Trafford, Alex Ferguson. Con 13 años, en la navidad de 1986, Ryan jugó un partido a prueba con el filial del United. Marcó tres goles y dejó a todos maravillados, incluido el técnico escocés, de quien cuenta la leyenda que observó el partido desde su despacho.

Su estreno con el Manchester United llegó el 2 de marzo de 1991, frente al Everton. Ryan, que ya es Giggs tras cambiarse el apellido por el de su madre, Lynne Giggs, sustituyó en el partido a Denis Irwin. El United perdió 2-0 en una época de altibajos para los mancunianos. Son los años inminentes al nacimiento de la Premier League, los años en los que Liverpool y Arsenal pelean por los títulos. Años, en definitiva, de glorias lejanas. Incluso para el propio Giggs, que no vive en primera persona el primer sorbo de champán de la Era Fergie, la Recopa del 91. Ryan no es en esos días el profesional ejemplar que hemos conocido después y Ferguson tuvo que emplear con él todo su repertorio de psicología y educación para que el extremo no se saliera de la línea. Por extraño que nos parezca, el eterno ‘11′ del United era un indisciplinado que puso en dificultades su relación con Ferguson en más de una ocasión. Ante esto el técnico escocés no dudó en contratar a un detective muy especial. El espía era Lynne Giggs, su madre, que estaba en continuo contacto con Fergie y que sabía lo que se hacía, no obstante era hija de un agente de policía.

Con las dosis apropiadas de disciplina y la incuestionable ración de talento, Giggs se va haciendo un hueco en la banda izquierda de Old Trafford. Desde ese flanco Ryan comenzó a centrar balones a Mark Hughes, siguió con Brian McClair o el inimitable Eric Cantona. Muchos lo conocimos regalando caramelos a Dwight York o Teddy Sheringham, pero Ryan no se detuvo ahí. El Van Nistelrooy más demoledor surgió tras los pelotazos de Giggs, en el primer estruendo de Cristiano Ronaldo la pelota pasaba antes por los pies del galés, al igual que ocurriría más tarde con Rooney. 22 años después el receptor de esos centros es hoy Van Persie. El reguero de nombres asusta y habla de la talla de un jugador que pasará a la historia como one man club. Es el amor a una camiseta.

Es también un jugador de otra época, un personaje sacado de Los Inmortales, una persona que ha subido todos los escalones de un club centenario, uno de los más míticos del mundo, para pasar de ser recogepelotas a mito de carne y hueso, leyenda viva que ha sabido evolucionar y reciclarse. Poco o nada queda ya de ese Ryan Giggs que sajaba defensas con la velocidad propia de los cockers ingleses, como un día lo definió Ferguson. Ese jugador que plasmó la belleza de una posición (la de extremo) en el gol que marcó al Arsenal en la semifinal de la FA Cup y el estilismo de un jovenzuelo hecho hombre en el fútbol de los 90. Ese pecho sin depilar sonará a algunos a añejo.

Eso ocurrió en 1999, cuando Ryan compartía centro del campo con Roy Keane, Nicky Butt o Paul Scholes e intercambiaba centros con David Beckham. Ese año alzó su primera Copa de Europa en el Camp Nou con una participación vital. Es un pase suyo lo que provoca el córner en el minuto 90. Es un remate suyo tras varios rechaces en el área el que llega a los pies de Teddy Sheringham para el inicio de la remontada imposible. Es un pelotazo suyo hacia Solsjkaer por la banda derecha lo que desemboca en otro córner con el que culmina el sueño red devil. Es, en definitiva, la persistencia hecha jugador.

Eso lo descubrimos en el 2008 cuando levantó al cielo de Moscú su segundo entorchado europeo. Giggs todavía estaba ahí. No le encontrábamos ya en el banda, sino que en ese reciclaje que solo los inteligentes son capaces de hacer: Giggs había cambiado de hábitat. Aprovechando la visión periférica desarrollada por los extremos para desentrañar los huecos en las defensas enemigas, Ryan se había convertido en mediocentro previo paso por la media punta. La reconversión industrial del ’11’ eterno fue menos traumática que la acaecida 20 años antes en las islas británicas. Giggs exploró desde el 2005 nuevos terrenos, nuevas áreas de negocio ayudado por un patrón que siempre ha estado dispuesto a la renovación y reubicación de sus piezas. Ferguson comenzó a utilizarlo de mediapunta cuando la velocidad acusó la bajada de revoluciones. En su última etapa, esa que arranca en el 2008, lo rodeó de Fletcher, de Carrick y del incombustible Scholes para que su zurda siguiera dibujando vuelos mágicos.

Para entonces, Ryan Giggs representaba todos los valores que deben habitar en cualquier deportista: la solidaridad, el compañerismo y el juego limpio; la competitividad, el talento y pasión de ese juvenil que llegó al United por el carril izquierdo. Y del que Ferguson ha sabido explotar hasta la última gota de su calidad. Porque el tacto con los veteranos es distinto, ahí el corazón de Fergie se ablanda. No solo ha sucedido con Giggs, Scholes es un caso similar. Ejemplos de compromiso y profesionalidad. Ejemplos de otro fútbol y otra cultura basada en el respeto a jugadores que son ya instituciones vivas. Dos datos tejen el traje de una leyenda. En sus más de 900 partidos de liga, Giggs nunca ha sido expulsado. En sus 23 temporadas con el Manchester United ha conseguido marcar al menos un gol en cada una de ellas.

El fútbol le recompensó hace poco menos de un mes con una ovación del Santiago Bernabéu que a buen seguro le puso los pelos de punta. No era la primera, el año pasado fue La Catedral de nuestro fútbol, San Mamés, la que se rindió a sus pies. No será la última. A buen seguro que Old Trafford le tiene reservado el penúltimo aplauso cuando este halcón milenario alcance esa mítica cifra con los Red Devils. La leyenda cuenta que esa cifra se alcanzará hoy ante el Real Madrid en los octavos de final de la Champions League, aunque las estadísticas y los números, machacones como pocos, le conceden poco más de 950 veces en las que ha portado la camiseta roja.

En cualquier caso alguien debería replantearse un remake del Crepúsculo de los Dioses con Giggs de protagonista. A buen seguro que ahí no sería un actor de reparto como lo es hoy en el Manchester United. Pocos han envejecido tan bien como él porque nadie puede presumir de haber jugado tanto y haber ganado tanto con la misma camiseta. Y a sus 39 años el contador amenaza con seguir subiendo porque Giggs ha renovado una temporada más y jugará con los Red Devils con 40 años. Estábamos en lo cierto, estábamos ante un jugador de otro época emboscado en una batalla que ya no encuentra rivales sobre el terreno de juego. Ahora Giggs lucha contra ese inexorable tictac al que pretende seguir engañando. Lo lleva haciendo 23 años, algo solo al alcance de alguien que ha hecho un pacto con el diablo… rojo.

* Emmanuel Ramiro es periodista.


– Fotos: AP – Reuters




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