"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Hubo un antes de Figo. Y de Laudrup y, también, de Schuster. Futbolistas que, idolatrados por la afición del Barça, recibieron en mayor o menor medida el desprecio del Camp Nou cuando regresaron con otra camiseta. Los tres citados, la del Real Madrid. Pero diez años antes que le ocurriera a Schuster hubo otro jugador que vivió en primera persona ese mismo suceso. Y no por vestir de blanco, sino de rojiblanco. Fue Marcial Pina, que el 3 de diciembre de 1978, se acaban de cumplir ahora 34 años, volvió al Camp Nou con la camiseta del Atlético de Madrid. Y si Schuster pasó desapercibido, Laudrup desaparecido y Figo anulado, él, Marcial, lo hizo a lo bestia. Ganó por 2-4 y marcó dos de los goles con los que venció el Atlético. Y muchos de los que al comenzar el partido le recibieron con pitos, acabaron rendidos a él, aplaudiéndole.
Pero la historia de la venganza de Marcial se había empezado a escribir un año y nueve meses antes. Comenzó un 20 de marzo de 1977 en Burgos, una gélida tarde-noche de domingo en la que el Barça comenzó a tirar la Liga por la borda en El Plantío. Y desembocó en un escándalo que firmó su sentencia. Aquel no fue un domingo cualquiera. El equipo de Michels cayó derrotado por un autogol de Neeskens bajo la nieve en un partido que terminó en escándalo, con Cruyff fallando un penalti en el último suspiro y el presidente del Burgos, Antonio Martínez Laredo, saliendo al campo con intención de agredir al árbitro Fernández Quirós. La expedición del Barça se marchó en autocar a Madrid, donde llegó pasadas las dos de la madrugada y Michels ordenó a todos los jugadores retirarse a dormir. Algo que no ocurrió.
Al día siguiente se descubrió que tres futbolistas, Carles Rexach, Marcial Pina y Johan Neeskens, se habían saltado la normativa y habían acudido a una famosa discoteca. La casualidad quiso que fueran descubiertos por un periodista de la capital y que, más aún, Rexach fuera visto charlando y tomando una copa con Bárbara Rey, uno de los rostros más populares de la España de la época (siempre se sospechó que la propia actriz había arreglado el descubrimiento, algo, por otra parte, común en el presente del famoseo). Hubo fotos y, se dijo, tortazos… Y en cuanto al día siguiente todo salió a la luz, se armó el mayor escándalo que se recordaba en Barcelona. El lunes, Neeskens se libró de todo al acudir a la concentración de la selección holandesa en Ámsterdam, pero Rexach y Marcial fueron, inmediatamente, apartados del equipo por Michels. “La actitud de los tres es un insulto al club, a los socios y al entrenador. No se puede dejar pasar sin una multa y, desde luego, el trato será igual para todos ellos”, exclamó el martes 22 de marzo el entrenador holandés. Mintió, por lo que sea, porque Rexach y Marcial, apartados del equipo, no volvieron a jugar ni un partido en el desenlace de la temporada 1976-77, mientras que Neeskens jugó, íntegros, los ocho partidos que restaban hasta el final de la liga. Los tres fueron castigados con 100.000 pesetas de multa, una sanción económica nunca vista en el club.
Curiosamente, los dos rubios de oro acababan contrato el 30 de junio y se comenzó a dar por hecho que no serían renovados. Marcial, que había llegado al club en 1969 procendente del Espanyol, era un zurdo de calidad excepcional. Regateador infalible y con un muy buen remate de cabeza, había sido indiscutible en el equipo desde su fichaje y tenía, si no el amor incondicional de la grada, sí el respeto y admiración por su juego. Rexach, claro, era otra historia. Integrante del Barça desde su época de infantil, había debutado en el primer equipo en 1965, con 18 años, y era poco menos que una institución en el club. Imaginarse a Charly fuera se hacía muy difícil, pero en su contra jugaba que cuatro años antes, en la primavera de 1973, ya había protagonizado una juerga en un hotel de Sevilla la misma noche que el equipo había perdido un partido de Copa por 3-1, y con Michels también de entrenador.
Pero acabó la temporada y Rexach renovó. De Neeskens ya nada se sabía respecto al escándalo… Y a Marcial, escudándose en sus 31 años de edad, se le dio la baja, lo que provocó que Luis Aragonés no tardase ni un minuto en convencer a Vicente Calderón para llevárselo al Atlético de Madrid. Y en el Manzanares volvió a dar muestra de esa calidad excelsa durante los siguientes dos años y medio, hasta que una lesión provocó que su temporada del adiós apenas jugase nueve partidos.
Entre todo eso faltaba, claro, su retorno al Camp Nou. Una lesión, que le mantuvo fuera de los campos durante un mes y medio en los inicios de la temporada 1977-78 impidió su presencia en el Barça-Atlético de la cuarta jornada, que se decidió con un solitario gol de Johan Cruyff, y no fue hasta la siguiente campaña que, por fin, Marcial volvió a jugar en el estadio azulgrana, esta vez como rival. Fue en la jornada 12, el 3 de diciembre de 1978, a las cinco de la tarde. El Barça había ganado los siete partidos oficiales jugados en casa (cinco de Liga y dos de Recopa) sin que Artola encajase un sólo gol, y marcando 22. Nefasto como visitante (una victoria, un empate y cinco derrotas), el Barça post Cruyff de la temporada 1978-79 había convertido el Camp Nou en un auténtico fortín. Hasta que llegó el Atlético de Szusza (que dos jornadas antes había relevado a Luis Aragonés). El Atlético de Luis Pereira, del Ratón Ayala, Eugenio Leal, Rubén Cano… Y Marcial Pina.
Ausente el mágico Leivinha por lesión, aquella tarde el Atlético, que no ganaba en Liga en el Camp Nou desde noviembre de 1969 (curiosamente el primer año de Marcial en el Barça), asaltó a lo bestia lo que hasta entonces había sido un fortín. Pitado sin disimulo ni piedad por la afición del Barça, Marcial, con el diez a la espalda, no se dejó intimidar por nada ni por nadie. Ni Sánchez, ni Zuviría ni Olmo ni nadie fue capaz de frenar al rubio asturiano, que dirigió con maestría la victoria colchonera por 2-4, marcando el 0-2 y el 1-4 con sendas faltas magistrales para convertir los pitos en silencio primero y, al final, en tímidos aplausos de aquella hinchada que le había admirado en el pasado.
“¿Hay diferencias entre Szusza y Michels?”, le preguntaron después los periodistas. “Es como comparar a Dios con un gitano”, contestó el asturiano, quien admitió sentirse “triste” por los pitos del recibimiento y no dejó escapar la ocasión de recordar que en los ocho años que había jugado con el Barça se había entregado en cuerpo y alma por el equipo. Había pagado los platos rotos por una juerga en Madrid. Rexach, por su pedigrí, y Neeskens, (se dijo) por sus padrinos, salvaron la cabeza pero él se vio forzado a marcharse. Y 21 meses después de aquella noche con Bárbara Rey, Marcial disfrutó de su dulce y particular venganza.
* Jordi Blanco es periodista. En la web: notas-de-un-forofo.blogspot.com.es
– Fotos: FC Barcelona
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