"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
De verdad que me alegro por ellos, pero siento envidia sana de Pardeza, Martín Vázquez, Sanchís y Butragueño. Han ascendido todos menos yo. No sirvo para jugar en el Real y creo que nunca lo conseguiré. Lo mejor quizá sea irme cedido…
José Miguel González Martín del Campo, Míchel, pronunciaba estas palabras en el túnel que daba acceso a uno de los terrenos de juego de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid. Sus cuatro compañeros de quinta, La Quinta del Buitre, término que acuñó Julio César Iglesias en un magnífico artículo en el diario El País el 14 de noviembre de 1983, habían subido al primer equipo la temporada anterior de la mano de Alfredo Di Stéfano, y Míchel, que había debutado con el primer equipo en Castellón en 1981 por una huelga de la AFE en la que jugaron los equipos de Primera División con los juveniles, pensaba que su tren había salido y que ya no le llegaría su momento. Afortunadamente, se equivocó.
Míchel había cumplido ya los 20 años, nació el 23 de marzo de 1963 en Madrid, y pensaba firmemente que tendría que salir cedido. Amancio, su técnico en el Castilla que había maravillado en la temporada 83-84 ganando la Liga en Segunda División e inspirando a Julio César a escribir aquel artículo titulado Amancio y la Quinta del Buitre, pasó a ser técnico del primer equipo y entonces la suerte cambió.
Desde aquella temporada 84-85 y hasta la campaña 95-96, cuando se despidió ante el Mérida besando el césped y después de hacer un golazo a Leal desde fuera del área, fue jugador del primer equipo del Real Madrid.
Una trayectoria que es imposible de definir con una palabra, pero que siempre estuvo marcada por la intensidad porque Míchel, al menos en su faceta pública, es una persona intensa, expresiva y además fue un futbolista diferente. Con una clase al alcance de muy pocos, desplegó su fútbol por la pradera del carril derecho en Chamartín durante nada más y nada menos que once años.
La Quinta del Buitre fue un soplo de aire fresco en el fútbol español. Eran años difíciles, la selección venía de un fracaso estrepitoso en el Mundial de España, mitigado en parte por aquel histórico 12-1 a Malta en el último partido de la fase de clasificación para la Euro’84 y el posterior subcampeonato en el torneo.
A nivel de clubes, la Liga la habían conquistado la Real Sociedad y el Athletic Club durante cuatro años consecutivos, dos los donostiarras (80-81 y 81-82) y dos los bilbaínos (82-83 y 83-84), pero entre la afición en general existía cierto desánimo. Aquellos cinco chavales practicaban un fútbol diferente que, junto a varios veteranos como Camacho, Gallego, Juanito o Santillana, y los fichajes que llegarían de la mano de Ramón Mendoza al verano siguiente, el de 1985, como Maceda, Gordillo y Hugo Sánchez, formarían un conjunto que dominaría el fútbol nacional durante cinco años consecutivos.
Míchel vivió durante seis años, de 1984 a 1990, una relación muy directa con el buen juego y los éxitos de aquel equipo. Aunque tenía condiciones para jugar como director de juego, no tardó en pegarse a la banda derecha. En aquella primera temporada en el primer equipo, la 84-85, jugó también por la izquierda varios partidos. Es inolvidable el que firmó ante el Inter de Milán en la vuelta de las semifinales de la Copa de la UEFA. 3-0 en el Bernabéu, el Madrid había perdido 2-0 en Milán, y él anotó el tercero y definitivo que metía al Madrid en la gran final.
Nunca fue muy rápido, pero su excelente manejo de ambas piernas para el pase y para el disparo junto a su precisión milimétrica, especialmente con la derecha, para centrar desde la banda, le fueron alejando del centro para ocupar su carril, el carril del 8.
Recuerdo de memoria cada vez que enfilaba el área grande desde la banda derecha. Siempre aportaba varias soluciones: el centro al primer palo buscando al Buitre o al segundo buscando a Hugo eran dos clásicos; se hartaron de firmar goles así. En otras ocasiones recortaba hacia dentro para concluir la jugada con un disparo con la zurda al palo corto.
En un Madrid que tuvo durante tres años a Ricardo Gallego enviando balones hacia los costados a Gordillo y a Míchel (85-88), y durante dos a Bernd Schuster (88-90), la producción de centros del madrileño que terminaron en el gol fue incalculables. En 1988, Míchel era el mejor 8 de Europa sin discusión.
Hay una leyenda a partir de la temporada 88-89 que siempre se le ha echado en cara y con la que yo no estoy de acuerdo. Se le acusaba de esconderse en partidos grandes. 1988 fue el año en que el Madrid cayó en semifinales de la Copa de Europa ante el PSV Eindhoven. Empate a uno en el Bernabéu y empate a cero en Eindhoven con una portentosa actuación del guardameta holandés Hans Van Breukelen.
Aquella derrota supuso la última oportunidad de jugadores como Santillana o Camacho de lograr la Copa de Europa y, sin saberlo, de Míchel o Butragueño también. Ellos solo tenían 25 años y estaban en la plenitud de sus carreras, pero nunca más estarían tan cerca de jugar una final. La temporada siguiente, la 88-89, el Madrid jugaría de nuevo las semifinales, pero en la vuelta de la misma, el Milan de Arrigo Sacchi les avasalló en San Siro: 5-0. Un joven lateral izquierdo, un tal Paolo Maldini, se convirtió en la pesadilla de Míchel. Un sector del periodismo y de la afición siempre le echó en cara que no podía con Maldini. Cierto, pero me pregunto yo: ¿Quién ha podido con Maldini durante los siguientes 20 años? Muchos años después, Sanchís sí levantó la Copa de Europa en Ámsterdam e inmediatamente recordó a sus compañeros de la Quinta que no pudieron hacerlo.
Con la Selección española fue 66 veces internacional, anotando 21 goles. Deslumbró junto a Butragueño en el Mundial de México’86, firmó una gran Euro’88, su gran momento como futbolista pese a que España no pasó de la primera fase, cayendo en un grupo con Dinamarca, Italia y la República Federal de Alemania. Sufrió mucho en el Mundial de Italia por la eliminación ante Yugoslavia en octavos y por aquel gol de Pixie Stojkovic de falta, entrando por su lado de la barrera, que mandaba a España para casa. Aquel “Me lo merezco” ante la prensa tras su hat-trick ante Corea del Sur en la fase de grupos y la eliminación ante los yugoslavos le volvieron a colocar en el ojo del huracán.
Después llegaría la calamitosa fase de clasificación de la selección camino de la Eurocopa de 1992 en Suecia, última gran cita a la que no ha acudido España. Javier Clemente llegó ese mismo año para llevar a España al Mundial de EE.UU. y casi al principio del trayecto dejó de contar con Míchel. Concretamente, su último partido como internacional fue un empate a cero ante la República de Irlanda en su actual hogar, el Ramón Sánchez Pizjuán.
Aquel día, Clemente decidió que no volvería a llamarle más. Se generó un debate similar al que años después hemos vivido con Raúl y Luis Aragonés. Tanto Clemente aquella noche en Sevilla, como Luis Aragonés tras la derrota el 5 de septiembre de 2006 en Belfast ante Irlanda del Norte, sabían que ni Míchel entonces, ni Raúl muchos años después, volverían a vestir la camiseta nacional.
Desde 1990 en adelante la vida ya no fue igual para el Madrid, para la Quinta y para Míchel en particular. El Barça de Johan Cruyff acabó con la hegemonía blanca en la Liga imponiéndose en las cuatro temporadas siguientes. Este hecho, junto a una política errónea por parte del club en los refuerzos, llevó a la Quinta del Buitre a una situación en la que a ojos de la crítica y de parte de la afición eran los que tenían que tirar del carro y fueron responsabilizados, en muchas ocasiones injustamente (sobre todo en el caso de Míchel) de que no llegasen mejores resultados deportivos.
La relación entre Míchel y la grada del Bernabéu vivió altibajos. En el último partido de la temporada 88-89 ante el Espanyol se retiró porque era silbado, un acto que le supuso una multa y le obligó a pedir perdón, pero la ovación cerrada que le hizo llorar el 19 de mayo de 1996, cuando fue sustituido por Alkorta ante el Mérida en su último partido, deja bien claro que el Bernabéu le exigía, pero también le quería muchísimo.
A partir de aquel año 1990, con la retirada paulatina en el equipo los años anteriores, por diferentes causas, de gente como Maceda, Juanito, Gallego, Santillana o Camacho, y las marchas por desavenencias con el presidente Ramón Mendoza de Martín Vázquez y Schuster, el equipo se fue debilitando de tal manera que de un año a otro el Bernabéu pasó de adorar a un equipo y una idea de juego a poblar la hierba de almohadillas al final de muchos partidos.
Míchel tuvo que jugar de mediocentro muchos encuentros de aquella temporada 90-91, ir a buscar esos balones que antes le llovían desde el medio hacia su carril del ocho y encima, en ataque, Hugo estaba lesionado. Fue una temporada difícil, que le pasó factura. Después llegarían las ligas de Tenerife, su salida de la selección que dirigía Javier Clemente…
Años difíciles en los que creo que no se le juzgó con la equidad que merecía.
Cuando llegó Jorge Valdano al equipo como primer entrenador en el verano de 1994, el Madrid conseguía tener su mejor plantilla desde el 90 y Míchel era titular en su carril, en su lugar de siempre. Con 31 años tenía la oportunidad de volver a disfrutar.
Y comenzó muy bien, hasta que en diciembre una terrible lesión de rodilla en San Sebastián ante la Real, rotura del ligamento cruzado anterior, le apartó del equipo hasta final de temporada. Míchel nunca se había lesionado de gravedad y aquella lesión le llegó en el peor momento. El equipo recuperó el título de Liga, pero el 8 ya no pudo jugar desde aquel partido en Anoeta.
Se recuperó, pero ya nada fue igual. La temporada siguiente el equipo no carburaba, Ramón Mendoza (que le adoraba, realmente se querían mutuamente muchísimo) dimitió como presidente, Valdano fue destituido y además tuvo problemas con el propio Míchel, Laudrup y Luis Enrique.
De nuevo negros nubarrones amenazaban el final de su carrera, ahora sí de verdad, como jugador del Real Madrid. Una terrible eliminación ante la Juventus en cuartos de final de la Champions y una trayectoria horrorosa en Liga del equipo, que terminó por dejar al Madrid fuera de los puestos que daban derecho a jugar las competiciones europeas al año siguiente, volvieron a colocar al veterano Míchel en el ojo del huracán. Ya se sabía que Fabio Capello sería el técnico en la temporada 96-97 y que no iba a contar con él cuando llegó aquel partido ante el Mérida.
El Bernabéu lleno, Capello en el palco y la despedida de Míchel y Laudrup, eran alicientes más que de sobra para ir al estadio. Míchel se marcó un partidazo, logró dos tantos, uno de penalti, y el segundo fue de los de toda la vida, un disparo desde fuera del área en la portería del fondo sur.
El Bernabéu fue un estruendo cuando se marchó sustituido. El mismo estadio que quince días antes había vuelto a pagar las frustraciones del equipo con él en una derrota ante el Sporting le reconocía al fin su cariño en su último partido oficial allí. Como antes, como muchas tardes y noches de los últimos once años, Míchel hacía dos goles y se marchaba aplaudido, aunque aquella tarde de la primavera de 1996 ya fue para siempre.
Atrás quedaban 6 Ligas, 2 Copas del Rey, 2 Copas de la UEFA, 4 Supercopas de España y una Copa de la Liga, y sobre todo un futbolista que nunca dejó a nadie indiferente, al menos a mí, por su enorme categoría como jugador, por su enorme clase y por el amor a su club.
* Alberto López Frau es periodista.
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– Fotos: Real Madrid
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