La candidatura olímpica de Madrid a los JJOO de 2020 está en el lugar adecuado… en el momento más inoportuno. Sus Juegos debieron ser los de 2012, aquellos en que todas las exigencias se habían cumplido y la candidatura poseía coherencia interna y externa, pero un error en el voto del griego Lambis Nikolau mandó la sede a Londres. Años antes, el alcalde Gallardón había ordenado desalojar La Peineta con urgencia: miles de deportistas y federaciones madrileñas tuvieron que largarse con viento fresco del recinto para que entrasen unas excavadoras de atrezzo. Era 2005, han transcurrido siete años, las excavadoras desaparecieron, el estadio se transformó en un desierto polvoriento, el alcalde progresó y los deportistas jamás reencontraron instalaciones similares.
Pese a todo, la opción Madrid 2012 valía la pena y estuvo a un voto de cumplirse. La 2016 fue, simplemente, un engaño de Gallardón a la ciudadanía. En su día lo expliqué con detalle en esta pieza. Para 2020, Madrid recupera todas las opciones. África deberá esperar su turno a 2024 o quizás 2028, muy posiblemente en Durban. Para Asia, la coincidencia de dos ediciones consecutivas invierno-verano (PyeongChang-Tokio, 2018-2020) no parece plausible, por más que Europa se haya especializado en ese tipo de tándem. Por tanto, el cónclave olímpico reunido en Buenos Aires dentro de un año apunta a Europa: Madrid, Estambul, Baku, las tres aspirantes (todavía no candidatas). Otras dos ciudades completan la lista: la mencionada Tokio y la perenne Doha, capital del petrodólar, la fuerza emergente en el deporte mundial.
Retirada Roma por decisión del primer ministro Monti (“Sería intolerable, en estos tiempos de crisis…”) y ni siquiera presentada Berlín por la oposición de la canciller Merkel en aras de la austeridad económica, Madrid podría ser grandísima favorita de la competición… si hubiese dinero. Pero no lo hay, ni lo habrá a corto plazo. Con el país chirriando por todas sus cuadernas, la candidatura olímpica se enfrenta a un dilema perverso: pelear por un proyecto de enjundia, de los que dinamizan el futuro y le cambian el rostro a una ciudad y medio país (véase Barcelona’92), pero hacerlo desde la terrible crisis económica que nos azota y que exige otras prioridades. El dilema va mucho más allá de lo económico y tampoco puede circunscribirse a simpatías por una u otra ciudad, inscribiéndose de pleno en un ámbito de moral ciudadanas: ¿Un bien futuro a costa de una nueva herida presente? ¿Podemos permitirnos esta apuesta cuando el suelo se resquebraja a nuestros pies? El adiós de Roma, más que una ventaja, constituye una losa ética para Madrid 2020.
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