"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
El Real Madrid se clasificó para la final de Copa del Rey con todos los honores en el Camp Nou. La contundencia del resultado plasmó la superioridad madridista. Nunca se había encontrado ante esta tesitura el Barcelona, agachando la cabeza, cediendo el trono, reconociendo la inferioridad en el partido, impotente ante la adversidad.
Tampoco fue un partido de muchos alardes técnicos del equipo de Mou, quien poco se prodiga en ello, pero sí de una lección táctica de tal magnitud que muchos autocríticos la utilizarán como material de estudio imprescindible de cara al examen final ante el Milan.
El respeto al rival marcó su agresividad sin balón y en función del momento aplicó uno u otro estilo de presión. De inicio, procuró esperar y analizar al equipo de Roura. Al ver la salida en tromba del Barcelona, decidió replegar y juntar líneas en su campo, esperando las acometidas y generando fallos para sorprender con su mejor arma: pocos pases, precisos y con mucho sentido, ayudados por un faro menudo pero de calidad incalculable llamado Özil. El penalti de Piqué sobre Ronaldo, incuestionable, fue el empujón que necesitaba el Real Madrid para sacudirle y faltarle el respeto al Barcelona. Y decidió cambiar su actitud.
En base a adelantar sus líneas hasta la zona de tres cuartos, zona alta de presión, el Barcelona se vio ahogado en la salida de balón, con escasas opciones de jugar al pie, pocas ayudas y, sobre todo, sin referencias. Debido a ello, un Xavi mermado lógicamente a nivel físico recibe más pegado a Busquets, situación que deja sin receptor en el medio campo. Para suplir su ausencia, Messi e Iniesta bajan a recibir, por lo que las líneas se desdibujan, el equipo se descompone, aparecen los espacios entre compañeros y, por tanto, la salida se convierte en una quimera. Impotencia en la elaboración.
A ello contribuye el entramado defensivo del Real Madrid, probablemente más solvente y resolutivo gracias a la ausencia de referente ofensivo al que fijar la marca, bien plantado en función del nivel de presión que decidió aplicar. Varane caminó por el césped buscando el mejor momento para agobiar y robar, siempre con la pulcritud y precisión del mejor modisto.
Así, adelantada la línea de presión, zona alta, situó la línea defensiva en el círculo central, lo que sumado a espesura del juego azulgrana le hizo ganar superioridad sin balón. A su vez, la poca movilidad del balón del Barcelona le permitió recuperar con menores esfuerzos y, por ende, montar los contragolpes con pasmosa facilidad. Ocupando 20 metros de campo, el Madrid fue dueño y señor del terreno de juego.
Por otro lado, la fragilidad defensiva del Barcelona quedó retratada en cada recuperación de balón por parte del Real Madrid. El desorden en la elaboración repercutió constantemente en la destrucción, situación que, por idiosincrasia e idoneidad de sus jugadores para desarrollar tal juego, el Madrid aprovechó como si de una regalo se tratase. Impotencia en la destrucción.
Mientras los blancos defendieron con líneas fijas, paralelas y ordenadas, los azulgrana, desubicados, generaron numerosos espacios. La separación entre líneas es clarividente. Por ello, son menester las correcciones en defensa, bien de posición de mediocentros, bien de los laterales. Al igual que ante el Milan, de nivel inferior al Real Madrid, cada ocasión de los blancos se generó desde las bandas y el equipo de Mou sabía que esa sería una de sus bazas. La presencia de Alves y Alba aporta mucha profundidad en ataque pero desnuda a los centrales en defensa, más cuando estás volcado por necesidad en el marcador, de ahí que los centrales estén expuestos a los perversos deseos del Real Madrid, sin oposición al encontrarse con un mundo para la elección de la mejor alternativa de continuidad de la jugada.
Si bien es cierto que los cambios fueron los que se debían haber hecho aun llegaron tarde: este equipo transmitió maravillosas sensaciones durante 30 minutos en el Santiago Bernabéu y, sin embargo, se apagó en el tramo final a consecuencia de la falta de acierto a portería y las concesiones en campo propio.
Con todo ello, Cristiano Ronaldo se erigió de nuevo como el depredador que suele ser y sentenció el encuentro ante la mirada impotente de un Pinto que poco pudo hacer mas que mantener con vida a su equipo por más tiempo. Pese a todo, el Barcelona fue un quiero y no puedo en general, sin concentración a nivel defensivo y sin claridad en la creación. La ausencia de un plan alternativo le hace previsible y falto de ideas para sorprender, romper por donde no se espera el rival. El Real Madrid, previsible en su planteamiento, sí ha sido capaz de sorprender.
La debilidad en las piernas o el desgaste mental pueden ser algunos motivos. Pero es indudable que el Barcelona aplicó, sin intención, su Tratado de Impotencia, bien secundado por el planteamiento de un Mourinho que, por fin, se encuentra cómodo enfrentándose ante el máximo rival.
* Esteban Carrasco
– Fotos: Pantallazos de señal en directo Canal + y redifusión Canal + Liga
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