Recién destituido, cabe preguntarse si alguien creía verdaderamente en Mike Brown al comenzar su andadura en Los Ángeles. No digo ya este año, me refiero a sus primeros pasos, cuando pisó por primera vez la cancha del Staples. Por alguna razón, el titular más repetido en internet respecto a su despido es “Crónica de una muerte anunciada”. Nada original. No gozaba de buena reputación entre los aficionados y tampoco de grandes alianzas en el vestuario. En Brown no creía nadie, puede que ni siquiera él mismo.
Recuerdo que por la época de su contratación ya venía sonando el nombre de Brian Shaw y que Rick Adelman se postulaba como posible entrenador angelino (un what if? con Adelman, la verdad, sería una delicia). Pero las negociaciones no resultaron fructíferas y, pese a que entonces Bryant y Fisher se mostraron públicamente a favor de Shaw, al final fue Mike Brown quien se hizo cargo del equipo. De Mitch Kupchak se dijo que tenía fuertes desavenencias con Shaw y que muy posiblemente eso le hizo decidirse por otro entrenador de perfil defensivo, Brown, que controlaba muy bien el pick & roll y que había hecho que sus equipos maniataran al equipo contrario antes que formular su propio lenguaje de juego. O quizás fuera ese precisamente su lenguaje, no dejar atacar bien. Era, en esencia, la antítesis de Phil Jackson.
En su época en los Cavaliers, el talento incontenible de LeBron hizo el resto, llevando a un equipo no demasiado talentoso a las finales. Incluso ganó el título de entrenador del año en la temporada 2008-2009. Cuando Brown cogió las riendas del equipo californiano, se daba por supuesto que el talento combinado de Bryant, Bynum y Gasol debía mantener al equipo en lo más alto y que él se encargaría de hacerlo funcionar atrás. El problema es que los Lakers eran, y son, un equipo con poca agilidad defensiva, con tendencia a sufrir lapsus de concentración y que no sabe correr el contraataque ni asegurar la posesión de la pelota. Brown nunca supo corregir estas deficiencias, siendo, un año y al comienzo del otro, de los equipos que menos puntos metían en transición y de los que más pérdidas sufrían durante el juego (hoy día el que más).
Ofensivamente, tampoco parecía que el equipo transitara hacia un camino adecuado. Primero, separó al equipo del triángulo ofensivo, sistema con el que los Lakers vinieron jugando durante años y en el que Jackson era un precursor y Shaw era un especialista. Su solución fue recurrir frecuentemente al Kobesistema (esto es, Kobe con licencia para tirar), dejarle la pintura a Bynum y alejar a Gasol del aro. Grave error. Las estadísticas antes de su llegada decían que cuanto más recurría al Kobesistema el equipo, menos ganaba, y que alejar a Gasol del aro era infrautilizarlo. También que cuanto más implicabas a Kobe en un funcionamiento global, mejores resultados solía tener el equipo. Ya fuera por la escasez de banquillo, por las dudas sobre la capacidad grupal o por la falta de alternativas que manejaba Brown, el equipo jugó así toda la temporada pasada y el resultado final fueron más sombras que luces. No lució bien y Brown pareció por momentos perder la conexión con Bryant, algo que se antoja fatal en el devenir de los acontecimientos. Pese a que actualmente los Lakers deberían entregarse a lo que piense Howard (su estrella de futuro si termina firmando una extensión), lo cierto es que sigue siendo Bryant una voz más que autorizada en la franquicia. Y al de Philadelphia nunca le gustó Brown.
Durante la pretemporada de este mismo curso, los dirigentes contrataron a Eddie Jordan con la intención de aplicar la Princeton Offense (cortes de jugadores perimetrales, bloqueos indirectos, puerta atrás, movimientos sin balón), un primo mutante del triángulo ofensivo con cantidad de variantes. Esto venía a cubrir una de las debilidades del equipo, sí, pero el mensaje que se enviaba a los jugadores era contraproducente: “El entrenador necesita ayuda”. Las rigideces del sistema y la dificultad de llevarlo a cabo, sumadas a algunas lesiones y a la actitud en ocasiones pasiva y en ocasiones desconcertante de algunos jugadores (Pau Gasol como gran ejemplo) hicieron el resto. El equipo es aún peor que el año pasado. Pierde más balones porque, si ya tendía a perderlos, con el nuevo sistema ofensivo los errores se multiplican. Es, además, un año más viejo. La poca ambición competitiva llevó al punto de dar una imagen paupérrima en el partido contra los Jazz. Fue lo mismo que ver a un equipo cadáver. La mirada inquisidora de Kobe hacia Brown hizo el resto. El técnico, que incluso llegó a declarar que encontraría fácilmente un equipo en caso de dejar los Lakers, se vio superado por los acontecimientos y Buss y Kupchak, de mutuo acuerdo, decidieron su despido.
¿Y hacia dónde se dirigen los Lakers? Actualmente habitan en el lugar previsible para una franquicia en urgencias con millones de dólares comprometidos por encima del impuesto de lujo, es decir, el vértigo. La rumorología apunta a soluciones ciertamente dispares, algunas casi de ciencia ficción. No es lo mismo Sloan que Jackson, D’Antoni que Shaw, McMillan que Bickerstaff. Gasol dio una pista de las preferencias del vestuario: “A este grupo no se le ha olvidado jugar, hay que darle libertad para expresarse”. Una clara alusión a la Princeton Offense, que tan poco ha calado en la plantilla. Sea como fuere, da igual lo que diga el vestuario y da igual lo que el libreto del nuevo entrenador marque como hoja de ruta. La franquicia debería aprender otra máxima de la experiencia: cuando tomas una decisión, lo tienes que hacer convencido y asumiendo sus consecuencias. Todo lo demás te forzará, tarde o temprano, a rectificar sobre la marcha.
PD: El manager de Mike D’Antoni, Warren Legarie, ha anunciado a última hora del domingo 11 de Noviembre que los Lakers han contratado a su representado como nuevo técnico para las próximas cuatro temporadas.
* Javier López Menacho
– Fotos: Wally Skalij (Los Angeles Times)
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