"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Es probable que si se hubiera realizado una encuesta en las horas previas al Clásico de ayer entre los aficionados madridistas, cuestionados sobre la importancia del partido que se iba a disputar contra el Barcelona, la mayoría habría secundado la idea de Mourinho de rotar a los hombres primordiales ya que se trataba de un encuentro secundario teniendo en cuenta el duelo de Champions League del martes. “La Liga ya da igual, está perdida”, habrían respondido muchos. Y no les falta razón. Ni antes a 16 puntos ni ahora a 13 el Real Madrid tiene posibilidad alguna de remontar y llevarse el título. Otro grupo de madridistas habrían contestado que era el momento de volver a ganar al Barcelona, de hundirlos y tomarse la revancha después de cinco años de jerarquía culé, apenas interrumpida por tres títulos blancos entre catorce azulgranas.
El gol de Sergio Ramos permitió a estos últimos seguidores merengues ser felices en casa, en el Bernabéu, después de mucho tiempo, demasiado seguramente. No era normal que el último sabor dulce liguero que degustó el paladar madridista fuera el Clásico del pasillo, allá por mayo de 2008. Un recuerdo histórico y muy recurrido cuando peor estaban las cosas para los blancos. Desde entonces, un 2-6 y muchas tardes de terror en Chamartín, hasta tal punto de que un merengue se encontraba más cómodo en las visitas al Camp Nou que cuando Messi sacaba su fusil en el bernabéu.
Resulta cuando menos curioso que por primera vez en cinco años la rivalidad Real Madrid-Barcelona haya sido positiva para el conjunto de Mourinho y todavía pueda acabar la temporada sin que ningún trofeo, más allá de la Supercopa, viaje a las vitrinas de la casa blanca. Ese único título fue la primera vez que Mourinho ganaba en una competición a doble partido contra el Barça. Ya en el encuentro de vuelta de la pasada Liga el Madrid salió a jugarle al Barça en el Camp Nou y se llevó una victoria merecida, actitud que refrendó a pesar de salir con derrota por la mínima en la ida del trofeo veraniego. En el Bernabéu completó la remontada, en lo que fue el primer bofetón al Barça post-Guardiola de la temporada.
El primer Clásico de Liga se repartió en trozos iguales. Primero dominó el Madrid y después lo hizo el Barça, en un encuentro sensacional coronado por dos dobletes de las bestias Messi y Cristiano. Aquel día el Real Madrid comenzó a dejar al margen la Liga. No recortar aquellos ocho puntos con los que empezaban el duelo contra los culés propició que el vicio liguero fuera in crescendo, hasta que unas semanas después marginó a la competición de la regularidad para centrarse definitivamente en la Copa del Rey y la Champions League. En Copa, el Real Madrid aguantó al Barça en Concha Espina y Varane permitió llegar con vida al campo culé. Allí, Cristiano y el francés destrozaron la moral del Barça.
Todo madridista que se precie está disfrutando de su mejor semana futbolística en un lustro, incluso mejor que cuando vieron al equipo de su alma ganar la Liga el año pasado. Han desviado el curso del río por el que fluyó el Barça de Guardiola y se sienten poderosos y victoriosos. Pero hasta el momento no se han llevado a la boca ninguna copa que degustar, ni nada les garantiza que dentro de unos meses lo hagan. Un pequeño fallo en Old Trafford este martes y la alegría incontenible pasará a una depresión que ni una tradicional victoria en el derbi copero con el Atleti podría curar. El Real Madrid acaba de ganar las batallas de Trafalgar y Lepanto, pero esas victorias no le garantizan ganar ninguna guerra.
* Jesús Garrido es periodista.
– Foto: Cristobal Manuel (El País)
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