Mi querido amigo:
Recreas en tu crónica de la vuelta copera entre superpotencias los cantos de sirena, Ulises y tan bella mitología griega. Sin movernos del agua, dejándolo en pecera, la situación recuerda hoy a la vida de los peces de colores, cuyo lapso de memoria apenas supera los dos segundos. Martí, aquí no hay crédito que valga. Por su peculiar idiosincrasia, no entremos ahora a recrear eso, el Fútbol Club Barcelona vive perennemente encajonado entre el estado de ánimo que genera su último resultado y las expectativas despertadas por su próximo compromiso. No hay más. Eso del crédito supuestamente obtenido a lo largo de una década estupenda, de cuatro años con brutal y rutilante colección de títulos, no es más que papel mojado. No hay crédito y jamás lo ha habido, ni habrá. Máxime, hay matices. Caes ante el Chelsea, un suponer, tras haber bombardeado sus posiciones a destajo y el personal reconoce la bravura del intento, sí, y acaba dando palmaditas en la espalda a la infantería derrotada. Sales con la cola entre las piernas ante el máximo adversario y la sensación, no diría que unánime pero sí absoluta, consiste en creer que te han tomado la matrícula, han hallado el antídoto indicado y conviene una inmediata reinvención, un meneo, una novedad, un algo. Agrava la sensación el partido de Champions en Milán, por supuesto, y nada consuela que anoche te dieran una brea de pizarra y estrategia en toda regla, ideada por aquel a quien menos le permites lecciones, consejos o prepotencias, el portugués que ha restado millas de distancia en dos años y medio hasta comerle esa endeble moral ya tradicional en la institución y sus millones de feligreses.
Peces de colores, inexistencia de crédito. Tampoco nadie pone en duda el modelo establecido, especie de dogma seguido por fe y convencimiento, pilar de glorias recientes y escaparate de belleza para deleite planetario. Se trata de ir lejos, más lejos, en la capacidad de reacción cuando constatas que goleas a los carentes de talento y sientes la actual impotencia ante escuadras de categoría. De ahora hasta el sábado, se espera aquí la meditación urgente que conduzca a la reacción, al resurgimiento. De hoy hasta la vuelta de Champions, el laboratorio técnico debe andar ocupado las 24 horas en busca de nuevas recetas, nuevas texturas, distintas capacidades en la resolución. No entraré ni en embudos, ni en debilidades defensivas, ni en falta de intensidad, en si debe jugar éste o aquel, ni nada de lo que ahora, te lo puedes ya imaginar, Martí, preside los apasionados debates de carácter depresivo extendidos por toda tu tierra natal. Tampoco hace falta sacar el rifle con mira telescópica de paseo para situar en la diana a quienes fueron venerados hace cuatro días, resultaría de un atroz grado de injusticia. Sólo se trata de reaccionar ante las evidencias registradas, olvidar la desazón y coger el atajo más rápido que evite este callejón sin salida donde el barcelonismo se siente incómodamente metido de sopetón.
No ha sido hábil, quizá, a toro pasado, partir el vestuario entre once de gala (teórico) y olvidar la imprescindible práctica del once más adecuado, más en forma para el lance en boga. Con Guardiola no había manera de acertar la alineación y vivido el partido, entendías cómo adecuaba las piezas a las necesidades de cada duelo según fueran las características del adversario, detalle que aquí, a menudo, se interpretaba como excesiva diligencia. Que se preocupen ellos de nosotros, venía a ser el pensamiento eufórico del momento. Ahora, mientras se cargan tintas en la ausencia y lejanía del máximo responsable técnico, cualquiera puede adivinar el final de la película al conocer de antemano el guión. El Barça se ha vuelto previsible cuando toca recepción de alto copete en la que brindar el acostumbrado recital. Y ese concepto, el jugar de manera harto previsible, martillea en las conciencias de los aficionados como idea maldita a la que se debe erradicar del actual diccionario a la voz de ya, so pena de generar los habituales castillos en el aire y especulaciones tremendistas de futuro, siempre de cariz deprimente. Hay quien tiembla pensando en una eliminación de la Champions mientras el Madrid se ilusiona con la consecución de la décima, que para eso son ambos eternos vasos emocionales comunicantes. Hay quien no duerme previendo que ésta podría convertirse en la Liga menos apreciada de la historia, devaluada por los acontecimientos vividos en este mes de febrero y los que pueden llegar desde casa ajena alcanzada la primavera. Volvamos al bucle de la memoria digna de los peces de colores. Aquí no hay crédito que valga, el carácter de este club es ciclotímico desde que los avatares históricos provocaron que así fuera por los siglos de los siglos, allá por la postguerra y todo el intríngulis de sublimación que el Barça representaba. Desde luego, se acabó la comodidad así que Di Stéfano empezó a rendir de blanco. Nunca más hubo ya paciencia, si me permites la hipótesis.
En otra tonadilla de moda, el plan B, el famoso plan alternativo. No fastidiemos con lo monocorde. Se supone que esta plantilla dispone de recursos suficientes para llegar hasta la Z si nos ponemos a pensar en variables y variantes. El dedo señala ahora hacia el trabajo de los técnicos y la reflexión de los futbolistas. Hay que volver a competir como se acostumbraba, así, a partir de un chasquido de dedos. Olvidemos los maximalismos. Ni hay final de ciclo, ni existe ningún tipo de punto de inflexión. Sólo les han tomado la matrícula y hay que fabricar unas cuantas para volver a despistar al personal cualificado que se te plante enfrente disciplinado, siguiendo ciertas coordenadas de estrategia que ahora les resultan sumamente rentables. ¿Rutina de ganador? Puede, Martí, puede que sea eso, pero al Barça le conviene salir de esa red que le tiene atrapado hoy con una rápida sacudida, no sea que se complique el panorama. La gente no recuerda ni el ritmo de récord en puntos ligueros, ni los alardes goleadores, ni nada de eso. Parecen detalles sepultados y tras este par de sustos, no reaparecerán aunque se le claven un par de manitas a los menos dotados. Se trata de cambiar algo para que nada cambie y todo siga igual, de proceder al trabajo de laboratorio a fin de hallar la fórmula de solución provisional sin tiempo que perder. No andan ni mecidos en la tumbona, ni dormidos en los laureles, pero crece esa impresión. Y las impresiones son nefastas para el correcto estado de ánimo. Si empezara a citar nombres, posiciones tácticas de cada cual, en individual y colectivo, esta epístola se nos haría tan larga e inacabable como cualquiera de las tertulias de cariz enfadado, preocupado, que protagonizan este miércoles frío en Barcelona. Gélido, diría. Se han quedado con su cara y saben dónde viven y eso suena a grave amenaza para la seguridad barcelonista, su confianza en el éxito.
A ver si llega pronto la primavera y nos calienta un poquito, Martí, por dentro y por fuera.
Poblenou, territorio inquieto ante lo previsible.
* Frederic Porta es escritor y periodista.
– Foto: Andreu Dalmau (EFE)
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