Ibrahimovic se fue a París. Ciudad virginal y silenciosa. Tierra de luces y siglos de poca iluminación conceptual. Hasta allí acude ese amor incipiente para reafirmarse bajo un cielo que espera a ser descubierto. Lugar en el que se reciclan pomposos artificios edulcorados. Todo ello, a priori, no le hace parecer el mejor sitio para la nausea de un guerrero consumado.
No era una simple huida. La decisión más arriesgada suele corresponderse con la mejor mano sobre la mesa cuando ésta nace de la descarada intuición. Arriesgar para ganar o morir caducando. Zlatan cogió las pocas pertenencias sentimentales adquiridas durante su etapa profesional y las prendió fuego para ir más ligero de equipaje. El respeto no es algo que se herede ni que se mantenga incorruptible durante los años. Es un intangible que se gana en el día a día.
Y Paris le recibió sin amargor en su regazo. Protagonista en una estampa de portada con Doña Eiffel de fondo. Majestuosa imagen. De blanco impoluto se fundió, sin timidez alguna, con su nuevo destino. Música de violín, para alguien que sintoniza con las explosiones de la guerra. Habría que esperar para verle sonreir
La llegada del sueco se vio favorecida por las condiciones meteorológicas. La lluvia siempre ha sabido guiar su camino y con él, París ha aprendido a llorar. Desde entonces, nadie vive seguro en Francia. Ni tan siquiera el Sena encuentra descanso en la orilla.
Cada linea que escribe en su nueva estancia desvirtúa aquel paraje idílico y le enfunda la categoría de territorio inhóspito. La noche ha llegado y su guerra sigue viva. Francia ya tiene otro “Rey Sol”. La corona de la nueva generación la luce con orgullo alguien que comparte la rebeldía de quienes pensaron en él para esta guerra.
Francia, siempre le quedó pequeña. Esta noche, la batalla cambia de escenario. Los focos le harán brillar en Europa.
* Fernando Sosa es periodista.
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