"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
La Catedral rompió su sepulcral silencio muy pronto aquella tarde. Ni siquiera había arrancado la homilía de golpes y la parroquia rugía desenfrenada. Algo insólito, algo inesperado, un auténtico sacrilegio a la tradición más respetuosa del club más antiguo de Londres. El motivo de tanto desasosiego era un jovenzuelo recién llegado que amenazaba con romper las reglas. Todas. Las estrictamente deportivas y las formales. Ellos no lo sabían pero estaban a punto de presenciar el partido del siglo. A la pista acababan de saltar McEnroe y Borg.
John se había plantado en aquella final a primeros de julio de 1980 tras eliminar a Jimmy Connors en una polémica semifinal. La ira del fogoso tenista neoyorquino descargó en numerosas ocasiones sobre los jueces de línea y el árbitro del partido, ante el estupor de la respetuosa audiencia británica. Tras el fulgor de la victoria, la grada le recordó con aquella pitada que eso no eran formas de profanar el templo del tenis. Al otro lado de la red se situaba el número uno, el ídolo de los aficionados que había convertido el All England Tennis Club en su jardín particular. En su camino hacia la final cedió solo dos sets. Frente al temperamento yankee, el carácter de hielo de Björn conectaba a la perfección con la pista central de Wimbledon.
Björn Borg (6 de junio de 1956, Södertälje, Suecia) forjó ese carácter calmado mientras disfrutaba del hockey hielo durante su infancia. El tenis llegó a su vida casi por casualidad, después de que su padre le regalara una raqueta de tenis. El padre de Borg había ganado un torneo de tenis de mesa y el trofeo fue a parar directamente a las manos de su hijo. Ahí comenzó la leyenda. Desde muy pronto, el joven sueco sintió fascinación por Rod Laver. La admiración por la concentración y la corrección en la pista del tenista australiano serían también una de las señas de identidad de Borg.
Y lo puso en práctica muy pronto. Con apenas 15 años defendió a su país en la Copa Davis. La victoria en cinco sets ante el neozelandés Onny Parun fue su primer raquetazo de gloria. Muy rápido, el deporte le devolvió la bola: Borg perdió el partido de dobles junto a Ove Bengston, aunque con la misma rapidez demostró estar tocado por los dioses. El domingo superó a Jeff Simpson en el partido de individuales. Corría el año 1972 y tras aquella hazaña ese joven rubito de larga melena lograría proclamarse campeón del Torneo Junior de Wimbledon.
Su nombre comenzó a sonar con fuerza en los medios especializados. Estaba a punto de estallar la revolución. Borg demostró desde sus inicios lo alejado que estaba de la ortodoxia del juego. El tenis de este diestro se asentaba en potentes golpes desde el fondo de la pista. Desde allí patentó sus aclamados topspin y sus infalibles passing shot con éxito. Él fue el primero que se atrevió a golpear a la pelota de otra manera y así nació el revés a dos manos. Un clásico entre los tenistas hoy en día, una auténtica innovación entonces.
Los inicios de John Patrick McEnroe (16 de febrero de 1959, Nueva York, Estados Unidos) son los de una estrella fulgurante, los de un adolescente que recién graduado en el instituto da el salto a Europa para disputar los trofeos más prestigiosos. Así gana el Torneo Junior de Roland Garros. No obstante, su presentación en la alta sociedad se produce un mes después. En el Torneo de Wimbledon de 1977, donde con apenas 18 años alcanza las semifinales viniendo de la fase previa. Era la primera vez que alguien llegaba tan lejos superando tantos obstáculos. Un tal Jimmy Connors acabó con la bisoñez del desmelenado John en cuatro sets.
Después de aquella aventura volvió a casa para comenzar sus estudios en la Universidad de Stanford. En su primer año se alzó con el título en individuales y en dobles. La raqueta pesaba más que los libros y el tenista neoyorquino se enroló definitivamente en el circuito profesional. McEnroe era, con 19 años, todo un fenómeno mediático y así lo confirmó su rutilante contrato publicitario con una gran marca de ropa deportiva.
En su primer Grand Slam, en su casa, el US Open de 1978, llegó a semifinales. Allí volvió a encontrarse con la máxima figura estadounidense del momento, Jimmy Connors, quien impidió su primera visita a una gran final. Pronto exploraría esos terrenos. Apenas un mes después, en el torneo de Hartford, lograba su primer título profesional. En los siguientes tres meses conquistó otros cuatro títulos y se clasificó para el Masters. Tiempo suficiente para conocer gran parte de sus golpes magistrales. Entre ellos una volea maestra y un revés a una mano que alimentaban su juego rápido. El temperamento fogoso también venía de serie.
Eso era algo evidente en el verano de 1980, cuando McEnroe y Borg se vieron las caras por primera vez en una final de Grand Slam. Previamente se habían cruzado en 7 ocasiones, con saldo favorable para el sueco (4-3). A esa cita llegaba el estadounidense con un Grand Slam bajo el brazo. 1979 fue el año de su explosión definitiva, y además de convertirse en el jugador más joven en alzar el US Open (20 años y 6 meses), durante esa temporada conquistó otros 9 torneos individuales y 17 de dobles. Un récord que todavía perdura. Sin embargo, el favorito en aquel partido era Björn Borg, ganador de los últimos cuatro Wimbledon. El tenista sueco venía de ganar en Roland Garros su quinta Copa de los Mosqueteros y había conquistado una Copa Davis (1975). Era el número 1 de la ATP.
A pesar de la impresionante hoja de servicios del sueco, McEnroe no se amilana. Tampoco le importa la pitada recibida nada más saltar a la pista. El primer set es suyo de forma autoritaria: 1-6 para el neoyorquino, que sorprende con su juego rápido de saque y volea. Sus grandes reflejos le permiten devolver todos los passing shots de Borg y sus golpes, aunque no muy potentes, rozan una efectividad casi perfecta.
La respuesta del sueco no pudo ser más devastadora. Iceborg, como fue bautizado por la prensa por su calma en las situaciones más extremas, adaptaba su juego cada vez que pisaba la hierba londinense, y en los dos siguientes sets consiguió un equilibrio perfecto entre golpes desde el fondo de la pista y en la red. De un plumazo había dado la vuelta al marcador: 1-6, 7-5, 6-3.
Así llegamos al cuarto set, donde se alcanzó el clímax. La igualdad demostrada entre ambos nos conduce al tie-break. Un tie-break que dura 20 minutos. Hay saques directos, passing shots increíbles, voleas en la red, peloteos cortos en busca del punto rápido, cuerpos que caen exhaustos sobre la hierba del All England Club, golpes ganadores y errores no forzados. Hay también raquetas de madera golpeando a la bola ante el silencio expectante de la Catedral. Y hay puntos de partido y de set desaprovechados. Hasta 5 match-points deja escapar Borg, alguno de ellos salvado milagrosamente entre McEnroe y la red. 7 son los puntos de set que no puede confirmar el tenista estadounidense. Hasta que Borg manda una volea fácil a la red. Es el 18-16 para McEnroe y el público se levanta jubiloso y fascinado ante lo que acaba de ver. Aplaude con una sonrisa en la boca. Habrá quinto set.
Tras el ejercicio de concentración y sangre fría que supone el cuarto set, Borg redobla su apuesta. Una vez más el hombre de hielo no siente el golpe moral de haber perdido ese set en el tie-break y durante el quinto y definitivo no perderá ni una sola vez su servicio.
Su gran condición física también resulta clave para terminar domando a la fiera que tiene al otro lado de la red. McEnroe acusa la presión y el cansancio en el peor momento posible. Borg levantará su quinto Wimbledon consecutivo tras ganar 8-6 el último set. El partido del siglo será el titular más repetido al día siguiente.
La revancha llega dos meses después en casa de McEnroe, en las pistas de Flushing Meadows. De nuevo en una final de Grand Slam la batalla vuelve a ser ardua y extenuante. Las bolas vuelan por encima de la red hasta el quinto set. Pero ahora el tenista norteamericano sabe jugar mejor sus cartas. Lo ha aprendido en la reciente derrota en Wimbledon y cada vez que se ve abajo en el marcador, ante cualquier decisión controvertida, monta en cólera, explota recriminando las decisiones a árbitros y jueces de línea. Ha descubierto que eso le motiva, que le ayuda a superar la presión de los puntos decisivos y esta vez es él quien levanta el trofeo. Tras superar a Borg en el US Open (7-6,6-1,6-7, 5-7, 6-4), McEnroe es Big Mac.
Esa fue la única victoria del estadounidense frente al sueco en 1980. En total se enfrentaron cuatro veces y en las tres restantes dominó el hombre de hielo, quien terminó el año como número uno por segunda vez consecutiva. 1981 fue un año más fogoso, más caliente, más impetuoso. Un año dominado por los raquetazos de fuego de McEnroe. La rivalidad alcanzó nuevas cotas expandidas por la televisión, la prensa y los organizadores de los torneos que anhelaban un enfrentamiento tras otro entre las dos máximas figuras del tenis del momento.
Sus dos raquetas vuelven a cruzarse en Wimbledon. Los caminos se repiten. A esa final llegaba Borg tras ganar un nuevo Roland Garros como favorito para hacer su cuarto doblete París-Londres. McEnroe, por su parte, seguía dando muestras de su carácter. La prensa lo criticó duramente (SuperBrat, super-mocoso, era como le apodaban) y la organización estuvo a punto de expulsarle por los continuos insultos a árbitros y jueces de línea. Algunos de ellos alcanzaron tanta fama que años después se convertirían en el título de su autobiografía. You cannot be serious (Estás de coña).
Eso dijeron muchos cuando conocieron la noticia. Björn Borg, el hombre de hielo que había hecho de Wimbledon su segunda casa, perdía un partido seis años y 41 partidos después. McEnroe había mejorado su juego rápido de saque y volea, había ganado en madurez y seguía demostrando su carácter y su gen competitivo en cada golpe. En 4 sets y con menos épica que en la edición anterior, Big Mac había derretido a Iceborg. La felicidad, de todos modos, no podía ser completa, la organización no le concedió el membrete honorario del club, un premio que se otorga a todos los campeones de Wimbledon en la cena oficial. La tradición británica no casaba bien con el nuevo héroe yankee. “Quería pasar la noche con mi familia y no con un montón de estirados”, zanjó McEnroe.
Tras Wimbledon, llegó el US Open. Allí reeditaron la final del año anterior. Borg estaba ante una nueva oportunidad de ganar uno de los cuatro grandes que le faltaba (el otro era el Open de Australia) y sería la cuarta vez que se ahogaría en la orilla. McEnroe le devoró en cuatro sets y terminó arrebatándole el número uno al final de año. 1981 fue el salto definitivo de Big Mac. Tres duelos, tres victorias para él. Era el cambio de ciclo.
Todo ello acelerado por la inesperada retirada del hombre de hielo. A Borg, de 26 años, le superó el cansancio de unas temporadas demasiado largas y sus continuos enfrentamientos con los organizadores de los torneos. Todos lo querían en el suyo. Todos querían enfrentar ese talento frío a la furia desatada que desprendía cada raquetazo de McEnroe. Dos personalidades contrapuestas, dos fenómenos encontrados que elevaron el tenis a una nueva dimensión.
Fue una rivalidad breve pero intensa, apenas 14 duelos que se resolvieron con 7 victorias para cada uno. Reflejo de la igualdad que marcó una época. El hombre de la cinta y la melena rubia, el primer icono del mundo tenístico, el dandi que hacía estragos entre el público femenino, se había aburrido del juguete que le regaló su padre. El dominio del tenis viró entonces irremediablemente hacia EE. UU. McEnroe ganó esa batalla, se asentó en el número uno, pero la guerra perdió pasión y entrega.
Mucho tiempo después, en marzo de 2006, una casa de subastas londinense (Bonhams Auction) se disponía a subastar los títulos de Wimbledon y dos raquetas de Borg ante los problemas económicos de este. Una llamada desde Nueva York le hizo recapacitar. Al otro lado del hilo telefónico, una voz conocida, con el tono colérico de sus mejores tardes, le dijo: “¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loco?”. Era John McEnroe. A buen seguro que se le escapó algún “You cannot be serious”.
* Emmanuel Ramiro es periodista.
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– Fotos: Adrian Dennis (AFP) – Ron Frehm (AP)
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