"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Conocemos los datos trágicos: 74 muertos y centenares de heridos. El escenario y lo que se celebró en él: un estadio de Port Said, que albergó el Masry-Al Ahly de la Premier League egipcia. Venció el Masry por 3-1 y, al término del partido, centenares de fanáticos locales arremetieron contra jugadores y aficionados visitantes, en una carnicería de balance sangriento.
Explica Enric González, en su crónica de urgencia en El País, que la inoperancia de los efectivos policiales fue manifiesta, pues desaparecieron de la batalla, como devolviendo su desprecio a la ciudadanía que los ha arrinconado en tanto que brazo armado de la dictadura de Mubarak.
Las causas. Todos vamos en busca de las causas. Desde luego, no se hallan en el fútbol en su dimensión de deporte y competición. Si acaso, el fútbol es utilizado como vehículo de otras pulsiones salvajes. Para comprender algunas de esas causas, aunque sólo algunas, le he pedido autorización al periodista argentino Martín Mazur para reproducir su informe de marzo de 2011, publicado en El Gráfico a las pocas semanas del derrocamiento del dictador egipcio. El informe nos ayudará a entender mejor algunas posibles causas, pero seguiremos sin comprender lo que mueve al hombre a regresar a la barbarie.
2011, Marzo.- El campeonato se suspendió por los disturbios, pero el Zamalek -club oficialista- intentó seguir jugando. Mientras tanto, los hinchas del Al-Ahly se parapetaron en la plaza Tahrir y reclamaron el final del régimen. Allí estaba también el capitán del equipo. El fútbol ayudó a la caída de Mubarak.
Menos de dos años atrás, el fútbol ya había dado muestras del desmadre inminente que se gestaba en Egipto. En noviembre de 2009, un partido de Eliminatorias terminó en una gran conflicto diplomático. Egipto le ganó a Argelia 1-0 en Sudán, tercer partido que debía jugarse en campo neutral. Días antes, en El Cairo, el micro de los argelinos había sido apedreado y tres jugadores habían resultado heridos. Después de la victoria en Sudán, se denunció que los hinchas argelinos emboscaron a los egipcios a la salida del partido. Se reportaron 21 heridos.
Mientras en Argel se quemaban banderas egipcias y se denunciaban maltratos a los ciudadanos de ese país, una reacción similar se dio en las calles de El Cairo: el pueblo futbolero copó la calle, quemó banderas argelinas e intentó atacar la embajada. Hubo 35 heridos. Para calmar los ánimos, la Asociación Egipcia llegó a amenazar a la FIFA con retirarse del fútbol por dos años si no se imponían sanciones al comportamiento de los argelinos.
Yolanda Knell, corresponsal de la BBC en El Cairo, se sorprendió y escribió: “En un país donde las demostraciones populares están fuertemente controladas, el fútbol pasa a ser una forma de canalizar el descontento”. Sin nombrar a Argelia, el presidente Hosni Mubarak se encolumnó en la reacción popular: “Egipto no tolera a aquellos que hieren la dignidad de sus hijos. No queremos que nos arrastren a reacciones impulsivas, pero estoy agitado yo también”, advirtió en un comunicado. Por un partido de fútbol, Egipto llegó a retirar durante días al embajador en Argelia.
SIN MARCHA ATRÁS
Alieldin Hilal ya no era el ministro de la Juventud y el Deporte que comandaba la candidatura para albergar el Mundial 2010, sino que se había transformado en una de las cinco personas de más confianza de Mubarak y portavoz del partido. Fue él quien había empezado la cadena de descontento popular en octubre de 2010, al ser el primero en reconocer que Mubarak se presentaría a la reeleción para seguir en el poder.
Hilal renunció el 5 de febrero pasado, junto con los otros máximos miembros del gabinete, para intentar descomprimir la explosión social. Pero ya no había vuelta atrás.
Esa misma semana tenían que jugar un amistoso Egipto y Estados Unidos, aliado y principal sostén del régimen de Mubarak en las últimas décadas. El partido, obviamente, se suspendió. Como también se había suspendido el campeonato local, la Egyptian Premier League. No era una cuestión meramente de seguridad, sino una intención de no facilitar la revuelta. Bajo esa óptica, jugar partidos de fútbol era dejarle servido a la gente un mecanismo de unión mucho más poderoso que facebook o twitter, que también se habían cortado. A pesar de las restricciones que sufrió internet, los foros futbolísticos se llenaron de referencias a la situación política y la revolución que se expandió por todo el Magreb. Libia también suspendió su torneo.
LA BARRA BRAVA DE AL-AHLY
Los hinchas más radicales del Al-Ahly tuvieron un rol fundamental en la organización de la revuelta. La barra brava del club es un grupo conocido como el Ahlawy, con todas las características de cualquier barra del mundo. Entrevistado por Al Jazeera, Alaa Abd El Fattah, uno de los bloggers más leídos de Egipto, graficó: “En esta revolución, los ultras jugaron un papel más preponderante que cualquier otro grupo político”.
El Al-Ahly fue históricamente el club más involucrado en el plano político. Su nacimiento mismo, en 1907, se dio como forma de repudio al dominio del Imperio Británico. Era un club egipcio, no un club inglés. Por eso rápidamente se transformó en el más popular.
Las camisetas rojas del Al-Ahly abundaron en la plaza Tahrir del centro de El Cairo. El rojo simboliza la bandera egipcia de la época precolonial. Según reportó La Gazzetta dello Sport, allí también estaba Wael Gomma, capitán y jugador símbolo. En buen inglés, Gomma resumió el descontento: “Hablé con la mayoría de mis compañeros de la selección y todos están a favor de un cambio. En Egipto hay muchas injusticias sociales, demasiada disparidad entre ricos y pobres. Los jóvenes no tienen esperanzas en el Egipto actual. Espero que este cambio llegue sin un baño de sangre. No puedo estar contento al ver mi país en llamas, con civiles asesinados, periodistas extranjeros hostigados por bandas criminales. Temo una guerra civil, una guerra entre hermanos. Mubarak hizo lo que hizo, ahora debemos dar vuelta la página y trabajar para construir un país más justo”.
En cambio, Zamalek, el club más oficialista, operó bajo el silenzio stampa y ni siquiera suspendió los entrenamientos de su plantel. Hassan Ibrahim, director deportivo, amenazó con multar a los jugadores que no se presentaran. “Solo los que viven fuera de El Cairo están teniendo problemas con el toque de queda”, dijo el dirigente al retornar de Kenia. El equipo se había quedado varado allí después de ganarle 4-0 en la ida al Ulinzi, por la Liga Africana de Naciones. La CAN suspendió la revancha, originalmente pensada para el 13 de febrero. Pero la dirigencia del Zamalek intentó por todos los medios trasladar el partido a Libia.
El show debía continuar. Ese era el mensaje. “Nosotros seguimos en acción y ya estamos pensando en amistosos. Pero la Liga debe volver pronto, porque el deporte es muestra de que nuestro país es fuerte y que ha retornado a la vida normal”, agregaba Ibrahim, como si nada. Era lo que necesitaba la prensa oficialista, que publicó: “Lentamente, todo vuelve a la normalidad”, con la imagen del equipo entrenándose. Zamalek siempre fue el equipo de la clase alta, los que apoyaban a la monarquía y a los británicos. Su nombre original, Al Mohtalet, quería decir “La Mezcla”.
Curiosamente, los últimos gestos de Mubarak para ganarse la simpatía de la gente vinieron a través del fútbol. El mismo fútbol que, en definitiva, ayudó a derrocarlo. En enero del año pasado, Egipto ganó su séptima Copa Africana de Naciones. Por cadena nacional, el plantel fue recibido en la Casa de Gobierno por el presidente. La foto infaltable para cualquier gobernante que busque mejorar su imagen positiva. Manotazos pour la gallerie para alinearse con el pueblo. Hubo un último atisbo de Mubarak, apuntándoles a los Mundiales 2018 y 2022. Pero Egipto retiró su intención primaria de candidatura antes de que se oficializaran los postulantes. Y la pelota amiga se transformó en un pelotazo en contra.
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