"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Estimat Martí,
No temas, no pretendo pasar por H. G. Wells y escribir la crónica del Aleti-Barça antes de su disputa. Porque es Aleti, fonéticamente Aleti, de toda la vida de Dios, como diría uno de los suyos. Y ese Aleti figura en el altar de mis devociones futbolísticas. Somos de donde depositamos amor y entre las rayas colchoneras dejé bastantes jirones. Lástima que la mayoría haya abandonado la vertiente sentimental de este invento, cansados, confundidos o mercantilizados. A mi, el Aleti y sus feligreses –que ésa es otra religión laica, amigo- me han acompañado y consolado tanto que los situé, puro instinto, en cielo particular ya de pequeñín. A saber: Medinabeitia; Rivilla, Griffa, Calleja; Ruiz Sosa, Glaría; Ufarte, Luis, Gárate, Adelardo y Collar. No hablemos más. Se me caía la baba con el Ingeniero Gárate, tan fino, tan cerebral, cuando sólo existían en el muestrario de arietes tanques o goleadores de instinto killer. En cambio, José Eulogio flotaba, ballet unipersonal, temerario sin espinilleras, las medias no ya caídas sino derrumbadas allá por el 70 de juego. Y Zapatones, antes de erigirse en Sabio de Hortaleza, como ponía las faltas, el muy Landrú. Los dribblings de Ufarte, amago a la izquierda, salgo por la derecha, mil veces sabido y pocos le pillaban. Enrique Collar por la banda, jugándose el tipo a la carrera. O Glaría, el hilo que cosía media y defensa. Griffa, que aún da miedo con sólo mencionarlo…
Ahí, apreciado Martí, esa alma ancha de los futboleros concedió refugio eterno a los sucesores de Ben Barek y Carlsson, de Juncosa y Escudero, de Marcel Domingo y de Joaquín Peiró, habitantes de aquellas anchas camisas, no camisetas, de botones y franjas que volaban aún ya capturadas en las fotos. Sabes cuando quieres a alguien por la afectación tras el disgusto y el de Schwarzenbeck, calla, calla, aún no se me ha pasado. En salto vital, pasé de la distancia a la vecindad y me familiaricé con la senda de los elefantes, ese bulevar de los sueños rotos, alameda donde también cabecee al son del no puede ser, no puede ser, somos el Pupas, tras noventa minutos formando orfeón de timbre inglés y quedar ronco gracias, nunca por culpa, a aquel Aleeeeti, Aleeeti entonado en misa como un Aleluya de Haendel. Yo me iba al Manzanares, al estadio Vicente Calderón, con mi familia adoptiva rojiblanca, padres e hijos, ahora ya con nietos, y su piel contagiaba la mía en la solidaridad de los iguales. Al atlético de veras se le distingue por el resumen de sus mandamientos terrenales. Algo así como habremos venido a este Aleti a sufrir, pero no por eso cambiaremos jamás nuestros valores, ni nuestra honestidad. Y, claro, Martí, esa fuerza te desarma, esa gente te puede, esa fe te avasalla hasta concederte asiento en su eterno purgatorio.
Se me iría la olla, no lo permitas, entre Ratón Ayala y el Cacho Heredia, Capón y Bezerra, el abracadabrante fenómeno del Atlético de Buenos Aires y tantos, tantos cromos del santoral, pero pondré remate al desvarío emocional que me permites con la penúltima anécdota. Hace un par de años, acompañé a esa querida familia adoptiva y adoptada a la final de Copa en el Camp Nou. En rito iniciático, me llevé a mi hijo mayor a tan fausta misa de congregación. Sin pisar aún el campo, allá por Travessera de les Corts, ya andábamos confundidos en la marea y venga con el Aleeeti, Aleeti como no lo había soltado tras veinte años de lejanía. A la hora cumplida, él blandía bufanda y coreaba los lemas, había comprendido ya de qué material andan hechos los sueños, a qué huelen las nubes y que esos amigos rojiblancos son de pasta especial. Consumada la derrota ante el Sevilla, los miembros de mi querida familia adoptada y adoptiva lloraban soltando elegantemente la tensión y nosotros, los anfitriones camuflados, les acompañábamos compungidos en el sentimiento del improvisado velatorio.
Que te quiero mucho, Joaquinito, majo, que la clavaste con el qué manera de palmar, qué manera de sufrir. Cuando me vienen con el cuento de las odiosas comparaciones, me tenso y les suelto que para afición, la de mi Aleti, vamos, anda, no fastidies. Alguna tarde de primavera, Martí, vayámonos al Manzanares, donde la pasión por el cuero aún es pura y los colores quedan tatuados en el ánima. Aleeeti, Aleeeti, Atlético de Madrid… No te digo más, que te lo he dicho todo.
Poblenou, sábado, 25 de febrero de 2012
A tu salud, Vicen
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