Los tropiezos generan preguntas, aunque muchas más entre los aficionados que en el propio deportista. Para las respuestas siempre hay un gran catálogo de tópicos que emplear, si bien varios de ellos, de tanto usarlos, suenan a cascajo vacío. La condición física es uno de los más recurrentes, tópico fácilmente rebatible cuando se observa cómo terminó el Barça sus partidos en Vila-real o Cornellà o frente al Betis: siempre en tromba.
El Pep Team lleva 42 meses consecutivos en la cima mundial, acumulando éxito tras éxito. Sus tropiezos han sido contados y se recuerdan, precisamente, porque han sido muy pocos. La semifinal del Inter; la ida de la Copa ante el Sevilla; la prórroga con el Madrid; la noche de Getafe… Excepciones tan excepcionales que constituyen la auténtica vara de medir a este gigante. No hay ámbito vital donde el éxito sea infinito: el río de la vida no es lineal, lo que ocurre es que el escritor al que abandonan las musas o la empresa que entra en pérdidas pueden acudir a maquillajes e ingenierías que desdibujen la realidad. El deportista, no.
Al deportista le desnudan los resultados, que por definición son irregulares y oscilantes, tanto si hablamos de Nadal, Djokovic o Federer, como de Lewis, Phelps, Alí o Jordan. Los más grandes jamás fueron invencibles: su mérito fue caer solo un poco y resurgir pronto para sostener la jerarquía. En estos 42 meses, el Barça apenas ha sufrido ligeras oscilaciones en su excelencia. Y ahora estamos en mitad de una de esas turbulencias.
A mi entender, las respuestas a la presente turbulencia se sitúan en otros terrenos distintos al físico, aunque en un fenómeno complejo y multifactorial como es el fútbol, sujeto a incertidumbres diversas, es necio pretender conocer las respuestas exactas. Si acaso, podemos aproximarnos a las posibles. Y son estas:
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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