Perdición, película dirigida por Billy Wilder, es una de las obras maestras del cine. Maravillosa cinta de cine negro en la que Phyllis Dietrichson, encarnada por Bárbara Stanwick, utiliza a Walter Neff (Fred MacMurray), un agente de seguros, para acabar con su marido y poder cobrar el dinero de su seguro de accidentes. La mujer exhibe todos sus encantos y consigue engañar al inocente galán, que sintiéndose afortunado ante el interés de la rubia dama no duda en ayudarla.
Algo parecido, salvando las distancias, parece estar sucediendo en el Real Madrid. Mourinho, en su cruzada por la antipatía máxima, dejó a Iker Casillas en el banquillo alegando baja forma física de este y otorgó la titularidad a Adán ante el Málaga allá por el mes de diciembre, ya que según sus propias palabras “estaba mejor que Iker”. Mourinho se soltó el pelo con aire seductor y Adán se dejó embriagar por el arte del coqueteo y lo irresistible de la tentación. Pero los planes no salieron del todo bien. La expulsión de Adán la semana siguiente volvió a poner a Iker bajo los palos, hasta hace cuatro días, cuando Casillas se lesionó la mano y el médico fijaba su recuperación en tres meses.
En ese preciso momento es cuando el guión se le hace pedazos a Mourinho, que en el mismo instante de la desaparición de Casillas, o quizá antes, como le sucedía a la rubia de piernas kilométricas, se dio cuenta de que no quería a Adán, que nunca lo había amado. Debía encontrar una forma de deshacerse de él, ya que una vez conseguido su principal objetivo (oh, bendito azar), su indirecto cómplice se había convertido en una muesca más de su revólver, en un problema de los gordos. Pero no admitirá su propósito, aunque sus acciones le delaten. Negará con la cabeza alegando locura transitoria mientras rebusca a oscuras en su sombrero de copa un último truco final. Sazonará sus excusas con vino y hiel, endurecerá su mueca de incredulidad ante las insinuaciones externas y trazará una línea de acción que solo él conoce, pero que otros profetizan, jugando al pim pam pum de la noticia.
Con los dos hombres fuera de combate, uno en cuerpo y otro en alma, Mou debía encontrar a alguien con quien compartir el botín, alguien que le jurara fidelidad eterna el tiempo necesario, sin sobrepasar su propia fecha de caducidad. Necesitaba un paladín que ante lo abrumador de la propuesta pudiera pasar por alto los bajos fondos de la misma y se centrara únicamente en la oportunidad inmejorable de la que iba a disponer. Diego López no se lo pensó dos veces y se dejó seducir por el olor a madreselva, el perfume de la infancia y el pestañear ralentizado de la mujer que fuma.
Desconocemos si el Real Madrid será la perdición de Diego López y si el matrimonio con Mourinho tiene seguro a todo riesgo. Lo que está fuera de dudas es que Billy Wilder sonríe satisfecho desde su tumba en Los Ángeles. Pero eso ya es otra película.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: EFE
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