"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Querido Frederic,
Rod Stewart, dices, y dices bien. Solo hay dos hombres en el mundo que tengan asiento reservado de por vida en el Celtic Park: uno es el actor y cómico escocés Billy Conolly. El otro, por descontado, es Rod Stewart, el más escocés de los ingleses. Sus lágrimas del miércoles no fueron de cocodrilo, sino de alguien que lleva el Celtic muy adentro y sabe bien de la proeza que consiguieron los chicos de Glasgow (y ese Wanyama surgido de las aguas frescas de Nairobi). Buceo en la vertiente futbolística del cantante y me admiro con su humor británico: “No servía verdaderamente para el fútbol: podía tirarme al suelo para robar un balón, pero no podía golpear a un contrario. Claro que Beckham tampoco…”. Ya ves.
Incluso puede ser más sarcástico: “Yo he jugado seis veces en Wembley. No todos los profesionales pueden decir lo mismo”. Como Pelé o como Cruyff, a Rod Stewart le mandaron limpiar las botas de los mayores en cuanto aterrizó en su primer equipo. Sabes, Frederic, que este no es un síntoma baladí: quien no limpia botas no llega a ser buen futbolista. O no llegaba a serlo, que ahora los tiempos son otros y hasta el infantil exige utillero personal. Stewart odiaba la escuela y amaba el fútbol. Jugó en el Brentford FC, un equipo de 3ª División del oeste de Londres, por la pasión que le inculcó su padre, que no había pasado de equipos amateurs. Pero al margen de limpiar botas, recibió golpes por los cuatro costados. Rod Stewart no ha sido nunca precisamente un prodigio físico, así que tuvo claro su camino: “Solo sé hacer dos cosas en la vida: cantar y jugar al fútbol”.
Este jovenzuelo nació bajo las bombas. En concreto, una V2 alemana cayó en su barrio media hora antes de nacer él, lo que viene a ser todo un síntoma de notoriedad. A ti que te gusta tanto la historia futbolística -y aprovecho para felicitarte de nuevo por ese grandioso “Kubala!” que acabas de publicar con éxito apabullante- no te extrañará que se enamorara del Celtic tras la hazaña de los Lisbon Lions y el ascenso de Kenny Dalglish al primer equipo. En ese esfuerzo que decías el otro día por recuperar pinceladas de la historia del balón, hablábamos hace bien poco de los Lisbon Lions, esos once chicos de Glasgow que ganaron la Copa de Europa de 1967 al inmaculado Inter de Helenio Herrera. A ti no debo decírtelo, que ya lo sabes, pero aprovecho para matizar que no fueron once canteranos del Celtic quienes conquistaron la Copa, sino diez, pues Willie Wallace había sido fichado del Hearst, aunque sí fueron once los nativos de Glasgow.
A lo que iba: tras la hazaña de los verdiblancos, Rod Stewart conoció a Dalglish en una cena y ya fue para siempre de los Bhoys. Cuando se separó de Britt Ekland contaron que le había dedicado a la rubia su “You Are in My Heart”, pero en realidad le cantaba a su Celtic: “You’re in my heart, you’re in my soul / You’ll be my breath should i grow old / You are my lover, you’re my best friend / You’re in my soul”. Así que las lágrimas del otro día están bien gastadas, como la tinta con que has lanzado tu reliquia sobre Kubala y todos los minutos que empleamos explicando lo que fue el fútbol de antes, la única manera de comprender el de ahora. Porque el del futuro, ese, amigo Fede, ese no sabemos ni cómo ni de quién será. Te dejo por hoy con Rod Stewart, ese celticman foerever… Fíjate lo que lleva escrito en su camiseta verde y que vendas muchos más (ejemplares).
Desde el Madrid otoñal, you’re in my soul…
– E-pistolario: Rod Stewart y la dulce derrota / Frederic Porta
– Foto: Lynne Cameron (AP)
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