"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Johan Cruyff fue en un momento desprestigiado por el colectivo de los entrenadores alegando que sus sesiones preparatorias se basaban fundamentalmente en hacer ronditos. Rondos que, por otro lado, lo que hacían al jugador era perfeccionar uno de los argumentos que ha consolidado estilo en el F. C. Barcelona desde entonces, primero con el holandés, luego con otro holandés, Rijkaard, y más recientemente con Pep Guardiola. Y detrás de ellos toda la cantera de La Masia. Siempre avanzando y perfeccionándose. El fútbol desde la pelota, desde el balón, si es posible ya no solo como posesión sino como propiedad, lejos de otros modelos que se conciben entregando el arma al contrario para que, en su flaqueza, no sea capaz de dispararte y tú, en el descuido o en la ineptitud del contrario, vacíes todas las balas del cargador. Sustitúyase balas por balón y este es el fútbol de otros que piensan en el balón más como enemigo al que conviene tener lejos y solo encontrarle de vez en cuando cerca del arco contrario para, ahí sí, acabar la faena.
Cruyff no. Él pensaba que en el rondo se daban ya muchos argumentos del juego. Convivir con la pelota y con el compañero en un pase cercano, corto, continuo, en el que el rival no acertase ni a rozarla y cada vez a más velocidad. Este puede ser, con permiso de los puristas, el principio fundamental del juego del fútbol.
Eusebio Sacristán es así. Y también, y por ello personalmente me alegra también escuchárselo, es así Miroslav Djukic. Cree en esa idea y hasta si pudiera confesarlo públicamente se declararía seguidor irredento del F .C. Barcelona y de su modus vivendi. Puestos en esta tesitura, si los dos son fieles a su libreto y el partido se juega con solo un balón, este va a estar más pretendido que una joven despampanante a las puertas de una discoteca de moda.
Para Eusebio lo primero fue el balón. Cuando era muy chico, y en aquellas mañanas frías de invierno helado, lo suyo era pegar una y otra vez contra la pared de la iglesia de Santa María de La Asunción de su pueblo de La Seca. Tras 19 años en activo y 543 partidos le costó mucho abandonar el rectángulo. En sus últimas campañas, peleaba y peleaba ya en Valladolid por jugar más minutos a su juicio merecidos. Siempre después de las sesiones había rato, más rato para la pelota, para tirar a puerta, al larguero, a los palos. Cruyff le definió como “uno de los jugadores que mejor veía el fútbol”. Por eso pasó a entrenar.
Uno recuerda aún la mirada que le echó Frank Rijkaard en el banquillo cuando en la final de Champions de París el Arsenal parecía tener el partido controlado tras el 1-0. El bloqueo del primer entrenador Rijkaard fue aliviado por la decisión de su segundo. Un cambio para la historia. Se va Van Bommel y entra Iniesta como cabecero de área. ¿Arriesgado? En su día sí; ahora ya no, afortunadamente, pero había que verlo y ese día Eusebio llevaba además los zapatos de la suerte.
Luego se doctoró y pasó a ser primer espada en el Celta y ahora en el Barcelona B. Uno de sus allegados, su actual segundo, el leonés Carlos Hugo García, afianza esta filosofía: “En toda la temporada no hemos dado ni una vuelta al campo sin balón. Todo pasa por el cuero, por los juegos de posición, por los espacios reducidos, por las situaciones reales, cuidar las líneas de pase…”.
Su 3-4-3 o 4-3-3 parece irrenunciable; son los jugadores los que deben acoplarse a esa formación. Su apuesta por la juventud, contrastada. Confiar en el chaval Iago Aspas en el partido más importante de la temporada del Celta ante el Alavés cuando el club avistaba el descenso, y quizá la desaparición, fue una apuesta eficaz y oportuna que el canterano supo responder con dos dianas. Esto lo continúa haciendo en el filial del Barça, donde cada vez son más jóvenes (y de más calidad) los futbolistas que debutan.
Hace un siglo Amundsen llegó al frío Polo sur; hace cincuenta años que la torre de la iglesia secana se derrumbó no por las patadas del balón de Eusebio (que aún no había nacido), sino tal vez por esas heladas o por el peso de una campana; y hace 25 años que Eusebio coincidió en el campo portando la camiseta del Real Valladolid con el chileno Aravena. Cuentan los compañeros cómo este era el encargado de lanzar todas las faltas porque, en realidad, lo hacía de forma magistral. Pero Eusebio, que tampoco era manco en esta suerte, sacó un buen día ese sentimiento de posesión hacia el balón. La escena se tradujo en que Jorge Aravena y Eusebio Sacristán fueron los dos a pegar el esférico y ambos a la vez golpearon la pelota, evidentemente sin consecuencias. Hay momentos en que no hay balón para dos.
* Santiago Hidalgo es escritor y gerente de la Fundación Universidad Europea Miguel de Cervantes.
– Foto: FC Barcelona
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