"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Futre arranca, Chendo corre a su lado; tan rápido es uno como el otro. En el momento en que el portugués golpea la pelota, el lateral ya está volando en un último intento por evitar el disparo. Cuando el balón entra pegado a la escuadra izquierda de la portería de Buyo ambos jugadores quedan por un instante enmarañados en el suelo. La memoria del aficionado atlético avanza siete años para rememorar los goles de Jimmy Floyd Hasselbaink, vestido con aquella camiseta de franjas gigantescas. Es la semana del derbi y los recuerdos agradables remiten cada vez a épocas más lejanas.
El aficionado rojiblanco está acostumbrado a vivir en el desánimo, a regodearse en la nostalgia, a manejarse en el día a día con los interminables éxitos de su vecino poderoso y, sin embargo, ha conseguido hacer virtud de su capacidad para ilusionarse con poco o casi nada. Pero, por más que lo intenta, la memoria selectiva es incapaz de producir la amnesia necesaria para borrar tantos años de frustración.
Diez años atrás, el Atleti regresó a la Primera División. Aquella temporada, entrenados por Luis Aragonés, se plantaron en el Bernabéu, con un equipo hecho de retales y cedidos. Se adelantaron merced a un penalti que el Madrid fue capaz de remontar pese a jugar en inferioridad. Luego el Mono le detuvo una pena máxima a Figo y ya con las fuerzas igualadas, en el último minuto, Albertini logró el empate de libre directo. Desde entonces el Atleti ha vivido de todo: partidos que terminaban en cuanto echaba a rodar el balón, goles reivindicativos a cargo de su mayor verdugo –el de siempre–, errores arbitrales, grandes palizas. Incluso Cassano, que pasaba por ahí, resolvió un derbi a favor del rival. De todo menos una victoria.
El aficionado rojiblanco es terco y se resiste a dar por perdida la esperanza. Según se acerca el día del partido encuentra motivos para creer que “este año, sí”: “les llevamos ocho puntos de ventaja”, “el equipo es un bloque sólido y lleno de confianza gracias a Simeone”, “tenemos a Falcao, que necesita muy poco para marcar” o “por simple estadística ya toca”. Pero el partido arranca y los colchoneros reconocen rápidamente el escenario. El Bernabéu, ese estadio criticado tantas veces por su silencio, es una caldera. El madridismo entero, desde los jugadores a los hinchas, sabe que el partido es una batalla psicológica, solo hace falta asustar para marcar y a partir de ahí vendrán las chanzas y las burlas. Los jugadores atléticos se desnortarán, flojearán, llegarán tarde, despertarán del sueño reafirmante en el que su entrenador les sumió y se verán de repente como lo que son: el segundo equipo de la ciudad, el que lleva trece años sin ganar al Madrid. Otra vez.
El aficionado rojiblanco es muy terco. Cada verano, antes de comenzar la temporada repasa el calendario en busca de dos fechas. Sabe que cada uno de ellos será el día más triste del año. El día más triste o…
* Carlos Aguilera.
– Foto: Miguel Berrocal (ABC)
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