"Se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose al enemigo". Sun Tzu
Paul Gascoigne. Cuando se escucha o lee su nombre, el alcohol y los excesos acuden al primer plano. Se habla de él como un maravilloso futbolista que echó a perder su carrera ahogado en alcohol y existen multitud de capítulos que lo corroboran. Surgido de la cantera del Newcastle y en puertas de la eternidad cuando con apenas 21 años era la estrella del Tottenham, su carrera acabó en la basura. Es, probablemente, el personaje que mejor personaliza el descenso a los infiernos en el moderno mundo del fútbol profesional. Pero no el único. En los Países Bajos tienen al suyo. Se llama Van der Meyde.
“Tenía mucho talento. Era muy rápido y muy técnico y podía romper cualquier partido desde la derecha o la izquierda, porque cambiaba de lado sin problemas. Lo tenía todo. Fue una lástima…”. Quien lo dice no es un cualquiera, sino Michael Reiziger, 72 partidos con la selección neerlandesa y que coincidió con él en el equipo oranje, cuando el protagonista, Andy Van der Meyde, estaba llamado a convertirse en una estrella y el ex lateral del Barcelona encaraba la recta final de su carrera.
La historia de Van der Meyde, sin embargo, se escribe a partir del fracaso, el alcohol, las drogas y la espiral de locura en la que se despeñó sin que nadie pudiera, supiera, o quisiera sacarle. Retirado de la élite en el 2010 a los 31 años, cuando el PSV se dio cuenta que era inútil darle una última oportunidad, el pasado otoño decidió dar a conocer su verdad, una especie de Julio Alberto a la neerlandesa. Y en esa autobiografía que sacudió a su país, aquel chaval que prometía tanto, de quien se decía iba a mejorar a Overmars y que incluso recordaba al legendario Johnny Rep, se descubrió la razón por la que transformó una carrera meteórica en un fiasco.
“Tenía dinero, podía comprar lo que quisiera y estar con las chicas que me apeteciera. Hacía lo que quería en cualquier momento, desde que empecé a jugar en el primer equipo del Ajax. Y ahora lo pienso: cómo pude echar a perder mi carrera…”, se lamentó en una entrevista a la cadena BBC en la que lo resumió todo en una simple frase: “Un futbolista puede hacer lo que quiera, tiene dinero y se siente Dios”. Así se sintió desde el momento en el que el Ajax lo pasó al primer equipo con 18 años y más aún cuando regresó tras una temporada cedido en el Twente. A partir del momento en que se ganó la confianza de Ronald Koeman en el once ajaccied, su vida personal degeneró y se convirtió en un calvario.
Desperdigada la última gran generación del club, la que conquistó el mundo en 1995 y dominó el fútbol holandés hasta 1998, en Ámsterdam existía confianza ciega en la siguiente. En ese Ajax coincidieron Sneijder, Van der Vaart, Chivu, Mido, De Jong, Pienaar, Maxwell o Ibrahimovic junto a Van der Meyde. Y fue en aquella época en la que, paralelamente a ganar el doblete en 2002, comenzaron los vicios para un joven de apenas 22 años. “Competíamos en carreras nocturnas por el anillo de la A10 de Ámsterdam. Zlatan tenía un Mercedes SL y Mido alternaba un Ferrari y un BMW Z8”, explica en el libro el protagonista, quien admite que otro de sus compañeros, el checo Galasek, hizo que se aficionara al tabaco.
Pero eran pecados de juventud que en el club se conocían y en cierta manera se disculpaban y ocultaban. Al año siguiente, el desquiciado Inter de Massimo Moratti, el club que tiraba el dinero en busca de una gloria que nunca conquistaba y que aún lloraba la marcha de Ronaldo al Real Madrid, pagó al Ajax 12 millones de euros por su fichaje. Y en la capital de Lombardía las tonterías de Ámsterdam degeneraron en un auténtico festival. Zaccheroni nunca confió en él y su sucesor, Roberto Mancini, queriéndole recuperar, acabó rindiéndose a la evidencia. En cuanto llegó la oferta del Everton, ni el Inter ni el jugador se lo pensaron dos veces y salió disparado hacia Liverpool.
Pero esos dos años en Milán acabaron de conformar la realidad en la que ya estaba inmerso Van der Meyde. “Salía los viernes y salía los sábados. Y salía los lunes, los martes y los miércoles. Era una locura, una manera de no pensar en mis problemas. Bebía a todas horas y así no pensaba”, rememora Andy en su confesión publicada, quien a todo ello sumó una relación tormentosa con su novia, con la que en una gran casa a los alrededores de Milán vivía rodeado de animales, desde perros hasta caballos. “Tenía un zoo en el jardín: caballos, perros, loros, tortugas… Una noche en el garaje, en la oscuridad, vi algo grande y escuché un ruido extraño. Mi mujer había comprado un camello”, afirma también en el libro, aunque este último extremo es negado por su ex pareja.
Para entonces al alcohol y las mujeres se había sumado ya la cocaína y su vida en común no existía. “Iba a casa a por ropa y le decía a mi mujer que estaba recuperándome en un hotel”, explica, admitiendo que el objetivo era continuar la fiesta. Y la fiesta continuó, aumentada, en Liverpool. Apartado de la selección holandesa, David Moyes pensó que podía recuperar a aquel extraordinario extremo y el Everton pagó por su fichaje 8,3 millones de euros. “Me ofrecían 37 mil euros semanales, el doble de lo que me pagaba el Inter. Y, claro, ni me lo pensé. Lo primero que hice al llegar fue comprarme un Ferrari y emborracharme en el News Bar, uno de los locales populares de Liverpool”, recuerda el ex futbolista, que transformó lo malo en peor. “Beber hasta explotar y consumir cocaína era habitual. Estaba fuera de control, no podía dormir si no consumía pastillas. Cosas fuertes que necesitaban receta médica las robaba al médico del club”.
Después de una primera temporada en la que las lesiones musculares se acumularon y mezclaron con los primeros rumores acerca de su afición a la bebida, el 7 de agosto de 2006 fue ingresado de urgencia en el hospital por problemas respiratorios y aunque el club nunca lo confirmó, se dio por hecho que la causa fue una borrachera mezclada con cocaína. Fue multado por el Everton, pero lejos de reaccionar, su caída siguió. En marzo de 2007 tuvo que pedir disculpas a Moyes por insultarle en respuesta a las críticas del mánager y el 17 de agosto de aquel año fue castigado con una multa de 60.000 libras tras no presentarse a dos entrenamientos. La borrachera le había vencido. Otra vez. Tras pasarse toda la temporada en el equipo reserva, en su última campaña jugó 28 minutos repartidos en tres partidos.
Las cuatro temporadas que perteneció al club de Goodison Park se resumen en 1.085 minutos repartidos en 24 partidos oficiales, de los que solo jugó uno completo de los once que fue titular. “Fui una vez de fiesta a Manchester. Me bebí una botella de ron entera y volví directamente al entrenamiento. En las pruebas hice mis mejores tiempos de siempre pero no podía ocultar que iba borracho”. El 7 de febrero de 2009 jugó sus últimos seis minutos con los toffees en el partido que el Everton derrotó al Bolton y en el verano de 2009 se marchó de Liverpool sin que nadie le echase de menos.
Para entonces, asegura en el libro, ya había abandonado sus malos hábitos, pero el fútbol también le había abandonado a él. Apartado de los focos, reapareció en marzo de 2010, cuando convenció a Fred Rutten para que le diera una oportunidad en el PSV. El técnico, que le conocía de cuando le tuvo en el Twente diez años antes, accedió y jugó su único partido, amistoso, el 23 de abril de aquel año, ante el Venlo. Se saltó dos entrenamientos y, sin jugar ni un partido oficial, dejó el club al acabar la temporada. Ahí se acabó la carrera profesional de Andy Van der Meyde, que en diciembre se unió a un equipo aficionado pero entendió que ya no tenía nada que hacer.
“No llegó a lo que podía y a lo que muchos pensábamos. En los entrenamientos de la selección era una maravilla verle, tan joven, tan atrevido, tan rápido”, recuerda Reiziger, quien se sonríe al admitir que tuvo que sufrirle varias veces en esos entrenamientos del chaval con la oranje. En la selección la paciencia acabó mucho antes. Debutó, con gol, en la victoria holandesa ante Estados Unidos en un amistoso disputado en Boston, en mayo del 2002, y se despidió en los cuartos de final de la Eurocopa de Portugal ante Suecia. A Dick Advocaat le sucedió Marco van Basten en el banquillo y el nuevo seleccionador, conocedor ya de sus andanzas en Milán, le dio un ultimátum que le condenó. La eclosión de Robben o Van Persie hicieron el resto y aquella fulgurante carrera del extremo llamado a romper moldes se apagó sin más. Y apartado de la selección, comenzó su descenso a los infiernos.
* Jordi Blanco es periodista. En la web: notas-de-un-forofo.blogspot.com.es
– Fotos: Reuters – Inter de Milán – PSV
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