El primer hijo de Leo Messi nació el día incorrecto a la hora apropiada. Se equivocó en el día porque tenía que haber nacido el 30 de octubre, por aquello de atajar la dichosa distancia entre Messi y el Pelusa; de haber compartido cumpleaños no se hubieran necesitado más señales divinas para afirmar la naturaleza elegida de Lionel. Pero Thiago sí acertó en la hora, aunque algunos medios de comunicación aguafiestas hayan dicho que el chiquillo vino al mundo a las cinco y cuarto. Pues no. Lo hizo a las 17:14 exactamente, ni un minuto más ni un minuto menos, unas coordenadas de reloj que son la nueva hora feliz del Camp Nou. La mercadotecnia afín no pudo encontrar mejor reclamo para las próximas elecciones en Cataluña. Es claro que a donde el nacionalismo no llega, ahí está la casualidad más extraordinaria para ayudar a la causa, aunque sea una más antigua que el tebeo, de cuando los Austrias contra los Borbones. Es probable que si el Barcelona marca en ese minuto dichoso Guardiola acabe por aparecerse allí mismo.
Al niño lo bautizaron en Glasgow, con un gol tardío y fatigoso, que no sirvió de nada al Barcelona. A Thiago no se le puede bendecir de otra forma que no sea con el gol de su padre, que por algo es Bota de Oro. Lo intentó Messi el pasado sábado contra el Celta en el Camp Nou, pero no hubo manera de conseguir darle sacramento doméstico al recién nacido. Ahora por fin el niño ya tiene el gol prendido en la frente, y a partir de ahora se espera que le lluevan tantos como eructitos tendrá el bebé sobre el hombro de su madre después de cada comida. Sobre la rivalidad entre Ronaldo y Messi, Thiago dirá, probablemente, que su padre la mete mejor, pero ni él ni Cristiano junior quieren saber nada de ese maldito Balón de Oro, pues ese cachivache dorado no se puede pellizcar, ni con él se puede jugar al fútbol. Demandarán por el contrario un buen balón de reglamento, ni demasiado duro ni demasiado blando, para dar sus primeras patadas en el pasillo de casa sin mayores pretensiones.
Convendrá no hacerse ilusiones con Thiago Messi, pues nunca hubo cosa más complicada que ser Jordi Cruyff. El niño será lo que tenga que ser y en todo caso se deberán cargar las tintas contra el hijo del Kun Agüero, que por algo reúne una promesa genética extraordinaria. A Thiago se le dejará crecer tranquilo aun a riesgo de que le pase como a Nadal y se haga del Real Madrid, contraviniendo la política-ambiente. A Leo Messi dicen que la paternidad le ha trastocado mucho, sobrepasado personalmente, e incluso le ha metido en un pequeño bache de juego y ha propiciado la supuesta riña con Villa. Bueno, tener un hijo nunca debe ser fácil, aunque Leo se encuentre ya entrando en su fase de madurez. Las cosas no acaban de ser brillantes con Tito, pero el momento más complicado está por venir. Será más cómodo para Messi digerir derrotas o bregar con cámaras, radios y periodistas que afrontar la pregunta que le hará su hijo tarde o temprano, cuando quiera saber por fin de qué juega su padre. La respuesta es lo contrario de la ilusión de un niño por su héroe: “De falso 9”.
* Carlos Zúmer es periodista.
– Foto: EFE
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