"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Era la previa de un importante partido del equipo reserva ante el Chelsea. Jimmy Murphy, asistente principal del mítico Sir Matt Busby en el Manchester United, estaba de pie en el vestuario de los Red Devils, rodeado de sus jóvenes futbolistas. Esperaba el momento adecuado para dar la última charla. En su cabeza buscaba la mejor fórmula para transmitir a sus pupilos un mensaje que no podía quitarse de la cabeza.
“Muchachos –comenzó–, quiero que hoy cada uno desarrolle su juego, que busquen sus opciones. Cuando les llegue el balón, no se lo den automáticamente a Duncan”. Murphy estaba preocupado porque hacía tiempo que había detectado que el conjunto quedaba cada vez más ensombrecido por el talento descomunal de su mejor jugador.
En el descanso, el United iba por detrás en el marcador. De nuevo en la caseta, el técnico analizaba en silencio los motivos de una rara e impensable derrota. En aquel grupo estaban Roger Byrne, un magnífico defensa que años después fue capitán de Inglaterra; el maravilloso y arrogante Eddie Colman; Liam Billy Whelan, un dublinés que impresionó tanto a los brasileños en un torneo juvenil que quisieron nacionalizarlo para llevárselo a Maracaná; o Tommy Taylor y David Pegg, que también llegaron a internacionales con la selección inglesa.
“Recuerden, muchachos, les dije que no le dieran la pelota a Duncan en cada oportunidad”, repitió Jimmy Murphy. Pero, acto seguido, arrepentido, dominado por la necesidad de ganar, el entrenador se desdijo. “Bueno, olvídenlo. Denle el maldito balón a Edwards siempre que puedan…”. Así lo hicieron, y el United remontó para ganar cómodamente. Así de rotunda era la superioridad de Duncan Edwards sobre sus compañeros y los rivales.
Este genio del balón, extraordinario jugador, iba camino de convertirse en uno de los grandes dominadores del fútbol mundial. “He visto cómo muchos de los jugadores de su época han sido etiquetados como los mejores del mundo. Puskas, Di Stéfano, Gento, Didí, John Charles… Pero ninguno de ellos fue tan bueno como Duncan. No había nadie como él en todo el mundo y no ha habido nadie igual desde entonces. Era incomparable”, asegura con admiración Sir Bobby Charlton, el mejor amigo de Edwards en el primer equipo del ManUnited.
Un trágico accidente, sin embargo, acabó con la vida de ese talento y destruyó casi por completo a uno de los mejores equipos de todos los tiempos, los Busby Babes. El 6 de febrero de 1958, en Múnich, durante una intensa tormenta de nieve, el avión del Manchester United se estrelló contra una casa. El conjunto inglés venía de Belgrado, donde había conseguido el pase a las semifinales de la Copa de Europa tras derrotar al Estrella Roja por un global de 5-4. Su siguiente rival debía ser el Milan.
El Airspeed Ambassador paró en Alemania a repostar y las malas condiciones meteorológicas provocaron dos despegues fallidos. De regreso a la terminal, Edwards asumió que pasarían la noche en el aeropuerto y le envió un telegrama a su casera, la señora Norman. “Todos los vuelos cancelados. Volamos mañana. Duncan”.
El primogénito de Gladstone y Sarah Edwards había nacido el 1 de octubre de 1936 en Dudley, una ciudad del centro de Inglaterra situada entre Birmingham y Wolverhampton. Durante su infancia recibió un duro golpe: su hermana Carole Anne murió unos meses después de nacer.
El joven Duncan comenzó a jugar en el equipo de su ciudad con 11 años y ya destacaba pese a que la media de edad de sus compañeros era de 15 años. Un maestro de su escuela, viéndole en acción, exclamó que era “capaz de ordenar a los otros 21 jugadores qué hacer y dónde ir, ¡incluso mandaba al árbitro y a los jueces de línea!”.
Siempre pensando en el fútbol, en las redacciones de la escuela el chico ya reflexionaba sobre la posibilidad de jugar un día en Wembley. Lo consiguió antes de lo previsto. Elegido para formar parte de la selección escolar de Inglaterra, el 1 de abril de 1951 se midió a Gales en el mítico estadio londinense y deslumbró a los 100.000 espectadores presentes.
Su excelencia era tal que al poco tiempo despertó el interés de los técnicos del Wolverhampton Wanderers y también de Jack O’Brien, ojeador del Manchester United, que rápidamente informó a Matt Busby: “He visto un escolar que merece especial observación. Su nombre es Duncan Edwards, de Dudley. Instrucciones por favor”. La recomendación de O’Brien fue aprobada rápidamente por el entrenador Bert Whalley, que transmitió las instrucciones adicionales de Busby: “Por favor, arreglar vigilancia especial inmediatamente – MB”.
Con los Wolves acechando su fichaje, Whalley se personó en casa de los Edwards a las dos de la madrugada del 2 de junio de 1952. Tras firmar su primer contrato profesional, subiendo las escalera en pijama para regresar a la cama, el chico murmuró: “No sé por qué todo esto alboroto. Siempre he dicho que el Manchester United era el único club al que quería ir”.
En aquellos días, los incentivos financieros eran ilegales. La leyenda dice que Duncan renunció a las otras ofertas simplemente porque admiraba la política de cantera del club de Manchester. Quizás sea pura coincidencia que la familia recibiera, de la noche a la mañana, una de las mejores lavadoras de Inglaterra además de un televisor.
La incorporación de Duncan Edwards se enmarcaba dentro del plan trazado por Busby y Jimmy Murphy a finales de los años 40. Con el United en una delicada posición económica, con deudas y sin poder permitirse comprar jugadores caros, los técnicos decidieron empezar a buscar a jóvenes futbolistas con mucha progresión.
Su primer equipo en el United fue el juvenil. Diez meses después, Edwards hizo su debut con el primer equipo como lateral izquierdo con sólo 16 años y 183 días, siendo el más joven de todos los tiempos en jugar en primera división. Era el 4 de abril de 1953 y el Manchester United se medía al Cardiff City, que ganó por un contundente 4-0. Tres años y medio después aquel muchacho celebraba ya su partido número 100 con su equipo. Habían nacido los Busby Babes.
Aquel mítico conjunto ganó dos títulos consecutivos de liga en 1955 y 56, con grandes actuaciones de Duncan Edwards y Bobby Charlton junto a Bill Foulkes, Liam Whelan o Dennis Viollet. En la Copa de Europa de la temporada 1956/57, en la primera participación de un equipo inglés, llegaron a semifinales, donde cayeron ante el Real Madrid de Di Stéfano. En su camino consiguieron resultados importantes como un 12-0 al Anderlecht belga o un 5-6 global frente al Athletic Club.
La siguiente campaña, la 57/58, parecía clave para la consagración continental del United. Quizás fue por esas perspectivas que Duncan Edwards declinó jugosas ofertas de Italia. Por aquel entonces ya era un fijo en la selección inglesa. Con la selección debutó el 2 de abril de 1955 ante Escocia, cuando solo sumaba 18 años y 183 días. Se convirtió así en el futbolista más joven de la historia de Inglaterra en debutar después de la II Guerra Mundial, un récord que mantuvo durante casi 43 años, hasta que llegó Michael Owen.
Futbolista versátil, destacaba en casi todas las posiciones en el campo, aunque su posición favorita era en la banda izquierda, ejerciendo de híbrido entre defensa, centrocampista y extremo. “Era Roy Keane y Bryan Robson combinados, pero en un cuerpo más grande”, describió su excompañero de equipo Wilf McGuinness.
“Desde el primer momento vi que podía jugar en cualquier parte y hacer cualquier cosa. Era valiente, tremendo en el tackle, podía hacer pases en largo o en corto y marcar. Cuando llegué al United, Duncan era el único que podía hacer cosas que yo sabía que no era capaz de hacer. Fue el único jugador que me hizo sentir inferior”, asegura Bobby Charlton.
Cuando Charlton llegó a Manchester, con sólo 15 años, fue recibido por Jimmy Murphy en la estación de tren. Durante el recorrido hacia la residencia del United, el veterano entrenador no paró de hablar de Duncan Edwards. “Tuve la tentación de decir: ‘espera un minuto, no hay nadie tan bueno’. Pero me alegro de no haberlo hecho, porque Duncan era todo lo que Murphy dijo que era”, recuerda el mítico futbolista.
Ni siquiera Matt Busby, tan poco aficionado a destacar a un futbolista por encima del equipo, pudo disimular la admiración que tenía hacia su estrella. “Duncan lo tenía todo. Era tan grande, tan fuerte, tan seguro y todavía tan joven… Desde el principio nos dimos por vencidos tratando de encontrar errores en su juego”, admitía el mánager inglés.
Cuatro meses antes de perder la vida, el extraordinario futbolista jugó uno de sus últimos partidos internacionales, un Inglaterra-Gales en el Ninian Park de Cardiff. Ese día de noviembre de 1957, el entrenador del combinado galés fue Jimmy Murphy. Antes del partido, el técnico estaba dando las últimas instrucciones a su equipo, repasando con gran detalle las fortalezas y debilidades de cada miembro del equipo inglés. Habló de diez jugadores, pero no de Duncan Edwards.
Una vez finalizadas las indicaciones, antes de que el equipo saliera al campo, Reg Davies, mediapunta del Newcastle, tomó la palabra y preguntó: “¿Qué pasa con Edwards?”. “No hay nada que pueda decir que os pueda ayudar”, asumió el seleccionador. La estrella del United inspiraba ese temor en todos los que lo vieron jugar durante los cinco años transcurridos entre su debut y su muerte prematura.
Con la pista de Múnich helada, el piloto decidió intentar el despegue por tercera vez. Muchos pasajeros, entre ellos varios jugadores, prefirieron sentarse esta vez en la parte trasera del avión, pensando que era un lugar más seguro. Nada más dejar el suelo, el aeroplano topó con una vivienda abandonada. En el accidente murieron 23 personas, incluidos los futbolistas Roger Byrne, Tommy Taylor, Mark Jones, David Pegg, Geoff Bent, Eddie Colman y Liam Whelan y tres miembros del equipo técnico (entre ellos Bert Whalley, el hombre que cerró el fichaje de Duncan por el United).
Edwards sobrevivió al choque y fue trasladado al hospital con graves heridas en los riñones, costillas rotas, un pulmón colapsado, la pelvis rota y varias fracturas en el muslo derecho. Durante quince días se aferró a la vida con valentía. En los días posteriores al accidente, Jimmy Murphy, que se había perdido el viaje a Belgrado porque estaba con el combinado galés, visitó el hospital Rechts der Isar. Duncan yacía en su cama cuando, de pronto, abrió los ojos y preguntó: “¿A qué hora es el partido del fin de semana contra los Wolves? No me lo quiero perder por nada del mundo”. Un emocionado Murphy se inclinó hacia él y le susurró: “Hijo, es a las tres en punto”.
El 21 de febrero, el joven de 21 años no tuvo más fuerzas para seguir peleando por su vida. Los médicos alemanes estaban asombrados de la capacidad de lucha del muchacho, por haber sobrevivido al primer impacto y por aguantar tantos días pese a sus fatales lesiones. “He visto la muerte muchas, muchas veces –dijo uno de los médicos–, pero no de esta manera. Este chico era fuerte, valiente, pero no tenía ninguna posibilidad”.
Uno de sus amigos más cercanos apuntó que, en su estado, la muerte fue lo mejor que le podía pasar a Duncan Edwards. Los médicos aseguraron que, de haber vivido, hubiera tenido que pasar el resto de sus días postrado en una silla de ruedas. “Duncan no habría podido soportar eso”, afirmaba uno de los supervivientes.
Jimmy Murphy fue la última persona que habló con el muchacho. A este duro instructor del ejército en tiempos de guerra le encontraron llorando desconsoladamente en uno de los pasillos del hospital. “Con el paso de los años, cuando escuchaba a Muhammad Ali decir que era el más grande, no podía parar de sonreír. El más grande fue Duncan Edwards”. A Murphy le tocó informar a los familiares de los futbolistas, repatriar los cuerpos y refundar un club que estaba a punto de desaparecer.
El cuerpo de Duncan fue trasladado a su ciudad natal y fue enterrado con honores de jefe de estado en el cementerio municipal de Dudley. Más de 5.000 personas se reunieron en el exterior del recinto para despedir a su gran ídolo. Su tumba sigue siendo un santuario de peregrinación por los aficionados al fútbol.
Unos días antes de volar a Belgrado, Duncan Edwards envió a un editor el manuscrito de su libro Tackle Soccer This Way, una guía para aprender a jugar. En el libro aparecen cientos de consejos tales como “siempre respetar al árbitro y ser razonable en todo momento”. El texto es una rara oportunidad de entender al hombre, apreciar su amor total por el fútbol y sentir su bondad y modestia.
Sir Matt Busby siempre se sintió el principal culpable del accidente. Había sido él quien decidió adelantar el regreso desde Belgrado para no faltar al encuentro liguero del fin de semana. Quería evitar a toda costa que los directivos de la liga, a los que no les hacía ninguna gracias que el United jugara en Europa, sancionaran a los Red Devils por llegar tarde. En 1961, en plena reconstrucción del equipo, Busby dijo: “Sólo habrá un Duncan Edwards y cualquier niño que se esfuerce por emularle o lo tenga como modelo no se equivocará”.
* David Ruiz Marull es periodista.
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– Fotos: Colorsport – Reuters
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