Todos los equipos buscan itinerarios por donde progresar. Las interacciones propuestas por el entrenador, junto con el entorno donde se manifiestan, enseñan las posibilidades de avance. El sentido último de toda configuración de relaciones, cuando se posee la pelota, es el de alterar las líneas rivales, desajustarlas para que aparezcan espacios directos de penetración y se haga probable el remate.
La intención es acceder a los espacios determinantes con la debida ventaja para encontrar circunstancias que faciliten el desequilibrio final.
Si la mezcla es entre Xabi Alonso, Lass, Higuaín, Benzema, Di María y Cristiano, ya sabemos que la urgencia será la clave. Recuperación, pases al pie o al espacio de los que se mueven para recibir con premura y estampida de unos pocos hacia la línea de meta. Es el paradigma de lo meteórico. La dispersión, aunque suene a contrasentido, ordena a este conjunto. Se coordinan en lo supersónico con una precisión asombrosa.
En el Barça los ritmos son otros, más alternos, la desbandada es enemiga; los atajos acaban, en demasiadas ocasiones, por desordenar. Este equipo, cuando mejor juega, únicamente es vertiginoso en los metros finales y después de fusionarse desde el pase.
Actualmente, los rivales han convenido que lo mejor es adelantar los elementos y evitar que, durante la circulación de la pelota, se sumen demasiados pases hacia el interior, sobre el eje longitudinal. Piensan, acertadamente, que si Xavi, Sergio Busquets, Thiago, Cesc, Iniesta o Messi se desconectan, la imposición de las constantes made in Barça se ve mermada.
Así, los caminos que enlazan con los interiores quedan obstruidos, también, por esa permanente inquietud de entrar en contacto con la bola de Messi, que multiplica la densidad en dichos sectores. El ‘falso nueve’ concentra a demasiados en pocos metros. Por si esto no fuese suficiente, cada paso atrás del argentino es interpretado por Fábregas como una oportunidad inmejorable para correr en línea recta antes de que se cierren los intervalos expeditos.
Ante tales circunstancias, la salida se ve orientada, permanentemente, hacia las zonas exteriores. En esas demarcaciones, Alves, Alexis, Pedro y Tello se deben responsabilizar de que la pelota se traslade a menor velocidad para que los tiempos se ensanchen y todo quede perfectamente regulado.
Sin embargo, los de fuera son, precisamente, los que menos tiempo se toman para ejecutar las decisiones, y, con ello, los que impiden que los demás encuentren lugares y acomodo para recomponer el juego de posición. A excepción de Cuenca, que reconoce, en cada recepción, las exigencias concretas, que comprende las virtudes de la desaceleración, los demás tienen predilección por embestir con inminencia.
Por ello, y atendiendo a la necesidad de serenar ese ida y vuelta incesante que descompone el estilo azulgrana, quizá sea oportuno cambiar los nombres de quienes se emplazan cerca de los bordes del terreno de juego.
Se hace imprescindible que Thiago, tal y como lo hizo en la final del Mundial de clubes, Iniesta e incluso Dos Santos, intervengan posados en dichas latitudes a fin de encontrar el reposo que requiere la interactividad blaugrana.
Serían soluciones en días donde el contexto genere velocidades contraindicadas para que todo el talento azulgrana se encuentre naturalmente. Si los de fuera generan orden, los de dentro podrán seguir siendo compositores impecables del juego combinativo, y no acompañantes tardíos de un vehemente balanceo.
* Óscar Cano es entrenador de fútbol (actualmente en la UD Melilla) y autor del libro “EL Modelo de juego del FC Barcelona” (MC Sports Ediciones).
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